Los perdedores de Perejil cuentan su guerra
Altos cargos marroquíes relatan su versión del conato de guerra con España por el peñote
Las guerras las escriben los vencedores y en Marruecos, además, no hay tradición de memorias políticas. Un arabista e hispanista de Casablanca ha recopilado ahora los testimonios de varios altos cargos de su país con la primera versión marroquí de la toma de Perejil, el pequeño islote norteafricano que estuvo a punto de reeditar en el verano de 2002 una guerra entre España y Marruecos. Los dirigentes marroquíes concluyen que aquel episodio, en el que niegan por su parte el detonante de la invasión de la roca por sus soldados sino solo una actuación normal de sus gendarmes, fue “una venganza personal de Aznar” contra el rey Mohamed VI, al que ya había menospreciado en otras ocasiones.
El autor del libro Marruecos-España, vecindad cautelosa (editado estos días por Sailki, solo en árabe), el periodista marroquí Nibal Driouch, defiende la necesidad de narrar aquel relato desde otra óptica a la ya intentada por varios expertos españoles o incluso a la más patriótica y pormenorizada en sus memorias por varios políticos protagonistas como el propio José María Aznar o su entonces ministro de Defensa, Federico Trillo.
El arabista ha podido entrevistar para romper este tabú de la falta de memoria de los políticos marroquíes, entre otros, a los dos ministros de Exteriores que han diseñado bajo el mandato real la diplomacia de su país estos 15 años que abarca el estudio, desde la muerte de Hassan II en 1999 hasta la abdicación de su hermano español, el rey Juan Carlos I, el pasado verano. El que más detalles le proporcionó sobre el desembarco de Perejil fue el entonces ministro Mohamed Benaissa, que ahora a sus 78 años es el que focaliza el origen del problema en la pésima relación que trabaron desde su primer encuentro Aznar y el monarca alauita.
En los propios funerales de Hassan II, el domingo 25 de julio de 1999, el rey Juan Carlos I se acercó aún totalmente compungido al ministro Benaissa para pedirle “el favor” de concertar cuanto antes una cita entre Aznar y el nuevo monarca marroquí. El encuentro se cerró apenas tres semanas después (18 de agosto) y salió fatal. El ministro recuerda la actitud “soberbia y el discurso y trato arrogante” del presidente español a Mohamed VI. Aznar le presionó abiertamente para que firmara un acuerdo de pesca pendiente (algo que forma parte de la agenda habitual de ambos países) y llegó a mencionar que España ya había dado a cambio un cheque de 50 millones de dólares para una carretera entre Tánger y Alkoceima. La carretera existe.
Esa desabrida primera toma de contacto definió todo el mandato posterior e impregnó los recelos, desencuentros y hasta la retirada varias veces el embajador de Marruecos en Madrid, por distintos incidentes. En ese mal clima llegó primero el 11 de julio de 2002 la invasión de Perejil por un grupo de seis “gendarmes” marroquíes y la contrareacción siete días después de la toma del peñote por boinas verdes españoles. El ministro marroquí sostiene que es importante que se sepa que aquellos uniformados de su país no eran soldados y por tanto su acción “no era un acto de guerra”. Marruecos estaba molesta por unas recientes maniobras militares españolas en Alhucemas y sus autoridades intentaron justificar la instalación de sus policías en la isla para controlar mejor a posibles “grupos terroristas, la lucha contra la droga y la inmigración ilegal” en su paso por el estrecho de Gibraltar.
El rey Mohamed VI quería revancha por el trato que le daba Aznar
Oficialmente, 13 años después en Marruecos aún no se conoce quién dio la orden de la entrada en Perejil. Nadie duda, sin embargo, de dónde procedió la primera indicación. El rey Mohamed VI estaba preparando su boda pero tenía ganas de revancha con Aznar, que manejó su respuesta dejando en muy mal lugar a su entonces nueva ministra de Exteriores, Ana de Palacio. Avanzada la madrugada del día de la reconquista de esta isla de 500 metros de largo y 300 de ancho, De Palacio mantuvo otra conversación con su homólogo marroquí para intentar salvar in extremis la situación con una salida diplomática y no armada. Pero Aznar y Trillo ya habían dado a esa hora la orden de poner en marcha los efectivos de todos los ejércitos implicados.
La Operación Romeo Sierra acabó rápido. A las 7.29 horas la bandera española volvió a ondear en Perejil. Derrotados los gendarmes, su general Hossni Bensliman llamó al monarca y éste convocó de urgencia un Consejo de Ministros. Mohamed VI revelaría más tarde que se sintió “abofeteado y humillado” pero descartó rápido una respuesta armada. No quería una guerra. Puso en marcha una campaña internacional, recibió adhesiones de varios países latinoamericanos donde Aznar tenía muy mala acogida y ambos países pugnaron por convencer de sus argumentos, sobre todo al amigo americano.
Aznar se hacía fotos en reuniones constantemente con George W. Bush pero para Estados Unidos Marruecos siempre ha sido un aliado esencial. Ambos bandos buscaron el arbitrio del entonces secretario de Estado Colin Powell, al que De Palacio llamó esos días 40 veces. El general norteamericano apenas entendía nada. Estaba en Washington al teléfono, poniendo faxes y enseñando a nadar a sus nietos en su piscina mientras justificaba su tardanza: “Hay dos países a punto de empezar una guerra mundial por una roca que ocupa un campo de fútbol”.
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