El voto clave de ‘la comandante Robles’
Pronunciar su nombre provoca reacciones. Ella lo sabe, pero parece no importarle: “Siempre me ha dado igual lo que la gente diga, hago lo que creo que tengo que hacer"
Nadie podría imaginar que detrás de esa chaqueta de flores chillonas, de esa melena morena que moldea con garbo y de esos ojos que casi parpadean aposta; nadie podría pensar que tras esa calculada coquetería parlanchina de risa fácil se esconde “la comandante Robles”. Así la conocen muchos. También por “Marga”, o Margarita, a secas. Y para España, en general, es Margarita Robles (León, 1957), vocal y pieza clave del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el máximo órgano de la judicatura, que hoy tratará in extremis de elegir un nuevo presidente, después de que el dimisionario Carlos Dívar lo haya dejado en los huesos del prestigio con sus viajes a Marbella, sus hoteles y sus cenas para dos a costa del erario público.
Pronunciar su nombre provoca reacciones, algunas hasta cutáneas. Ella lo sabe, pero parece no importarle: “Siempre me ha dado igual lo que la gente diga, hago lo que creo que tengo que hacer, guste o no guste”, suelta con su voz de campanilla, repanchingada en el sillón de su despacho. Dice que esa actitud es similar a la que le llevó a dejar de beber a los 18 años vodka con lima, “la bebida de moda” que tomaban sus amigas: “Nunca me ha gustado el alcohol, no bebo más y se acabó”. Y así va Robles por el mundo, llevando a gala su “independencia” y haciendo amigos y enemigos. No se ha casado con nadie en su vida. Es soltera: “Ni aguanto ni me aguantan, supongo”. También políticamente: “No soy de ningún partido”. Con ese talante fue como, siendo una de “las chichas de Juan Alberto Belloch”, en su etapa (1993-1996) de biministro de Interior y Justicia con Felipe González, y ella secretaria de Estado de Interior (junto a María Teresa Fernández de la Vega, de Justicia, y Paz Fernández, de Prisiones), hurgó “hasta el final” en los huesos de los GAL, destapando las torturas sufridas por los etarras José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala cuando sus restos fueron encontrados. Así también, con su reconocida “cabezonería” e “inflexibilidad”, hasta enchironar al general Enrique Rodríguez Galindo, “que escribió un libro [Mi vida contra ETA] y fue muy respetuoso conmigo”, apostilla ella. Y así fue también como persiguió a Luis Roldán hasta Laos y lo trajo de vuelta al trullo: “¿Cómo íbamos a dejar que, mientras se malvivía en los cuarteles, ese señor se estuviera llevando el dinero de la Guardia Civil?”. Ella se pregunta y ella se responde: “Había que traerlo como fuera”. Y, del mismo modo, cortó el grifo de los “chantajes” de los policías José Amedo y Michel Domínguez, protagonistas de la guerra sucia: “Con el chantaje, tolerancia cero”, recalca. Y, en estas, un alto cargo de las fuerzas de seguridad del Estado espetó: “La pequeñita los tiene cuadraos”.
Si Ferrándiz opta a la presidencia, yo votaré por él. Me ayudó mucho
Como con Juan Alberto Belloch, que acabó como el rosario de la aurora (“hay cosas que no puedo aceptar y lo dejo ahí”), son muchos los que fueron sus amigos (incluso padrinos) y luego enemigos. Esa fama le precede. De algunos padrinos, como José Blanco (exministro de Fomento y ahora investigado por cohecho y tráfico de influencias), de quien se dice que fue el que la aupó como vocal del Consejo, se desprende ella misma: “Le conozco por una amiga, pero no es mi padrino”.
Primera de su promoción. Por cierto, la misma que la de su también primero amigo y luego enemigo Baltasar Garzón, “que fue el número diez”, recuerda, y a quien dice tener “aprecio y respeto”, frente a la idea generalizada de que ella “se lo cargó”. “Es muy duro lo que le ha pasado, a veces cae quien no tiene que caer, yo solo planteé una duda jurídica”.
Primera mujer en presidir una Sala de lo Penal y también primera presidenta de una audiencia provincial en Barcelona, adonde se fue a vivir con sus padres a los 12 años. Fue precisamente en la capital catalana donde conoció al que ahora ella postula como futuro presidente del CGPJ, el magistrado del Supremo José Ramón Ferrándiz. “Me ayudó mucho en mis comienzos”, justifica. “Si opta a ser presidente, yo votaré por él”, añade. Que quede claro: Robles vota por Ferrándiz, aunque nadie lo entienda, aunque ella sea miembro fundador de la asociación progresista Jueces para la Democracia (JPD) y (aunque sin carnés ni militancias) haya estado más cerca de las líneas socialistas y él pertenezca a la conservadora Asociación Profesional para la Magistratura (APM). Ella, “aunque podrían ser otros muchos”, le quiere a él. Luego desglosa las cualidades de un “buen” presidente del Consejo: “Doy por sentado que es una persona con prestigio jurídico, pero además capaz de plantar cara al poder Ejecutivo, valiente y empática”. Un perfil que no encaja teóricamente con su candidato, a ojos de quienes conocen a Ferrándiz en la distancia corta y le describen como “huidizo, un técnico que maneja bien la herramienta, integrista, asocial, con un sentido del humor en peor estado que la prima de riesgo… Casi preferiría a Dívar”, dice un histórico magistrado del Supremo. Ahí es nada.
El presidente tiene que ser alguien que plante cara, valiente y empático
El caso es que lo que ahora le preocupa más a esta señora es que hoy salga un presidente: “Es nuestra primera obligación, no podemos consentir más injerencias políticas que debilitarían más la institución”, dice sin negar el malestar que le producen las iniciativas de Alberto Ruiz-Gallardón al frente del Ministerio de Justicia: “Entre Caamaño [anterior ministro], que escuchó y recogió propuestas del Consejo, y este, que ni ha preguntado, no hay color”.
Ha sido criticada hasta la saciedad, dentro y fuera de los muros de esa jaula de grillos que es el Consejo, por su demostrada capacidad para urdir alianzas con el diablo. Fue partidaria de una solución dialogada al conflicto vasco y ahora dice, sin pelos en la lengua: “Todos sabemos que Otegi no tendría que estar en la cárcel”.
Robles describe la situación del Consejo como “de emergencia: nunca había sucedido algo así”. Pero está por ver que los 20 vocales que volverán a sentarse hoy en el pleno consigan elegir presidente. Robles es de la opinión de que este Consejo nació muerto el día de 2008 que el Gobierno propuso a Dívar como presidente y todos los vocales, con sus votos a favor, corearon el sí bwana. “Le voté porque me pareció que tuvo coraje en algún momento, pero me ha defraudado”, dice para explicar su rechazo manifiesto después (solo cinco vocales de los 20 reprobaron a su ahora expresidente).
De todas las urticarias y rechazos que provoca por su fama de maniobrera, Robles se defiende siempre con lo mismo: los votos. “Hacen falta 12 y yo tengo uno, aunque consiguiera convencer a cuatro faltarían ocho. Pensar que yo puedo manipular tanto es considerar que demasiada gente es demasiado tonta”. Ahora su voto ya está claro. Y después, que la busquen en Alaska. Literalmente.
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