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Las dos Españas de Internet

Castelserás es un hervidero de empresas. A su lado, Fórnoles decae aislado sin cobertura

Andrea Nogueira Calvar
Ricardo Lop vende cuchillos a 140 países desde Teruel.
Ricardo Lop vende cuchillos a 140 países desde Teruel.david asensio

El silencio responde al otro lado del teléfono. Tras unos segundos una voz mecanizada informa de que “el teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura”. El de Paul Reynolds no está apagado. Se encuentra claramente fuera de cobertura. Hay que intentarlo hasta 10 veces para lograr escuchar un “hello?”.

Este inglés de 50 años regenta una casa rural en Fórnoles, (Teruel). La señal de la Red apenas llega a su pueblo. Esta comarca es una de las regiones españolas más golpeadas por la brecha digital que acentúa la marginación de muchas zonas rurales. La exclusión tecnológica impide el desarrollo de empresas y también propicia “el desamparo de los ancianos”, como asegura María Ángeles Rubio, profesora de la Universidad de Zaragoza, que ha realizado un estudio sobre tecnología aplicada a mayores en pueblos. La carencia de telecomunicaciones acrecienta el aislamiento ya impuesto por la geografía y se convierte en un factor de despoblación.

En la comarca del Matarraña, donde se asienta la casa rural de Reynolds, cuando se pregunta por un pueblo desconectado la primera respuesta siempre es la misma: “Fórnoles, habla con Paul”. Le siguen una retahíla de pueblos encastrados entre montañas de pinos y sabinas. Fórnoles apenas cuenta con 93 habitantes, aunque en los años cincuenta eran más de quinientos. Reynolds promociona su casa rural en una web a pesar de que tampoco consigue conectarse regularmente. “Acabo de colgar el teléfono a la compañía de Internet… te prometen mucho, pero sabes que es mentira”. Se vio obligado a invertir en una instalación doméstica que amplificase la señal de la antena más próxima.

—¿Funciona?

—Cuando quiere.

Apenas a media hora de Fórnoles, una carretera secundaria conduce a Castelserás, un hervidero de empresas online. Allí no hay vecino —y son 800— que no esté vinculado a algún negocio que ofrezca sus servicios o distribuya sus productos a través de Internet. Hay tiendas de segunda mano, distribuidores de suministros informáticos, de hostelería, consultores de marketing. Una diversidad económica a la que el pueblo de Reynolds no puede optar. En Castelserás puedes comprar en la web de la cooperativa local pan recién hecho, aceite o jamón: “Te lo descuelgan del secadero para llevártelo a casa”, explica Ricardo Lop. Todos le conocen, es el espejo donde cualquier pequeño empresario se quiere reflejar. Lop descubrió la Red gracias a un curso que ofrecía la asociación de empresarios de la zona, de la que ahora es presidente. “Aluciné con aquello de poder ver cosas que estaban al otro lado del mundo”, recuerda todavía asombrado. Aparcó el tractor y montó una web en la que ni sabía qué iba a vender. “Ojeé un catálogo en la tienda de cuchillos de mi hermano y dije: ¡esto!”. Quince años y mucho esfuerzo después, su obstinación le ha reportado 45.000 clientes en más de 140 países. Ya no vende solo cuchillos. Desde Aceros Hispania envía sables, armas medievales y de fogueo. Vende perdigones a Pakistán y navajas suizas... a Suiza. Físicamente su oficina está a escasos metros de su casa, frente a los establos de ovejas del pastor del pueblo, pero sus almacenes están “donde hace falta”. “Ventajas que da la Red, no necesitas estar en la ciudad”, dice.

Internet puede marcar la división entre la prosperidad y la decadencia. El 30% de los hogares españoles no tiene conexión a Ia Red, según datos del INE, 10 puntos más que la media europea de 2013. La mayoría reconoce que es porque no puede asumir los gastos. Lo sabe bien Paul Reynolds, que invirtió 900 euros en su antena amplificadora de señal.

