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Alfonso Dastis, el anti-Margallo

El embajador ante la UE es uno de los asesores de confianza de Rajoy

Foto de archivo de Alfonso Dastis.Foto: atlas | Vídeo: ATLAS
Claudi Pérez
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“Artistas de las manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos”. El gran Stefan Zweig definía así a “esos tahúres profesionales a los que llamamos diplomáticos”, “esa raza intelectual todavía no investigada, la más peligrosa de todas las de nuestro entorno” (Fouché, retrato de un hombre político). Esa descripción encaja como anillo al dedo en la figura de José Manuel García-Margallo, paradójicamente el menos diplomático de los jefes que ha tenido la diplomacia española, al menos en sus intervenciones públicas. Su sucesor al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Alfonso Dastis (Jerez de la Frontera, 1955), es una suerte de anti-Margallo: cauto, moderado, extremadamente prudente. Dueño de opiniones sólidas y de visiones amplias sobre Europa y el Brexit, sobre el papel de España en las instituciones, sobre la cartografía del poder en aguas internacionales. Pero precavido y reservado. Dastis ha sido embajador en Bruselas durante los años de plomo del rescate español y se ha movido entre bambalinas como asesor del presidente Mariano Rajoy —a quien acompaña en las cumbres— en los asuntos europeos, en los que a España ha navegado no sin dificultad durante toda la legislatura.

Dastis es quizá el menos político de los ministros del nuevo Gabinete, con más de 30 años a sus espaldas como diplomático. Pero las cartas juegan a su favor: siempre estuvo en el círculo de confianza del presidente, que suele buscar gente cercana a su alrededor. En el último Consejo Europeo de José Luis Rodríguez Zapatero, a finales de 2011, Rajoy había ganado ya las elecciones pero aún no era presidente, y reclamó a Zapatero que incluyera a Dastis en la delegación española. Apenas unos días después le nombró como embajador ante la UE, uno de los cargos diplomáticos con más contenido político por el continuo contacto con Moncloa. Bruselas es, en multitud de ocasiones, pura política nacional. Ningún presidente del Gobierno terminó nunca de entender esa ecuación. Dastis ofrece esa posibilidad a Rajoy.

De sólida formación jurídica (“un jurista entre diplomáticos, un diplomático entre juristas”, suele decir de sí mismo), el nuevo titular de Exteriores tiene una acreditada experiencia en asuntos europeos e internacionales. Participó en la Convención Europea, que gestó la malograda Constitución, junto a la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, uno de los puntos de apoyo de toda su carrera. Fue secretario general de Asuntos Europeos con José María Aznar. Dirigió la unidad de apoyo a la presidencia española de la UE, en 2002. Y anteriormente había sido asesor legal ante la ONU, en Nueva York, y en el Tribunal de Justicia de Luxemburgo.

Dastis ingresó en la carrera diplomática en 1983, apenas tres años antes de la entrada en lo que entonces se denominaba Comunidad Económica Europea. Casado —con una abogada de Clifford Chance— y con dos hijos, es fan del Atlético de Madrid. Y de Mario Draghi, otro dirigente europeo que encaja a la perfección en el retrato de Fouché, y de quien el nuevo ministro de Asuntos Exteriores confiesa no perderse una sola comparecencia ante la prensa. “La política se ha convertido en la fatalité moderne, el moderno destino”, abría su ensayo Zweig allá por 1929, otro año de conmociones, arranque de la Gran Depresión. Europa y el Brexit serán dos asuntos claves de la próxima legislatura, en la que la marea de la Gran Recesión debería empezar a retirarse después de una década de lío en lío. Dastis conoce el paño la perfección, pero desde el tendido de la diplomacia. Le toca salir a torear: convertirse en hombre político. En Fouché. Pero a su estilo.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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