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Tribuna
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El discurso del odio

Sobre Zapata ha caído la reacción colectiva ante unos textos que rezuman antisemitismo y trivialización del hecho terrorista

Antonio Elorza

No es una tormenta mediática que ha caído sobre él, sino la lógica reacción colectiva, excluidos sus simpatizantes, ante unos textos que rezuman antisemitismo y trivialización del hecho terrorista. Tampoco cabe esgrimir que fueron escritos cuando el autor carecía de responsabilidades públicas, circunstancia eximente que está siendo aplicada asimismo a otro colega suyo que practicó la exaltación de la violencia –torturas, muerte- contra un político en el Gobierno. Es más, pensando que fueron escritas en tales circunstancias resultan aun más significativas, ya que reflejan abiertamente su pensamiento, sin las inhibiciones propias de la expresión oficial. Y de humor no hablemos: dos de las famosas caricaturas danesas eran abiertamente ofensivas para el Islam al presentarle como terrorista, y eso se encuentra por encima del supuesto humorismo. Como tales hubieran debido ser denunciadas y condenadas por la justicia, que es la conducta propia de un Estado de derecho. Así sucede en este caso, y no es irrelevante en el plano ideológico que los macabros chistes se hagan a costa de los judíos y de una víctima de ETA. Obviamente, tratándose de un tuit, la escapatoria del contexto no funciona.

La pregunta es: ¿cuál hubiera debido ser la reacción colectiva ante quien hiciese público un tuit semejante a costa de los muertos por naufragio en las pateras que intentan llegar a Europa? Parece que la respuesta no tiene duda, y cabría extenderla a toda manifestación de un discurso del odio, como la de aquel líder político emergente que exaltaba a Robespierre por su uso intensivo de la guillotina, “ya que perdonar a un opresor es barbarie”. En línea con uno de los casos de hoy. Apostilla: menospreciar el significado de esa promoción del odio es insensatez.

La instancia superior, sobre quien ha recaído la penosa tarea de enjuiciar el caso, alude al valor del arrepentimiento y a la posibilidad de cambiar con el tiempo. Exhibe un ejemplo dudoso: poco orgullo cabe exhibir, aunque fuese una necesidad, por haber integrado en la política a quienes rechazan aun hoy el reconocimiento de los pasados crímenes. Además, la circunstancia de “indignación”, por válida que fuese, nunca justifica el llamamiento a la tortura y a la muerte. Y aun cuando exista el arrepentimiento, la responsabilidad política contraída, como en el caso de los chistes macabros, no desaparece. Muchos colaboracionistas con el nazismo, tomaron luego en Francia el hábito de demócratas bajo Miterrand, y la exigencia de juicio no se desvaneció por ello. Para ser estimado, el arrepentimiento debió haber precedido al descubrimiento de la infracción.

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