Actitudes contrarias a la Transición
Otegi, desde 2006, contribuyó, desde dentro, a que el terrorismo acabara y pidió disculpas a las víctimas
Resulta relevante que el primer mensaje de Arnaldo Otegi, justo dejar atrás seis años y medio de prisión, haya consistido en felicitar a sus seguidores de la izquierda abertzale por “sostener la paz por encima de las provocaciones” y adoptar el compromiso de “llevarla hasta el final”. Parece evidente que va a centrarse, además de su candidatura por Bildu para las elecciones vascas, en culminar el proceso que inició, antes de entrar en prisión: utilizar su influencia para lograr que ETA pase del actual cese definitivo del terrorismo a su desarme y disolución y que los 400 presos etarras asuman los beneficios penitenciarios para su reinserción.
La izquierda abertzale pretende culminar el proceso de desarme unilateral de ETA para las elecciones vascas y encauzar cuanto antes la situación de sus presos, cuestiones del pasado que lastran su futuro y complican su conexión con las generaciones jóvenes, preocupadas por los retos económicos y sociales, como reveló el revolcón que le dio Podemos el 20-D. Sortu cuenta con resistencias internas y pretende aprovechar el liderazgo de Otegi en ese mundo para lograrlo.
Otegi cuenta en su haber con un precedente victorioso: lideró desde la izquierda abertzale el que una ETA muy debilitada por la actuación policial, judicial y social cesara definitivamente el terrorismo el 20 de octubre de 2011. Fue un trabajo lento y complicado que inició, casi cinco años antes, en diciembre de 2006, justo, tras el atentado de la T-4 de Barajas, con el que ETA rompió el último proceso dialogado con el Gobierno.
Tuvo que ganar el apoyo de la izquierda abertzale a su resolución en contra de la violencia a través de un proceso asambleario, logrando un 80% de respaldo. A partir de ahí inició el emplazamiento a los sectores de ETA más beligerantes —acosados certeramente por la policía—hasta lograr la declaración de cese definitivo. Esta última fase la protagonizó su compañero, Rufi Etxeberria, porque Otegi la siguió desde la cárcel, acusado de colaboración con el terrorismo por reorganizar la ilegal izquierda abertzale. Esa reorganización tenía por objeto el cese definitivo de ETA como los hechos han confirmado y lo manifestaron todos los partidos vascos, excepto el PP.
Es verdad que sin el certero acoso policial y judicial ETA nunca hubiera cesado. Es verdad que Otegi tiene un pasado terrorista en los ochenta, por el que fue condenado y cumplió su sentencia, y que durante parte de su liderazgo en Batasuna se subordinó a ETA. Es verdad que a Otegi debe lograr que Sortu reconozca el daño causado a las víctimas. Pero no es menos cierto que Otegi, desde 2006, contribuyó, desde dentro, a que el terrorismo acabara y pidió disculpas a las víctimas. Conviene recordarlo ante el aluvión de improperios que ha sufrido estas horas procedentes, en algunos casos, de gentes muy complacientes con políticos con historiales, también, muy siniestros. Con esas actitudes no hubiera habido Transición en España.
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