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“La Cataluña del futuro la hará la gente que habla árabe o castellano”

Muriel Casals, presidenta de Òmnium Cultural, reflexiona sobre el perfil de los nuevos independentistas en Cataluña

Daniel Verdú
Muriel Casals, presidenta de Ómnium Cultural.
Muriel Casals, presidenta de Ómnium Cultural.Jose Maria Tejederas Chacon

Muriel Casals (Aviñón, 1945) es la presidenta de Òmnium Cultural, la entidad que trabaja para la promoción de la lengua y la cultura de Cataluña y una de las piezas clave, junto a la Assemblea Nacional, en el llamado “proceso” de independencia. Profesora de Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona, comenzó a presidir esta institución en marzo de 2010, justo cuando el independentismo empezó a multiplicarse en España. Hija de exiliados nacida en Francia, asegura que personalmente vio que no había más opción que la independencia cuando el Tribunal Constitucional rechazó el Estatuto en 2010.

Pregunta. ¿Dónde sitúa el origen de la crecida del independentismo y el cambio de perfil de quienes lo apoyan?

Respuesta. Hay una corriente de fondo histórica, una voluntad de los catalanes de ser una nación. Y eso hace tiempo que lo defendemos. Me refiero a cuando en 1914 la Mancomunidat ya construye bases con la voluntad de hacer un Estado. Pero siempre ha habido una ilusión de que el Estado catalán pueda darse dentro del Estado español. En 2010 se rompió aquella voluntad del catalanismo tradicional de transformar España para que haya un sitio para nosotros como catalanes. Se puso entonces en evidencia que España es demócrata, desarrollada, moderna, con una cultura reconocida… pero no quiere ser plural. En ese momento se hizo un clic.

P. ¿Cuáles son las causas de un cambio tan radical de mentalidad?

R. El punto del inflexión es la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010, que puso en evidencia que no hay una posibilidad real de encajar las aspiraciones de los catalanes dentro del esquema político español. Ahí muchos pasamos de querer transformar España a querer transformar nuestra relación con España. Esa sentencia es la constatación de que España se gusta tal y como es, y de que nosotros nos hemos de preocupar por nosotros mismos. En estos momentos, además, crear un Estado nuevo es menos dramático que en el siglo XIX o en el  XX. Ahora se hace a través de una negociación; antes se hacía con guerras.

P. ¿No cree que la resolución sobre el Estatut es algo demasiado  técnico como para que haya generado un cambio tan amplio de mentalidad?

R. El mar de fondo es la crisis económica, que pone en evidencia que disponer de la recaudación de los impuestos es muy importante en una situación así. Mientras había vacas gordas, la actitud era “pagamos para no discutir”. Pero ahora que los recortes van a la sanidad y a la educación, vemos que no nos podemos permitir este trato fiscal tan duro. La conclusión es que no se puede tener un Estado del bienestar sin Estado. Así que no queremos que el dinero vaya a la Hacienda pública española. Hemos visto cómo hacían trenes donde no hacía falta…

P. ¿No le preocupa que a veces parezca que todos los problemas se han creado desde fuera y que escasee la autocrítica?

R. Hemos hecho muchas cosas mal. Nuestro país no será perfecto, pero queremos que tenga el mayor número de herramientas posible. Sí que se debate sobre los errores. Sabemos que esto es difícil y que hemos tardado mucho tiempo en darnos cuenta. No hemos hablado claro, y por eso a nuestros vecinos españoles les ha costado entendernos. Hemos estado acomplejados. Y ese es un error que podemos atribuirnos.

P. Me refiero a la crítica habitual que se hace a la corrupción procedente de España, cuando aquí sucede de igual modo.

R. La excusa de vivir en algo más grande te puede hacer olvidar que eres tú quien debe controlar al de al lado. Se ha argumentado mucho que el control social es más fácil en sociedades pequeñas. En Cataluña nos hemos hecho ilusiones de que éramos los protestantes mediterráneos, pero a veces nos hemos comportado como católicos hipócritas. Desgraciadamente no será el paraíso terrenal ni somos todos unos ángeles. Pero vivimos en un estado de ilusión que es un elemento que ayuda a ser mejor. La sociedad catalana está en tensión, y eso es una garantía de calidad democrática. La posibilidad de hacer trampas es más pequeña.

P. Como presidenta de Òmnium Cultural, ¿no le llama la atención que mucho de los nuevos independentistas ni siquiera hablen catalán?

R. El tema de la educación sigue siendo muy importante. Para los nuevos y los viejos catalanes es muy importante la inmersión lingüística. Asegura la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos. Y los ataques del Estado contra esto han irritado a muchas familias. Puede que ellos no hablen catalán, como Eduardo Reyes (presidente de Súmate, asociación citada en el reportaje) pero sus hijos sí. Ellos no reniegan de la patria de sus padres, pero defienden la patria de sus hijos.

P. ¿Y cómo se explica que un extremeño que lleva viviendo 10 años en Cataluña pueda defender la independencia de Cataluña?

R. Construir un país es una aventura muy estimulante. Y construirlo quiere decir diseñarlo. La Cataluña del futuro la hará la gente que habla suahili, castellano o árabe. Y participar en ello es muy atractivo. Por esa razón se han sumado muchas personas procedentes de otros lugares de España o del extranjero.

P. Muchos se han embarcado en este viaje por algo circunstancial como la crisis o la victoria del PP en las generales. ¿Cree que son roca sólida o que pueden variar fácilmente su postura?

R. Son roca solida, sí. Se han acogido a un movimiento mental y político que es sólido: la voluntad de construir un país nuevo. Hemos pasado de ser nacionalistas a ser nacionales. El centro político se ha movido, y por tanto el grueso de la población se siente cómoda.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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