La difícil reconstrucción de Filipinas tras el supertifón Haiyan
Margallo revisa la ayuda española al país, atrapado por desastres naturales, oligarcas y guerrilla
Mejor que regalar pescado es enseñar a pescar. Y mejor aún donar 25 botes, con todos los aparejos necesarios para faenar, como los que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, ha entregado este martes, como anticipo de un lote de 400, en la localidad filipina de Tacloban.
Tacloban es la “zona cero” del supertifón Haiyan (aquí llamado Yolanda), que el pasado 8 de noviembre barrió de este a oeste el archipiélago dejando un saldo de 6.200 muertos, casi 1.800 desaparecidos, más de cuatro millones de desplazados y 664 millones de euros en daños.
En Tacloban se registraron casi la mitad de las víctimas mortales, quizá porque, al contrario que en otras localidades vecinas, las autoridades no consideraron necesario evacuar a la población y se quedaron esperando la llegada de la ola gigante de barro que sumergió la ciudad y dejó anegado el mejor hospital de la región.
Cuatro meses y medio después, el centro hospitalario funciona a pleno rendimiento, con sus 250 camas ocupadas y todos sus servicios abiertos, y solo quedan apoyando al personal local dos cooperantes de la ONG Médicos del Mundo, frente a los 179 filipinos formados por la Agencia Española de Cooperación Internacional y para el Desarrollo (AECID) que llegaron a las 48 horas del desastre y los 35 médicos enviados desde Madrid pocos días después.
El caso del Haiyan es un ejemplo de la capacidad de respuesta de la cooperación española, a pesar de los drásticos recortes de los últimos años, frente a las catástrofes. Grupos electrógenos, plantas potabilizadoras, personal médico y logístico se movilizaron de inmediato para llevar auxilio a este lugar remoto del sudeste asiático. Los 3,3 millones de euros que las administraciones, central y autonómica, rascaron de sus menguadas arcas se convirtieron en 16 gracias a las generosas aportaciones privadas.
No se puede decir lo mismo de la reconstrucción. Cuatro meses y medio después del desastre, el 50% de la población carece de electricidad y el 70% de agua potable. Miles de personas siguen dependiendo de la distribución de comida por parte de las ONG y viviendo en tiendas de campaña de la Agencia de la ONU para los Refugiados, diseminadas por todos los rincones de la ciudad. El alcalde, Albert Romuáldez, quiere construir un nueva Tacloban a 10 kilómetros de la devastada y presume de que ya están casi acabados los estudios. Pero no hay tiempo para sueños urbanísticos: se acerca la temporada de lluvias y las lonas de las tiendas apenas resistirán los primeros aguaceros.
El alcalde de Tacloban se llama Albert Romuáldez como el aeropuerto de la ciudad, bautizado así en honor a su abuelo, que fue regidor y presidente del Congreso durante la dictadura de Ferdinand Marcos. También fue alcalde su padre, así que Albert es el último vástago, hasta ahora, de una dinastía que ha gobernado Tacloban por décadas y que está directamente emparentada con Imelda, la esposa del tirano que ordenó matar al padre del actual presidente Benigno Aquino.
Las diferencias en el seno de la oligarquía filipina parecen responder a querellas familiares, más que ideológicas, así que la comunidad internacional tuvo que presionar al Gobierno de Manila para dar prioridad a la ayuda destinada a un feudo de su rival político.
Con los botes de pesca donados por la cooperación española en Tacloban no se trata solo de ayudar a los damnificados por el supertifón, sino de facilitar medios de vida a los jóvenes para que no acaben enrolándose en la guerrilla maoísta que opera en la zona y que, perdido cualquier referente externo, se dedica al lucrativo negocio de la extorsión y el secuestro.
“Cuando se afronta la reconstrucción tras una catástrofe no se trata solo de volver a la situación anterior sino, en la medida de lo posible, de aprovechar la oportunidad para dar un salto adelante”, explica Manuel Sánchez-Montero, responsable de la Oficina de Ayuda Humanitaria de la AECID. En otras palabras: para hacer frente con garantías a los desastres naturales, primero conviene resolver los causados por la mano del hombre. Y eso no resulta tan fácil.
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