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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi padre, mi amigo, mi camarada

Era tranquilo, sereno, metódico. Nunca demostró tener miedo, aunque lo sentía

Cómo despedirme de alguien que durante tanto tiempo ha significado todo para mí. Santiago ha sido mi padre, mi amigo, mi camarada… He tenido el privilegio de estar al lado de un personaje único e irrepetible en la historia de España. La Transición española no la hicieron los políticos, fue obra del pueblo, pero qué duda cabe que el papel de Santiago Carrillo fue decisivo en el restablecimiento de las libertades democráticas porque supo comprender que era preferible una urna de cristal, en la que una mano de pueblo mete voluntad de pueblo, que el sable de un general. Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, frente a frente en una mesa, con dos cajetillas de tabaco, decidieron hablar de política con mayúsculas y evitar que corriera más sangre, en una España que trataba de superar una Guerra Civil y que salía de cuarenta años de dictadura.

Santiago Carrillo era sereno, tranquilo, metódico. No demostró nunca tener miedo, aunque lo sentía como cualquier ser humano. Como dirigente del Partido Comunista y hombre de Estado, se vio obligado a tomar decisiones difíciles. De algunas fui testigo. Aprobada la legalización del Partido Comunista, cuando esperábamos la comunicación oficial de José María Armero, en mi casa de Cannes, se le comunicó que era imprescindible que el Partido Comunista aceptara la bandera roja y amarilla, símbolo de la España de Franco. Le pregunté: “Santiago, ¿qué vamos a hacer si llevamos años luchando por la bandera republicana?” Él me dijo: “Cuando luchábamos por ella lo hacíamos por la democracia y la libertad, no las vamos a perder ahora por el color de una bandera que, además, no es la nuestra; la nuestra es la roja”.

La Transición comportó un sacrificio inmenso para la izquierda. La actuación de Santiago Carrillo facilitó el consenso entre posiciones que parecían irreconciliables. Por ese sacrificio y por la generosidad que demostró la izquierda para facilitar el restablecimiento de las libertades en España, ha llegado el momento de que pongamos punto final a la historia de vencedores y vencidos.

No sé cómo vamos a llenar el vacío que nos deja la ausencia de Santiago Carrillo en la vida pública. Hasta el final de su vida siguió manteniendo una mente lúcida y crítica. Atento a los sucesos de nuestra historia actual, se mostraba muy preocupado por los efectos perversos de la crisis que estamos atravesando. Hace unos meses advertía a los jóvenes que llenaban el auditorio en unas jornadas celebradas en la Universidad de Valladolid que el miedo, inevitable en periodos de sufrimiento y dificultades, facilitaba el ascenso de los totalitarismos.

Te voy a echar de menos, Santiago. Me gustaría poder decirte hasta pronto, pero no soy creyente y todavía quiero seguir un poquito más aquí. Un placer, camarada.

Teodulfo Lagunero es catedrático de derecho mercantil, fue mecenas comunista e íntimo amigo de Santiago Carrillo.

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