El voto de la discordia
Puede que el PSC sin el PSOE no sea nadie en Cataluña, pero el PSOE sin el PSC, menos
La resolución decía así: “Se insta al Gobierno a iniciar un diálogo con el Govern de la Generalitat en aras a posibilitar la celebración de una consulta a los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya para decidir su futuro”. Por primera vez en la historia del Parlamento, el PSC y el PSOE votaron por separado. No es un acontecimiento menor. Otros jefes de los socialistas catalanes de más relumbrón que Pere Navarro, como Raimon Obiols, Narcís Serra o José Montilla, nunca osaron dar la orden de romper la disciplina del grupo. Todo el mundo pide explicaciones al PSC por haber votado a favor de esta propuesta. Sin embargo, ¿no son el PSOE y el PP los que deberían explicar porque votan en contra de un texto que solo pide que se abra una negociación política sobre una petición ampliamente respaldada por el Parlamento catalán? Oímos solemnes apelaciones a restablecer el diálogo y la negociación y cuando se lleva una propuesta al Parlamento se dice que no. Algunos expertos constitucionales sostienen que un referéndum pactado es perfectamente posible dentro del marco de la Constitución. PP y PSOE lo niegan antes de hablar. Se utiliza la legalidad no como marco compartido sino como frontera infranqueable en la que encerrar las voluntades democráticas discrepantes. En el fondo de la relación entre Cataluña y España subyace una cuestión de reconocimiento. Y PP y PSOE se niegan a reconocer a Cataluña otra condición que la de un apéndice de España.
La fractura parlamentaria socialista es síntoma de varios de los problemas que acechan a España: la crisis del régimen surgido de la Transición, la crisis de la izquierda y la crisis de la política.
Desde que la llegada del PSOE en 1982 estabilizó la nueva democracia, la vertebración política de España la han garantizado el PSOE y el PP, presentes en todos los territorios —aunque con la derecha siempre en falso en Cataluña—, con mayorías absolutas bien asentadas territorialmente, con capacidad para formar mayorías de gobierno con apoyos de los nacionalismos periféricos cuando era necesario, y con poder de control suficiente sobre todo el país. La ruptura de la disciplina de voto socialista es un síntoma del resquebrajamiento de los pilares que han sostenido el Estado de las autonomías. El PSC ha jugado un importante papel de partido bisagra en Cataluña, hasta que falto de ideas y obsesionado en la centralidad perdió la voz: “Hechos, no palabras”. La incapacidad de percepción de los cambios de la sociedad catalana le ha ido dejando fuera de juego. De pronto, se ha encontrado fuera del catalanismo político y alineado con el PP y Ciutadans, perdiendo la singularidad mestiza que le había hecho fuerte. Si el PSC quiere seguir jugando un papel en Cataluña puede no estar a favor de la independencia, pero no puede situarse rotundamente en contra de ella y menos de los procedimientos democráticos. Y si el PSOE no lo entiende así y rompe, perderá para siempre su capacidad vertebradora. Puede que el PSC sin el PSOE no sea nadie en Cataluña, pero el PSOE sin el PSC, menos todavía.
Esta pelea de familia es sintomática también de la crisis de la izquierda. El PSOE no remonta y el PSC sigue hundiéndose. Las dificultades para desarrollar un proyecto alternativo sobre la crisis debilitan enormemente a los socialistas, que no se benefician del desgaste de la derecha. En Cataluña, la hegemonía del PSC sobre la izquierda ha terminado. Tal como están las cosas, cualquier proyecto de recomposición de la izquierda catalana puede que cuente con el PSC, pero no se hará desde el PSC ni liderado por el PSC. En España, la caída de los dos grandes partidos propiciará probablemente la aparición de un frente amplio de izquierdas al margen del PSOE. El PSOE se equivoca si cree que sus males vienen de los problemas que les crea el PSC: es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
En fin, este desencuentro entre PSOE y PSC evidencia también la crisis de la política. PP y PSOE no parecen querer ver las señales que vienen de Italia. Responder con un portazo a la petición de iniciar un diálogo para pactar un referéndum, es cumplir los requisitos que han llevado a los italianos a dar un escarmiento a la clase política: minimizar las demandas ciudadanas, despreciar las propuestas democráticas, reducir la política a una pelea entre gallos parlamentarios. La política ya no puede ser cosa de dos. ¿Se resignan, PP y PSOE, a que el próximo portazo vaya para ellos?
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