Ocho meses soñando con Europa
El senegalés Mboca logró cruzar el Estrecho con su mujer y su hija de 13 meses En diciembre había adelantado sus planes a EL PAÍS en Casablanca
Mboca es senegalés, tiene 26 años y desde el martes se aloja en la primera de las tres pistas de pádel del pabellón polideportivo de Tarifa. Dos más allá, están su mujer y su pequeña de 13 meses. La familia se subió a la barca de plástico el martes con las primeras luces del día en una playa de Tánger. Ya lo habían intentado sin éxito el domingo. La expedición la completaban otras ocho personas: desconocidos que se prestaron a pagar a escote la rudimentaria embarcación para llegar a España.
La barca hinchable la compró él en un gran centro comercial de Casablanca por 3.000 dirhams (unos 300 euros al cambio). No le resultó difícil reclutar al resto del pasaje. En Boukhalef, el barrio de Tánger desde donde llevaba esperando meses para ejecutar su huida tras el largo éxodo emprendido en Senegal, había (y todavía hay) cientos de inmigrantes subsaharianos deseosos de saltar a Europa.
Mboca ya contó sus planes a EL PAÍS el pasado diciembre, en una casa abandonada y sin luz que compartía con 15 extraños.
Durante la penosa navegación, junto a sus nueve compañeros —la undécima pasajera era su propia hija de 13 meses, acurrucada en el regazo de su esposa—, la familia repartió el trabajo en turnos sin descanso. Mientras dos remaban, el resto achicaba el agua que amenazaba con hundir la embarcación.
“La barca avanzaba muy despacio en medio de las corrientes”, cuenta ya con su chándal de estreno en el pabellón de Tarifa. El viento, de poniente, alivió un poco la marcha cuando empezó a pegar el sol. Cada metro ganado era una victoria y en el horizonte no había rastro de las patrulleras marroquíes. Sobre sus cabezas sobrevolaban helicópteros. Todo el pasaje asumió que si eran españoles estaban salvados. La aeronave de Salvamento dio las coordenadas de la patera de juguete siguiendo una rutina que se repitió en casi un centenar de operaciones esta semana. Junto a su barca flotaban artilugios parecidos también repletos de inmigrantes. Una enorme lancha naranja emergió en la zona (el senegalés no recuerda si habían pasado ya la mitad del Estrecho) y comenzó el rescate múltiple. Una por una, el personal de Salvamento fue vaciando cada barca inflable. Llegó el turno de su familia y, una vez a bordo de la Salvamar, Mboca engulló unas galletas y bebió casi de un trago un botellín de agua, extenuado tras tantas horas de remar. Cogió a su pequeña en brazos y vio cómo su mujer se quedaba dormida.
Mboca ambiciona convertirse en taxista, el oficio que desempeñaba en Senegal por 10 euros al mes conduciendo de sol a sol. O camionero. Y poder mandar dinero a casa, donde quedan sus padres al cargo de sus otros dos hijos (de dos y tres años).
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