Rajoy en la unidad de elogios intensivos
Dejarse llevar a cualquier parte por esa extraña pareja de Merkozy sería un desatino
Mariano Rajoy, que tantas derrotas a los puntos llevaba encajadas, se recupera ahora del aturdimiento que algunos habrían querido causarle presentándole al cobro facturas infladas por ayudas que nunca prestaron, simulando haber sido decisivos para el logro de la aplastante victoria del 20-N. Una victoria que Rajoy y su asesor de cabecera Arriola saben bien que fue un fenómeno sobrevenido por causas naturales, a la espera de que la crisis terminara con la burbuja de la construcción y con las otras burbujas. Mientras, el PSOE interiorizaba el fin de su propio ciclo y ZP ponía fin al optimismo antropológico y adoptaba la actitud de inmolación del Ecce Homo. Por ahí vino aquel ataque de responsabilidad, del cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste. Sin una narrativa de acompañamiento que explicara la voltereta desconcertante para el público.
En resumen, para Rajoy se ha verificado el estricto cumplimiento del principio según el cual en este país, quien resiste, gana, como sostenía con cinismo convincente Camilo José Cela. Así que el líder victorioso se encuentra todavía recluido en la unidad de elogios intensivos aunque se asegura que, en breve, le pasarán a planta, con un tratamiento más relajado y un régimen de visitas más abierto. Los primeros días han sido de aislamiento, sin más contactos que los prescritos por los facultativos que dieron prioridad a los de carácter oxigenante y ricos en proteínas, sin contraindicaciones ni gérmenes patógenos. Por eso, pudieron ser aceptados banqueros y empresarios de buena disposición. La primera decisión de urgencia fue la de designar a Soraya Sáenz de Santamaría al frente de la comisión para el traspaso de poderes. Quedaba así preconizada como vicepresidenta y ministra de la Presidencia pero se evitaron otras transparencias que permitieran deducir intenciones. La lista de quienes formarán su Gobierno tras la investidura se mantiene en el congelador, sin aditivos ni conservantes.
En cuanto a la composición del Gabinete, que tanta curiosidad suscita, responderá más a las anotaciones preestablecidas a partir de perfiles bien definidos, que a la avidez de los últimos especialistas en amaneceres. Habrá algunos premios a quienes aguantaron el peso del día y del calor, durante los ocho años cumplidos en la travesía que ha recorrido como aspirante. Habrá también algún castigo a quienes exigieron con gran estruendo mediático su inmediata retirada, tras la segunda derrota en 2008. La magnanimidad, que tanto se receta para administrar la victoria, no alcanzará niveles anestésicos, ni borrará la memoria de esos agravios reveladores sobre la naturaleza del entorno humano que le rodea. Los castigos, más que una venganza parecerán un accidente. Habrá una ponderación al alza de la variable confianza que sirve de muleta a los políticos. Pero se conjugará teniendo en cuenta otras, como las de trayectoria recorrida, valor probado, servicios relevantes, capacidad demostrada y contraste de méritos.
Desde la noche del escrutinio, Mariano Rajoy se ha prestado a componer la figura de príncipe concorde, junto a un presidente Zapatero en fase de eclipse total. Se le ha visto comprometerse o al menos simularlo en aras del consenso en torno a la posición que conviniera adoptar a España en las inaplazables comparecencias europeas con los compromisos del déficit, la deuda y la prima de riesgo. Con los asuntos de la Unión en estado incandescente, el Rajoy inminente piensa cuánto le hubiera convenido aprovechar estos últimos ocho años para tejer relaciones personales y políticas con los líderes que ahora va a encontrar como sus pares en Bruselas. Desde luego debería descartar que su pedestal deba erigirse sobre la denigración de su antecesor, a base de invocar infernales descubrimientos de deudas el primer día de jurar el cargo. Hacerlo sería suicida.
Mario Monti, que está montado al aire por arte de birlibirloque sin haber pasado por las urnas, acaba de ofrecer un ejemplo. Sin hacer gesticulación alguna ha logrado ser considerado en la escena internacional como un valor añadido para Italia, desde el minuto cero de asumir el cargo de primer ministro. Claro que traía los deberes hechos y le avalaba la tarea cumplida en las instituciones de la Unión, en tanto que comisario de la Competencia. Mientras, lo de Mariano Rajoy en Bruselas está por ver. Allí, además de infundir confianza y presentarse en plan cumplidor tendrá que plantear iniciativas de ámbito europeo y bloquear aquellas que lo reclamen por su sesgo nacionalista o su inconveniencia manifiesta. Dejarse llevar a cualquier parte por esa extraña pareja de Merkozy sería un desatino.
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