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Tribuna
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Irreformismo

El Gobierno no ha sido capaz de sacar adelante ninguna de las reformas que se precisan

Enrique Gil Calvo

¿Es España irreformable? Que necesita profundas reformas nadie lo duda. Económicas, con urgente cambio de modelo productivo. Políticas, con imprescindible refundación del sistema de partidos y el modelo territorial. Y sobre todo institucionales, con la anquilosada justicia y la impunidad de la corrupción como cuestiones cruciales. El problema es quién se lleva el gato al agua. La transición instauró un reparto del poder basado en la alternancia bipartidista que, a pesar de su sectario antagonismo (la retórica de la crispación), ha blindado un sistema que sólo beneficia a sus cúpulas haciéndolo irreformable.

Ahí está el caso del actual partido en el poder, que se define como reformista. Pues bien, a pesar de la mayoría absoluta que obtuvo por la catastrófica gestión del gobierno anterior, no ha sido capaz de sacar adelante ninguna de las reformas que se precisan. Es verdad que, al ser un gobierno de altos cuerpos estatales, ha revestido su gestión con una cascada de decretos oficialmente reformistas. Pero la mayor parte son papel mojado en flagrante contradicción con el espíritu de la ley, y ahí está para probarlo la flamante Ley de Transparencia. Es pues de sospechar que su pretendido reformismo ha sucumbido ante la prioridad partidista de tapar sus gravísimos escándalos de corrupción.

El resultado es que cuando la legislatura está amortizada tras iniciarse el ciclo preelectoral, España continúa en un agujero negro con todas las reformas esenciales pendientes de acometer. Y el único resultado práctico del ejercicio absoluto del reformismo gubernamental, los recortes presupuestarios y la reforma laboral, han sido contra-producentes pues sólo sirvieron para agravar la segunda recesión. Menos mal que, ante su evidente fracaso, y espoleado por la inminencia electoral, el gobierno ha decidido poner fin a la suicida política de austeridad, y por eso estamos saliendo a duras penas de la recesión.

Pero la oposición tampoco ha sabido ofrecer un programa ni una ejecutoria reformistas, pues han perdido estos dos años de travesía por el desierto sin acometer las necesarias reformas internas en su estructura partidaria ni proceder tampoco a una renovación personal y moral de sus élites dirigentes. Lo que puede explicarse, pero no justificarse, por la conveniencia de tapar sus responsabilidades por la ejecutoria de Zapatero y por sus propias corrupciones internas. El resultado es que, como demuestran los sondeos, nadie confía en la capaci-dad socialista para enfrentarse a las reformas que España necesita.

Ergo nuestro sistema resulta irreformable, como pregonan los promotores extramuros de un nuevo proceso constituyente que liquide el amortizado régimen de la transición. Pero queda una posibilidad de que el sistema se reforme a sí mismo. Y es que el resultado electoral rompa definitivamente el bipartidismo sin posibilidad de apuntalar mayorías turnantes con el apoyo de partidos bisagra. Entonces el sistema tendría que evolucionar hacia un nuevo régimen consociativo basado en el consenso multipartidario. Lo que brindaría una oportunidad para el reformismo regenerador. Los ciudadanos deciden.

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