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Columna
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Patriotismo de partido

Salvo contadas excepciones, para algunos grupos políticos su patria parece ser el partido mismo

Fernando Vallespín

Cuando se habla de pactos solemos dar por supuesto que estos se emprenden siguiendo el interés más o menos racional de cada partido. Cómo quedan colocados en el caso de que se forme Gobierno; o si no, qué ventajas pueden obtener de este proceso de cara a unas nuevas elecciones. Lo que interese a la sociedad como un todo aparece como algo secundario. Los protagonistas son ellos. Nosotros, los ciudadanos, ya nos hemos retirado hasta nueva orden. Lo que no quita para que los electores de cada cual sean utilizados como ornato para justificar unos u otros movimientos.

El PP, a quien tanto se le llena la boca cuando habla de España, no es lo suficientemente patriótico como para remover el único obstáculo que lo pudiera hacer “pactable”. Todos sabemos cuál es

Y, sin embargo, como ya sabemos desde Aristóteles, el todo es más que la suma de sus partes. Esta máxima suele encontrar dificultades al adaptarse a la democracia, que tiene mucho de alquimia. La razón es bien sencilla, en ella una o varias partes —“partido” viene del latín pars, partis— deben actuar, se supone, en beneficio de la totalidad. Por eso el mandato es representativo, no imperativo. Cuando esto ocurre decimos que actúan al servicio del bien común, el interés general o comoquiera que lo deseemos llamar. Que, en suma, son “patrióticos”, un término carente de connotaciones teológicas y de impronta republicana.

Pues bien, salvo contadas excepciones, para algunos grupos políticos su patria parece ser el partido mismo. Uno de ellos, el PP, a quien tanto se le llena la boca cuando habla de España, no es lo suficientemente patriótico como para remover el único obstáculo que lo pudiera hacer “pactable”. Todos sabemos cuál es. Y que proceda a esa limpieza interna tantas veces postergada. Para otros, como Podemos, en tanto que “vanguardia de la gente” y su único representante verdadero, el auténtico gesto patriótico es facilitarle su acceso al poder. Maquiavelo 3.0. Los más propensos al pacto han resultado ser Ciudadanos, los cuales —¡qué casualidad!— apenas tienen estructura de partido.

Los juegos del poder han suplido a la responsabilidad pública; las grandes proclamas a las propuestas de administración sensata; el buenismo de salón al realismo

Hasta ahora los partidos habían ocupado las instituciones, reduciéndolas a órganos de acogida de sus despojos, a sede de blindajes judiciales varios y a la fórmula perfecta para el intercambio de favores mutuos. Pero al menos gobernaban. Después de las elecciones nos hemos encontrado con que ni eso. No porque no lo deseen, claro, sino porque sea otro el que esté al timón.

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Mientras, la nave va. Sin rumbo conocido y con un capitán demediado. Los juegos del poder han suplido a la responsabilidad pública; las grandes proclamas a las propuestas de administración sensata; el buenismo de salón al realismo. Lo que nos queda por delante es abrumador: Cataluña, reajuste presupuestario, deuda, fractura social, reforma política inconclusa... Ponerse a ello es el gesto auténticamente patriótico, una virtud de la que al parecer carecemos en este país sectario. Todos vamos en el mismo barco, pero cada cual quiere que lo lleve su propio timonel.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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