¿Qué les pasa a los nuevos?
La capacidad competitiva de Podemos y Ciudadanos estaba fuera de duda, por eso sorprende cómo se han ido desinflando
La actual situación política permite hacer balance del funcionamiento de los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos. En su momento fueron la gran esperanza de la regeneración del país y han contribuido a transformarlo de manera sustancial. Ambos se mostraron como formidables máquinas electorales a lo largo de este periodo en el que fuimos enhebrando una elección tras otra. Su capacidad competitiva estaba fuera de duda. Por eso sorprende cómo se han ido desinflando a medida que comenzamos a entrar en el espacio de la política normal. Este ha sido recuperado por los dos clásicos, los viejos.
No será porque estos hayan superado su crisis de mediana edad. Sus arrugas siguen siendo demasiado visibles. Pero sí es cierto que nadan mejor bajo las condiciones de normalidad política, sabiendo ocultar así sus muchas deficiencias. Entonces, ¿qué no funciona en los nuevos? Aquí es curioso observar cómo cada uno manifiesta síntomas opuestos.
El problema de Ciudadanos es el del joven contestatario que en cuanto encuentra empleo ya no se quita la corbata. Se les nota ya demasiado adultos. Su tragedia es que su inicial rebeldía casa mal con las necesidades acomodaticias de quien ha hecho del pacto su razón de ser. La obsesión por la concordia les ha convertido en una especie de partido Zelig. Leonard Zelig era ese personaje de Woody Allen que acababa mimetizándose con cualquiera al que se aproximase. Su búsqueda cuasipatológica de consensos ha tenido el efecto de difuminarles. Necesitaría buscarse enemigos, contrastes. Que alguien desafiara a Rivera desde dentro del partido, alguna bronquilla interna, aunque sea construida.
A Podemos le pasa justo lo contrario. De tanto conjugar a Carl Schmitt han hecho de la escisión amigo/enemigo su auténtica razón de ser, hacia dentro y hacia fuera. Son el adolescente que se niega a madurar. Todo es inquietud, dialéctica, lucha por la hegemonía. La política como capítulos de una serie en clave de disputa por el trono de hierro, por el Poder. No pueden vivir sin imaginar un reino no encrespado y en conflicto permanente. Eso les permite estar siempre en el centro de la pomada, pero a costa de sufrir un exceso de exposición mediática y de contagiarnos a todos un desasosiego insoportable.
Unos demasiado conflicto y otros un consenso excesivo. Mientras tanto, Rajoy sigue trotando por el sistema político español como si fuera uno de sus caminos de Pontevedra. A veces renqueante, pero sin que nadie le tosa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.