El ‘sherpa’ del presidente
Pedro Arriola, consejero de Aznar y Rajoy en La Moncloa, quiere jubilarse tras pilotar en el PP un año electoral clave
Esta es la historia de un hombre que no existe. En su DNI pone Pedro Arriola. En el Partido Popular le llaman el sherpa o el “oráculo”. Pese a que lleva desde 1989 diseñando el rumbo del partido de Génova, apenas hay huellas públicas de su vida. Nunca ha ocupado un cargo, pero por orden expresa del presidente José María Aznar tuvo que sentarse ante una mesa y hablar con los verdugos de ETA, que por dos veces intentaron asesinar a Celia Villalobos, su mujer y hoy vicepresidenta del Congreso. No se ha presentado jamás a unas elecciones, pero es él quien modula el mensaje de la formación, quien aconseja candidatos y quien alicata programas tras interpretar la realidad a través de las encuestas que encarga. Con el bipartidismo en vías de extinción, jamás se enfrentó Arriola (Sevilla, 1948) a un año electoral que requiriera más de su fino olfato. Será, dice, el último. La jubilación, asegura, llegará pronto. Hasta entonces aconsejará lejos de los focos a Mariano Rajoy, como antes a Aznar. Suena el teléfono y, tras contestar, Arriola dice: “Yo no existo”. Y se ríe.
“Es un hombre astuto. Ese es el calificativo. Es un sherpa astuto. Es el que ayuda al montañero a subir la montaña y nunca sale en la foto”, le describe Miguel Ángel Rodríguez, que fue secretario de Estado de Comunicación después de que Arriola popularizara el “váyase usted, señor González” con el que contribuyó a la victoria del PP de Aznar frente al PSOE. “Ausculta el signo de los tiempos con enorme humildad. Él les cuenta a los políticos lo que quieren oír y lo que no. Eso exige un gran respaldo de sus jefes, en este caso el señor Rajoy. Sin ese respaldo, te conviertes en un ser monstruoso, antipático. A él no le ocurre porque tiene la confianza del presidente. Esa es la clave de Arriola”, le fotografía Fabián Márquez, con quien dio sus primeros pasos profesionales. “Es una gran cabeza. Su gran triunfo fue llevar a Aznar al poder. Cuando se equivoca provoca terremotos electorales, como en Andalucía (2012). En el PP ha despertado envidia, tensiones, peleas. De todo, por su poder”, resume Fernando Vilches, que trabajó codo con codo durante años con él, Pío Cabanillas, Rafael Arias Salgado, Celestino García y Nicolás Redondo. “Es una persona extremadamente aguda a la hora de valorar los climas de opinión, tan abiertos al error”, finaliza Javier Zarzalejos, exsecretario general de la Presidencia con Aznar y hoy secretario general de FAES.
Arriola, el politólogo al que Aznar fichó en 1989, vive un momento vital de los que dejan huella en la biografía. La aparición de Podemos y Ciudadanos ha reventado las costuras del mapa electoral y ha cambiado las reglas del juego de predicciones en las que él es el maestro. Según quienes le conocen bien, su influencia en Rajoy tiene mucho que ver con la coincidencia entre el espíritu de sus consejos y la personalidad del presidente (Arriola tiende a pensar que una mala noticia llegará a tiempo de hacer olvidar la polémica presente: mejor esperar). Los que critican su gestión en Génova creen que falló en el planteamiento de las elecciones andaluzas de 2012, cuando apostó por una campaña de perfil bajo y Javier Arenas se quedó cerca de una mayoría absoluta que habría acabado con décadas de gobierno del PSOE. Otros le afean haberse referido a los líderes de Podemos como frikis. Esos casos pueden haber tenido consecuencias. Quienes conocen las interioridades del partido describen a Narciso Michavila como el analista de moda en el PP, aunque nadie se atreve a descartar en público al “brujo”. Así de grande es su leyenda.
“Sobre mí hay fabulaciones, pero nunca discuto, ni siquiera para defenderme de infundios, insultos o calumnias”, cuenta Arriola. “Soy un consultor, un asesor al que se llama para pedirle trabajos que hago lo mejor que puedo. Siempre lo hago en atención a lo que yo creo, no a agradar o desagradar. Creo que el valor que tengo es precisamente que no soy un hooligan, uno que está ahí jaleando. Jaleando ya hay mucha gente”, añade. “Se ha creado un mito, un mito que yo soporto”, bromea. “La gente me circunscribe a las encuestas. Pues no hago. Hago que las encarguen. Las interpreto”, subraya sobre su fama. “Parece que es una cosa de alquimia, de magia, y no. Hay unas reglas. Yo lo que he tenido es más tiempo y más dedicación que otros”.
“Creo que el valor que tengo es precisamente que no soy un ‘hooligan’, uno que anda ahí jaleando”, dice el asesor
Arriola no es solo un analista técnico o un consejero bien valorado. Representó a Aznar frente a ETA, en 1998, y a Rajoy ante el Gobierno autónomo catalán, en 2014 y en las conversaciones en las que intentó buscar una salida previa a la consulta del 9-N. “Tengo amigos asesinados por la organización terrorista [los Jiménez-Becerril] y a mi mujer se la intentaron llevar por delante dos veces, cosa que yo sabía…”, recuerda el politólogo antes de resumir las razones por las que Arriola es Arriola y está donde está. “La familiaridad con la profesión sanitaria [los médicos abundan en su entorno] algo te enseña: que hay que hacer cosas duras, que no son agradables, pero que alguien las tiene que hacer. Te va poniendo entereza de carácter”.
A Arriola le gusta leer el periódico por la mañana, con el primer café, y no antes, la noche previa, con la tableta y en la cama. Pasó por la cárcel franquista. Es padre de tres hijos. Cuando se jubile, tiene la intención de escribir algún libro científico (“nada de memorias ni de grandes balances. Todo muy aburrido. Para la novela no tengo capacidad y para la poesía no tengo arte”). Se describe como “muy lector y muy friki de la geoestrategia, la geopolítica y la historia militar”. Le encanta leer Auge y caída de las grandes potencias, de Kennedy, a Toynbee y novelas policiacas y de intriga. Disfruta viendo The Big Bang Theory. Le duele mucho, dice, el caso Bárcenas (“me llevé un profundo desengaño”) y el sueldo millonario que se le atribuye a su contrato con el PP, que se renueva anualmente (“si pido la diferencia entre lo que dicen que gano y lo que cobro, arruino al que lo dice”).
Hoy el sherpa sigue cargando con su maletín lleno de papeles y visitando al “cliente”, como se refiere a Rajoy. El silencio es su sello y su escudo. “Yo no existo”, recuerda mientras sigue dando consejos (del programa a los discursos; de cómo preparar los debates a cómo aparecer frente a las cámaras) en un año electoral decisivo.
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