“En las entrevistas te descojonas, te piden de todo pero te pagan 800 euros”
Estudiantes, trabajadores, parados, 'nimileuristas' se manifiestan en Madrid contra una reforma que crea “esclavitud laboral”
Un mundo sin sueños. Un futuro laboral incierto, más incierto que nunca, es lo que llevó a manifestarse a miles de personas en el centro de Madrid, aunque la afluencia parecía menor que el pasado 19 de febrero. Entre ellos, nimileuristas, parados y jóvenes hartos de enlazar contratos temporales, sí. Pero también familias enteras con la vida resuelta que quieren para sus hijos las mismas oportunidades que ellos tuvieron. Que están dispuestos a pelear por derechos sociales ganados en la calle por sus padres y abuelos y que ahora consideran en peligro. O simplemente quieren que los servicios públicos mantengan su calidad, ahora que los recortes se ciñen sobre ellos.
Fernando, de 28 años, nimileurista. Estudió un módulo superior de electrónica. Hoy en día es ingeniero técnico informático y cobra menos de 800 euros. Es el trabajo mejor pagado que ha encontrado. Pero ni siquiera cotiza como ingeniero sino como auxiliar administrativo. “Todos los días echo currículos para ver si consigo algo mejor pero no hay nada”. “En las entrevistas te descojonas, te exigen todo, quieren que seas experto en todo, que seas trabajador, que estés dispuesto a hacer horas extras, que te comprometas con la empresa y luego te dicen que por todo eso te quieren dar 800 euros”. Vive todavía con sus padres, y aunque le gustaría independizarse junto a su novia, ingeniera técnica en Telecomunicaciones y en paro, es imposible. Por eso está pensando en buscar trabajo fuera de España.
Santiago Oviedo, 24 años, físico. Está acabando un máster en Física Teórica y percibe una beca de investigación de 400 euros al mes. Vive con su madre, porque le resulta imposible independizarse. “Vengo a manifestarme por todas las putadas a las que no están sometiendo los políticos, que nos están convirtiendo a todos en pobres”, asegura. Para Santiago, “la situación se va a la mierda, mientras que a otros, los más ricos, les va estupendamente”. No está buscando trabajo sino becas de doctorado “pero no hay forma de encontrarlas”. “Si quiero seguir investigando, tendré que irme fuera de España y si quiero trabajar, probablemente también”.
Alberto Aguilera, 42 años, soldador. Acaba de ser despedido “de su empresa de toda la vida”. “Esperaron a la reforma” para echarlo, “porque el despido le salía más barato”. Por eso critica duramente la reforma laboral aprobada por el Gobierno del PP: “Ahora buscan menores de 30 años que estén en paro porque les sale más barato contratarlos con los contratos de formación”. Su mujer, María José Cortes, también está en paro. Trabajaba en una empresa de artes gráficas y la echaron “hace cuatro o cinco años”. Viven en Leganés (Madrid) y tienen dos hijos de 10 y 12 años. Buscan trabajo “sin parar”. “Todos los días echamos cuatro o cinco currículos pero o no hay trabajo o es muy precario”.
Domingo y Alfonso, profesores de secundaria. Los dos lucen las camisetas verdes que se hicieron famosas en las protestas que reclamaban una enseñanza pública y de calidad. “Lo único que provoca la reforma es más precariedad y más paro”, aseguran. Creen que los trabajadores son “los que más sufren las consecuencias de la crisis” mientras que quienes la han provocado siguen enriqueciéndose. Los centros educativos han sufrido fuertes recortes por los despidos de gran parte del personal laboral. En el instituto de Alfonso, hay “ocho profesores menos”. En el de Domingo, también se nota la crisis porque “las tasas para los alumnos son más altas”.
Chema Pérez-Aloe, celador del hospital de Getafe. En su hospital “se han rebajado drásticamente el número de contrataciones y no se cubre ninguna baja”. Su mujer, profesora de un instituto de secundaria, trabaja, en teoría media jornada. “Pero le han completado sus horas de trabajo con otras muchas que tiene que hacer por la falta de personal que han generado los recortes”, protesta Chema. Ayer, sus hijos, de tres y cinco años, le preguntaron si acudía a la manifestación porque iba a perder el trabajo. “Traté de explicarles que se estaban perdiendo derechos laborales que habían ganado sus padres y abuelos desde hace más de 30 años y que ellos lo van a tener mucho más difícil que nosotros”, asegura. De hecho, según cuenta, “a los niños ya les afecta la crisis porque se han suprimido clases de apoyo y talleres”.
