De armas tomar
María Dolores de Cospedal, reanimada políticamente por Mariano Rajoy, protagoniza un apasionante duelo con Soraya Sáenz de Santamaría
Mariano Rajoy no es uno y trino, pero, a cambio, articula su bicefalia en la presidencia del PP y en la presidencia del Gobierno. Dos cabezas de águila alejadas entre sí que recuerdan a la bandera de Albania y que se desdoblan en el vuelo rasante de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.
La primera representa al Ejecutivo, la segunda es la vigía de Génova 13. O lo era hasta que Rajoy decidió introducirla también en el Gobierno, otorgándole en el trance los galones del Ministerio de Defensa.
Se trataba de ascenderla y de agradecerle su abnegación en las faenas ingratas que implicaban defender al Partido Popular en la crisis de corrupción. No siempre con acierto, pues De Cospedal emuló a Groucho Marx en Una noche en la ópera cuando explicó a la prensa la indemnización en diferido de Luis Bárcenas —“la parte contratante de la primera parte…”—, aunque sí con lealtad, resiliencia y soledad, al menos hasta que Rajoy decidió rodearla de los cuatro evangelistas — Casado, Maroto, Levy, Martínez Maíllo—, no estando claro si pretendía ayudarla o simplemente desautorizarla.
El premio del Ministerio de Defensa sobrentiende la primera hipótesis, pero también supone un motivo de agitación en el criterio esquizofrénico con que Rajoy diferenciaba, hasta ahora, el Gobierno del partido y el partido del Gobierno. Era la manera de evitar que los escándalos de corrupción salpicaran la agenda cotidiana del Ejecutivo. Y el motivo por el que Soraya Sáenz de Santamaría, ajena a las emergencias y a las rutinas del aparato del PP en su búnker de Moncloa, aprovechaba su papel de portavoz para arrojar a De Cospedal a los sabuesos, gestándose entre ambas una aversión no menos interesante de la que ya enfrenta a Cristóbal Montoro y a Luis de Guindos en el aula semanal del Consejo de Ministros.
Los negocios de su marido, López del Hierro, han sido un problema para su acomodo en el Gobierno
Acaba de ingresar María Dolores de Cospedal después de haberse recuperado de la catalepsia. No ya porque perdió la presidencia de la Comunidad de Castilla-La Mancha pese a ganar las últimas elecciones, sino porque parecían haberla carbonizado la actualidad del PP en los tribunales, las redadas policiales en Génova, los careos con Luis Bárcenas, la impertinencia de los jueces y el enjambre de periodistas.
Y no puede decirse que la secretaria general desempeñara el oficio de cancerbera con especial locuacidad, pero el repunte electoral del PP en los comicios del 26-J demostraba que los populares habían amortiguado las corruptelas y que De Cospedal tanto había resistido en la hostilidad de su puesto como había sobrevivido a los arreos de la vicepresidenta del Gobierno. Que unas veces eran explícitos —“yo no he cobrado un sobre en mi puta vida”— y otras parecen relacionados con los trabajos impudorosos del CNI. Nunca va a confesar públicamente De Cospedal que Soraya hubiera dispuesto u ordenado investigar a su marido, pero es cierto que Ignacio López del Hierro había adquirido un “interés especial” a cuenta de su papel de consejero en la Caja de Castilla-La Mancha y de otras actividades empresariales relacionadas con la construcción, la energía y la banca.
De Cospedal llega a Defensa tras perder la presidencia de Castilla-La Mancha y superar los escándalos de corrupción del PP
De hecho, los negocios polifacéticos de López del Hierro han representado un problema para el acomodo de De Cospedal en el Gobierno. Y no porque hubiera delitos acreditados, sino porque el conflicto de intereses complicaba alojarla en una cartera desprovista de sospechas o de colusiones.
Se explica así el valor coyuntural del Ministerio de Defensa. No es que Rajoy haya colocado a la secretaria general del partido por sensibilidad zapaterista en la pedagogía castrense de género. Lo ha hecho por eliminación. Entre otras razones porque las críticas de De Cospedal a la independencia de los magistrados contrariaban su designación en Justicia y porque la propia ministra ha conseguido de manera interpuesta “tutelarse” el cargo de Interior.
Lo juró delante del crucifijo Juan Ignacio Zoido, es verdad, pero no se entiende el aterrizaje del exalcalde de Sevilla en Madrid sin la pista de tres carriles que le han puesto De Cospedal y el inmortal Javier Arenas.
Se trata de contrarrestar el predominante sorayismo. Y de incitar un antagonismo que sobrepasa las antiguas lindes del Gobierno y el partido, siempre y cuando la verdadera intención de Rajoy no consista en desposeer a María Dolores de Cospedal del cargo de secretaria general.
Lo desempeña disciplinadamente desde 2008, y se expone a perderlo en la coyuntura de un Congreso anunciado para febrero. Demasiado poder ejercería De Cospedal en esta bicefalia sobrevenida, especialmente si observa el Ministerio de Defensa como una tribuna política, a semejanza de Bono o de Carmen Chacón, tan sensibles ambos al zafarrancho dialéctico.
Sabe De Cospedal lo que es un ministerio porque ya ha trabajado desde 1992 en Obras Públicas (servicios jurídicos); en Asuntos Sociales (secretaría técnica); en Administraciones Públicas (subsecretaria) y hasta en el Ministerio del Interior, toda vez que formó parte del gabinete de Ángel Acebes en la emergencia del atentado del 11-M. Se desempeñó después como abogada del Estado y asumió un papel efímero como consejera de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, trampolín de su fértil hiperactividad en Castilla-La Mancha: senadora por designación autonómica, diputada regional y presidenta de la Comunidad entre 2011 y 2015, cuando la “derrocó” el pacto del PSOE con Podemos.
Parecía amortizada la carrera de la abogada madrileña —nació en 1965, tiene un hijo y ha sido premiada con la gran orden de la cruz de Isabel la Católica—, más aún cuando la cúpula del PP de Toledo ha sido imputada esta misma semana por haber financiado, presuntamente, de manera irregular, la campaña regional de la lideresa en 2007, pero Mariano Rajoy, que no es uno y trino, sí es un hombre agradecido con sus mártires y soldados más leales.
Y la ha convertido en mariscala para estupefacción de Soraya Sáenz de Santamaría, suscitándose el morbo y la expectativa de una rivalidad que emula la alegoría fratricida de la bandera de Albania: dos águilas que miran cada una hacia un lado esperando el momento de cruzarse.
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