El 30% de los hogares españoles no tiene conexión a la Red, 10 puntos más
que la media europea

“Las telecomunicaciones son herramientas básicas. En el caso de las áreas rurales, no disponer de cobertura para el móvil o no tener una conexión rápida a Internet es una limitación grave. Sin duda, acentúa el carácter periférico de un lugar”, explica Luis Antonio Sáez, profesor de la Universidad de Zaragoza y miembro del Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales. Aclara que tenerlas no añade una ventaja, es su carencia la que “juega en negativo”.

Los que tienen un negocio en los pueblos de Teruel recalcan que el perjuicio es enorme. Las frases se repiten: “Pierdes reservas”; “te pasa algo y no puedes ni llamar”; “somos los olvidados”. Javier Moragrega suscribe estas ideas. Dueño de un hotel en Beceite, un espectacular enclave, lo experimenta cada día. Su dependencia de Internet es absoluta, asegura que ya no hay cliente que no pase por la web, “es un escaparate al mundo” y, sin embargo, pasa días sin conexión.

Javier Moragrega, hotelero en Beceite, pasa días sin conexión.
Javier Moragrega, hotelero en Beceite, pasa días sin conexión.D. Asensio

La mayoría de la población de las zonas periféricas es mayor, la menos familiarizada con el mundo virtual. La profesora Rubio ha trabajado con ellos: “En muchas ocasiones los ancianos abandonan los pueblos, no porque sean personas dependientes, sino por el miedo, por no tener una ayuda cerca”. Su departamento de la Universidad hizo un estudio sobre el terreno. Llevaron diferentes aparatos electrónicos para acercar a los mayores las funciones que ofrecían y “la predisposición a usarlos fue muy positiva”. Con un smartphone podían contar con un servicio de teleasistencia fuera del hogar, con localizadores por si se desorientan y recordatorios para la medicación o las citas. “Se sentían más seguros y comunicados con su entorno”. Rubio querría desarrollar el proyecto para conseguir que los mayores no abandonen su lugar de origen. Pero choca con la falta de financiación y las deficientes telecomunicaciones.

“Son tan imprescindibles como el agua corriente”, afirma Fernando Beltrán, profesor de Ingeniería y ex director general de Tecnologías para la Sociedad de la Información del Gobierno de Aragón. Beltrán señala la dificultad de llevar a cada rincón de España una tecnología que requiere primero de inversión pública y después del interés privado, pero reconoce y reivindica la importancia de hacerlo: “El no acceso a Internet trunca las expectativas vitales de una familia. Puede que no consigamos atraer población [con buenas telecomunicaciones], pero sí fijarla”.

Los lugareños aclaran que no se trata de conseguir lo mismo que en una ciudad, pero sí un servicio digno que les iguale en oportunidades. “El rural aporta mucho: turismo, alimentos, compensa la contaminación… damos y queremos recibir”, defiende el hotelero Javier Moragrega, quien pasa días incomunicado por el mal tiempo: “Saltan los fusibles que nos dan señal, hasta que va el alcalde a levantarlos…”.

El pasado marzo la Unión Europea (UE) publicó un informe en el que consideraba que los usuarios de Internet están expuestos a una “lotería geográfica en lo que respecta al precio, la velocidad y la oferta de servicios de banda ancha”. Los que siempre ganan son los núcleos urbanos más grandes —Madrid y Barcelona concentran el 62% de la fibra óptica de España—. La UE ha fijado unos objetivos para 2020 en materia digital que incluyen que “toda la población cuente con acceso a Internet de banda ancha”. Las zonas rurales esperan que ese momento llegue mientras otean un horizonte desconectado.

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Sobre la firma

Andrea Nogueira Calvar
Redactora en EL PAÍS desde 2015. Escribe sobre temas de corporativo, cultura y sociedad. Ha trabajado para Faro de Vigo y la editorial Lonely Planet, entre otros. Es licenciada en Filología Hispánica y máster en Periodismo por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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