La gran tarde del candidato Sánchez
El socialista se autoerigió como el único hombre capaz de sacar a España del letargo frente a un Rajoy obsoleto y paralizado
O yo, o la parálisis. O yo, o la molicie. O yo, o Rajoy, ese señor repantingado en su escaño que pudo pero no quiso coger a este toro por los cuernos. O yo, u otra campaña electoral, ustedes mismos. El candidato Pedro Sánchez se autoerigió este martes, todo lo alto que es más dos palmos suplementarios de autoestima, como el único de los hombres y mujeres españoles y españolas capaz de levantarse y de andar y de sacar al país de su letargo desde las ocho de la mañana del lunes, si le dejan. Y si no le dejan, nosotros, todos, nos lo perdemos. Empezando por él mismo, que hasta le han salido canas en el intento.
Aquí estoy yo porque he venido, dijo, no como otros. No sumo, admitió, pero puedo multiplicar siglas y escaños, sacó pecho de su camisa blanca esperanza y su corbatín rojo sangre. Prometía y prometía y se venía arriba. Daba envidia verle. Un varón de 44 años, en la flor de la edad de los presidentes españoles con la única excepción de Mariano en Funciones, con esa hambre, con esa prisa, con ese empuje. Un hombre de acción, de pie y cacareando frente a un busto pasivo, sedente y obligado por el protocolo a permanecer callado aún en presencia de todos sus abogados.
Hasta la peor medida de su paquete es mejor que mantener un día más a Rajoy en La Moncloa, presumió el aspirante ante un Albert Rivera pendiente de que no se saltara una coma de lo acordado, y la ceja levantada del candidato de Podemos advirtiendo a ese Quijote de que con Iglesias ha topado. Humilde pero ambicioso, pragmático pero utópico, realistamente idealista, se definió Sánchez, como en ese anuncio de perfume donde un hombre se la juega. “Estamos obligados a mezclarnos”, sentenció, y se oyó algún suspiro. Así se fue el candidato. Satisfecho de haber cumplido su objetivo. Una tarea hercúlea que le ha blanqueado el penacho antes de ser presidente y no después, como a Obama. No es probable que salga investido de esta. Pero que le quiten lo gozado. Las canas le dan misterio, y para teñírselas, aunque sea de azul, siempre hay tiempo.
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