Alicia Sánchez, 31 años, trabajadora social. Tiene un buen trabajo y no se queja de su sueldo, pero cree que los recortes y la reforma laboral “son una estafa y que quien tenga un mínimo de sensibilidad con la justicia social tiene que acudir a la manifestación”. Alicia trabaja en una asociación de personas sin hogar. Desde que empezó la crisis “la gente va de mal en peor, han quitado el dinero para los temas de salud mental, de drogas y otro tipo de atenciones de carácter básico”. Según ha constatado, en “los comedores sociales cada vez hay más gente”.
Ángel, 31 años, ingeniero de caminos. Su empresa atraviesa una “mala situación por el parón de la obra pública”. “Muchos compañeros han perdido el trabajo porque dependen de los contratos de las administraciones”, cuenta. Ángel está “radicalmente en contra de la reforma” porque lo único que va a hacer es “abaratar todas los salarios” y “quitarle toda la fuerza al trabajador porque le impide negociar”. Si perdiera el trabajo, “no tiene muchas opciones para reinventarse: “En todos los trabajos piden una experiencia específica que él no tiene” porque ya es “ingeniero de caminos” y lamenta “haberse estado formando toda la vida para trabajar en una cosa distinta”.
Maricarmen, 54 años, limpiadora. Ha acudido a la manifestación junto a su marido, José Ignacio, de 51 años, empleado en una empresa de control de plagas. Ninguno está en paro pero protestan para “luchar contra la esclavitud laboral” y “por el futuro de nuestros hijos”. Tienen dos, de 22 y 27 años, pero solo trabaja el mayor. “Es profesor de natación y vive en casa porque no tienen dinero para irse a vivir solo”.
Raúl, 34 años, médico. Raúl es especialista en medicina interna. Desde que terminó la residencia en 2002, ha enlazado contratos temporales “uno detrás de otro”. Ha tenido contratos de seis meses, de tres e incluso de días. “En un mes llegué a encadenar más de 40 contratos en mi hospital”, explica. Cobra las guardias de 24 horas como si hubiera trabajado 17. Cree que la reforma laboral “va a crear más precariedad y más explotación de los trabajadores”. En cuanto a la sanidad pública, considera que “tratan de cargársela para después privatizarla”.
Sara, 30 años, auxiliar administrativa. Trabaja en el hospital madrileño Ramón y Cajal. “No se están cubriendo las plazas necesarias, están reduciendo el personal, no se cubren ni bajas ni vacaciones y se están amortizando los puestos de las persona que se jubilan”, se queja. Critica que la congelación de sueldos es una manera de disfrazar una bajada de salario: “Ha subido el IRPF y nos han incrementado las horas de trabajo” para justificar que no es necesario reforzar el personal. Los que protestan son los pacientes, pero ellos “no dan para más”.
Álvaro, 23 años, ingeniero informático. Trabaja en una gran empresa y gana unos 1.400 euros al mes pero ha querido participar en la manifestación porque “la reforma laboral está agrediendo los derechos de los trabajadores”. “Es importantísimo defendernos porque solo buscan abaratar el despido y desmejorar las condiciones de los trabajadores”, reclama Álvaro. Según cree, la reforma “no va a generar más productividad ni empleo”. “Lo único que va a aumentar es el miedo de los trabajadores”, añade. Sobre la huelga general, considera que hay razones de sobra para secundarla pero asegura conocer a gente que “no la va a hacer porque tiene miedo de que la empresa tome algún tipo de represalia”.
Ivonne, 24 años, matemática. Es becaria del Instituto Nacional de Estadística (INE) y cobra 670 euros al mes. Le gustaría ser profesora, si es posible, en la enseñanza pública. Pero no tiene muchas esperanzas de conseguirlo: “Con los recortes no va a haber oposiciones y si las hay van a ofertar poquísimas plazas”. El año pasado, tras licenciarse, no encontraba trabajo y se fue a Londres donde la contrataron como limpiadora hasta que le concedieron la beca del INE. “Pero se acaba dentro de un año” y no sabe qué hacer después. “Esta reforma condena a los jóvenes a coger cualquier cosa, en las condiciones que sean”, protesta. Y zanja:“Da igual los años que te has pasado estudiando, los idiomas que sepas y la formación que tengan, estás obligado a aceptar”.
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