Intrahistoria de un atraco con muerte por “tiro accidental”
Testigos del homicidio de un cubano en Madrid dicen que el arma “se disparó”
Aníbal Reyes Selva fue enterrado ayer por la mañana en el cementerio de Valdemoro (Madrid) con la tremenda huella de la bala que lo mató el pasado martes en su cabeza. Fue un disparo a quemarropa. El proyectil le entró por el cuello y no salió. Todo sucedió rápido, en medio de un forcejeo por un bolso. El atracador, armado y encapuchado, huyó con el botín en la oscuridad de las calles del barrio de Carabanchel de Madrid, dejando a una mujer en un grito desolado y a dos niños, de siete y dos años, huérfanos. Un aciago encuentro fortuito, un disparo “accidental” —según los testigos—, un homicidio insospechado, que ha sorprendido a la propia policía por lo inusual de un atraco callejero de este tipo.
Atrás quedó una vida de 34 años que comenzó en Holguín (Cuba), donde vivió Aníbal Reyes junto a su hermano y su madre. Hace seis años, convertido ya en profesor universitario en su ciudad natal y siendo especialista en Logística y Gestión Ambiental, consiguió una beca de estudios para trasladarse a España a realizar su tesis doctoral.
Ayer, mientras familiares y amigos velaban su cuerpo en el tanatorio, llegaban noticias contradictorias a la isla caribeña.
— ¿Cómo que está herido? Me han dicho que está muerto.
Era la frase desesperada de su madre, desconsolada, a miles de kilómetros. Hacía poco había estado en Madrid de vacaciones, y Aníbal “estaba realizando los trámites para conseguir traerla a España”, según cuentan sus amigos más cercanos. La fatalidad se adelantó y no pudo ni llegar al entierro de su hijo menor.
La noche del pasado martes, la de su muerte, Aníbal fue como siempre a buscar al trabajo a su mujer, Yolanda Pando González, también cubana. Se habían conocido en Madrid, cuando él todavía compartía piso con un grupo de compatriotas cerca del consulado cubano. Ella, madre de un hijo de una relación anterior que llamaba “papá” a Aníbal, fue la razón de que él nunca regresara a Cuba, como inicialmente tenía previsto. Se casaron y hace dos años, un día de Nochebuena, nació David, su segundo hijo.
“No era un cubano al uso”, declara una de sus amigas. “Era de esos que le hacen hasta los potitos a su hijo”, añade.
Fue en el camino de vuelta a casa cuando la pareja se topó con el atracador. Y fue la resistencia de Aníbal y su afán de protección lo que le costó la vida. Un forcejeo. Ella que agarra el bolso cuando siente el tirón. Él que se vuelve y se enfrenta al agresor. Y éste que saca un revólver que “se dispara”, según dos testigos. La mala suerte se cebó aquella noche con la pareja y dejó consternada a la comunidad cubana.
Aníbal había intentado buscar trabajo de lo suyo en la capital, “pero tal y como están las cosas era muy difícil”, apunta otra amiga. Tuvo varios empleos, “en restaurantes, bares, cafeterías”, pero llevaba un tiempo en paro, dedicado a la familia. “El sueldo de Yolanda, que trabaja en una inmobiliaria, era el que mantenía esa casa”, un hogar que decidieron instalar en Valdemoro, donde un pequeño grupo de amigos incrédulos le dio ayer sepultura.
Desde febrero de 2014 no se producía un atraco con víctima mortal por arma de fuego en la capital madrileña. “Es algo completamente inusual”, aseguran fuentes policiales. En aquella ocasión, la víctima fue Ouan Chen, una tendera de origen chino que regentaba un negocio en Moratalaz. El asesino resultó ser un español de 37 años que ya había perpetrado varios asaltos.
El grupo quinto de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial Madrid, sigue la pista del asesino de Aníbal, que varios vecinos, alertados por los gritos, vieron y describieron como “bajito, con el rostro cubierto hasta los ojos y de unos 30 años”.
El componente casual del crimen, el hecho de que entre agresor y víctima no existiera relación previa, dificulta la investigación, cuya principal pista es el arma homicida, presumiblemente una pistola de pequeño calibre.
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