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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Familiares, amigos y conocidos

Hay una vieja tradición de legitimación familiar del mando y un sello tradicionalista

Josep Ramoneda

“Nos han echado de casa”. Lo dijo Marta Ferrusola, cuando Maragall fue elegido presidente de la Generalitat y su marido, Jordi Pujol, tuvo que abandonar el palacio. Una idea patrimonial del poder muy extendida en España y que está en el trasfondo de muchos de los casos de corrupción. El inicio del juicio por el caso Nóos ha coincidido con la declaración ante la Audiencia Nacional de Jordi Pujol y su esposa. Dos ejemplos representativos de una manera de entender el poder por parte de ciertas élites. Dos casos de gran relevancia pública: el primero fue factor determinante de la abdicación del rey Juan Carlos, y el segundo se ha llevado por delante la reputación del carismático presidente Pujol, que reinó durante 23 años a su antojo, con las autoridades españolas mirando a otra parte, porque le veían como el mejor freno a las veleidades soberanistas.

Reflejan estos casos una idea orgánica del poder, impregnada de razones naturalistas, que justifican cualquier abuso por intereses superiores, de la tierra, de la historia o de la saga. Y una concepción aristocrática de la vida, que da impunidad en función de la posición que se ocupa. Las instituciones son nuestras y hacemos lo que queremos con ellas.

Seguro que hay incrustaciones franquistas en esta concepción de la política, pero también hay una vieja tradición de legitimación familiar del mando (que la monarquía lleva en su propia esencia) y un sello tradicionalista que acompaña a los nacionalismos conservadores y sus lazos de sangre. A lo que hay que sumar un país en que los privilegios de clase y de familia van siempre asociados. Y unos gestores del Estado que acaban creyendo en su omnipotencia e impunidad (Rodrigo Rato es un icono de esta desmesura). Todo ello genera una trama de complicidades que impregna al conjunto de la sociedad, de modo que siempre se repite la misma canción: todo el mundo lo sabía. Y nadie lo denunció.

Corruptos y corruptores viven arriba, abusando de una Administración que en su parte funcionarial es generalmente sana. En España es raro que un ciudadano en su relación usual con los funcionarios se encuentre con chantajes, mordidas y otros abusos. Es en la franja alta donde ocurre todo. Donde habitan los que creen —corruptores y corruptos— que todo les está permitido porque el país es suyo y sólo ellos pueden asegurar su bien. Así lo creyó la familia Pujol respecto de Catalunya.

Pasar esta página requerirá que se vayan algunos más: aquellos que pudieron evitar estos desmanes y no lo hicieron. Rajoy, que había dicho que no dejaría pasar una más, acaba de garantizar el aforamiento a Rita Barberá. No enfadar a los amigos y conocidos que saben demasiado.

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