“Su marido y ella dormían en camas separadas y usaban dos baños”
Compañeras de la auxiliar aseguran que había tomado precauciones en casa
Todas han dormido poco. Las compañeras de Teresa Romero Ramos pasaron la primera noche de aislamiento de la sanitaria conectadas al chat común. Todavía le dan vueltas a lo mismo. “Entré con ella a la habitación la última vez, no sé dónde estuvo el fallo, ¿quién me dice que el error no me afecta a mí también?”, comenta una en un corrillo a la entrada del hospital Carlos III, el centro público en el que fallecieron los dos misioneros contagiados por el ébola y en el que la auxiliar de enfermería permanece aislada en la planta sexta.
Durante toda la mañana, los trabajadores entran y salen del centro. A las 11 se concentran para pedir la dimisión de la ministra de Sanidad, Ana Mato, reclamar “sanidad pública” y solicitar “más información” sobre un caso del que aseguran estar conociendo los datos a cuenta gotas.
Varias de ellas acceden a hablar con este periódico, pero piden anonimato “por miedo a represalias”. Aseguran que tienen contratos eventuales y que el centro ha amenazado con echarlas si salen a la luz pública.
“Si a Teresa se le hubiera roto un guante, nos habríamos enterado”, explica una de las compañeras. La definen como una mujer “muy aprensiva y responsable” tras 15 años de experiencia, que pasó miedo mientras trabajaba y que tomó precauciones por su cuenta antes de que la atendieran en el hospital de Alcorcón el 5 de septiembre.
Varias compañeras comparten un chat telefónico con ella en el que la auxiliar alertó el 29 de septiembre de que tenía “décimas de fiebre”, según sus testimonios. “¿Cuánta fiebre hay que alcanzar para avisar?”, preguntó. “Todos los días nos estaba diciendo que avisó al 112 y que no le hicieron caso”, afirma la auxiliar que parece más indignada. El protocolo fijaba que debían tomarse la temperatura dos veces al día durante los 21 días que dura el periodo de observación.
En cuanto comenzó la fiebre, según sus compañeras, la auxiliar tomó medidas. “Su marido y ella ya dormían en habitaciones separadas y usaban dos baños distintos”, aseguran. Cuando notó los primeros síntomas estaba de vacaciones tras presentarse a un examen de oposiciones el pasado 27 de septiembre para intentar obtener una plaza fija.
Tenemos miedo, confiábamos en la protección del traje de trabajo
Teresa entró dos veces en la habitación en la que se aisló al segundo misionero, Manuel García Viejo. La primera vez, para atenderle. La segunda, para limpiar la estancia después de su fallecimiento. “Hizo todo como nos dijeron”, sostienen sus compañeras, que temen que le culpen a ella de lo ocurrido. Según varios testigos, es lo que pasó justo un par de horas después en una reunión interna.
A las dos de la tarde, el gerente del hospital de La Paz, Rafael Pérez Santamarina, se reunió con los trabajadores del Carlos III. Distintos asistentes señalan que el gerente defendió que los protocolos se cumplieron y que el contagio se debió a un fallo humano. Fue abucheado.
“Lo que nos han dicho que hiciéramos lo hemos seguido escrupulosamente. Somos las primeras interesadas en no propagarlo, tenemos familia, tenemos hijos...”, defiende una auxiliar. “Tenemos miedo, confiábamos en la protección del traje”, añade una enfermera. Las más asustadas, dicen, son las limpiadoras. Todos recibieron un cursillo que les sigue pareciendo insuficiente. Lo explica Juan José Cano, representante del sindicato Satse en el centro. “Dos personas en un escenario se ponían los trajes mientras el resto mirábamos desde el patio de butacas”, cuenta. Asegura que apenas duró “20 minutos” y que no hubo simulacros.
Teresa es muy aprensiva y responsable, actuó como le dijeron
En la planta sexta del hospital, a la que solo se puede acceder con tarjeta identificativa, había ayer cuatro habitaciones ocupadas. La de Teresa y la de otras tres personas en observación, entre las que se encuentra su marido. La quinta estancia de esta planta es un laboratorio. Las mismas compañeras que le dan ánimo desde el chat son las que tienen que entrar a atenderla en distintos turnos en su primer día de aislamiento.
“Sí, tengo miedo, pero me pondré el traje y pasaré a cuidarla, qué voy a hacer”, señala una. Cargan contra el uniforme con el que han trabajado desde que Miguel Pajares fue ingresado en el Carlos III a principios de agosto. Llevan todo doble. Dos perneras y dos pares de guantes, que se pegan a la piel con cinta americana “en la que dejas una solapita para poder tirar” de ella antes de quitártela, dice una que lo explica con gestos. En los accesos a las salas aisladas cuelgan dos carteles. Uno con 10 pasos a seguir para entrar y otro con otros cuatro pasos necesarios al salir. Deben desechar los objetos usados dentro de un contenedor en la habitación, dejar allí las perneras exteriores, retirar los guantes externos, “salir y cerrar la primera puerta”. Dicen que sus trajes son poco seguros y piden uniformes con más protección. La Comunidad de Madrid y distintos expertos consultados por este periódico señalan que la vestimenta es la adecuada.
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