La gira de Cospedal por los frentes del ejército español
Escuchar mucho y preguntar lo que no sabe, las armas de la nueva ministra para ganarse a los militares.
La ministra de Defensa, Maria Dolores de Cospedal, se propone visitar las principales misiones de las Fuerzas Armadas en el exterior durante su primer año de mandato. No lo tiene tan fácil como sus antecesores, pues los militares españoles están hoy desplegados en 15 países de cuatro continentes. En sus dos primeros meses al frente del ministerio, Cospedal ya ha viajado a cuatro de ellos: Sicilia (Italia) —base de operaciones de la misión de lucha contra el tráfico de inmigrantes en el Mediterráneo central—, Irak, Malí y Senegal, donde este miércoles concluyó su primer periplo africano.
A todos estos escenarios, tan diferentes y distantes entre sí, ha llevado el mismo mensaje: el agradecimiento a los militares por su labor, especialmente en Navidad cuando la separación familiar resulta más dura, y la idea de que su presencia allí no solo es una muestra de la solidaridad y el compromiso de España con sus aliados, sino una contribución directa a la seguridad de los españoles. “La estabilidad del Sahel es muy importante para nuestra propia seguridad. Lo que se hace fuera es tanto o más eficaz que lo que hacemos en casa”. Atajar el terrorismo en su origen, apoyando al Gobierno iraquí o al maliense, siempre es mejor que tener que combatirlo en España.
Aunque la realidad sea algo más compleja: la culpa de que el norte de Malí siga siendo un Far West donde campan a sus anchas yihadistas y contrabandistas de todo pelaje no es solo de Al Qaeda y sus grupos afines sino también de un Gobierno que arrastra los pies en la aplicación del acuerdo de paz firmado con los rebeldes tuaregs y se ha desentendido históricamente de la suerte de la región septentrional. “Aquí, por cada paso adelante se dan dos atrás”, lamenta un diplomático. “Pero si nos fuéramos sería peor”, advierte un militar. La paradoja está en que los militares españoles instruyen al Ejército de Malí. pero el Gobierno español duda a la hora de suministrarle armamento, como el ministro de Defensa maliense le pidió el martes a Cospedal.
Las misiones internacionales han experimentado en los últimos años un cambio cualitativo: ya no se trata de estar en primera línea para imponer la paz (como en Bosnia) o para interponerse entre contendientes (como en Líbano), sino de instruir al Ejército local para que sea capaz de defenderse por sí mismo (en Irak, Malí o Somalia). El cambio tiene muchas ventajas: la presencia de militares extranjeros, percibidos como fuerzas de ocupación, ya no es tan visible; y el riesgo que corren es menor que cuando servían como carne de cañón, pero la agenda de los Gobiernos patrocinados no siempre coincide con la de la comunidad internacional y su concepción del respeto a los derechos humanos resulta a menudo más laxa.
El talante de Cospedal tiene poco que ver con el de su predecesor, Pedro Morenés. En sus charlas con los militares, en corrillos, mientras mordisquea un mazapán (de Toledo, por supuesto) que les ha traído de España, se interesa por sus problemas cotidianos: el calor, las comunicaciones, el trato con la población local. “¿Cuánto le queda para volver a casa?”, pregunta a un sargento. “16 días”, contesta éste. “16,4", le corrige su teniente coronel entre risas.
“Cospedal es más cercana, Morenés era más técnico”, explica un mando militar que ha trabajado a las órdenes de ambos. En los briefings con los responsables de las operaciones, la ministra, neófita en asuntos militares, escucha más que habla, pregunta lo que no entiende y se estudia concienzudamente los temas, como demostró en su primera comparecencia parlamentaria.
Así pues, Cospedal tiene bastantes bazas para ganarse el aprecio de los militares. Pero también inconvenientes: su condición de secretaria general del PP en un colectivo que tiene aversión genética al partidismo y cuyo último ministro era independiente. Y la demora en renovar la cúpula militar, ya pospuesta por el largo periodo de Gobierno en funciones, que prolonga la sensación de interinidad. No se trata solo de que los aspirantes estén inquietos, sino de que la parálisis bloquea los ascensos de los que pueden sustituirles e impide que corra el escalafón. Por el momento.
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