“Segregar a los alumnos por su lengua es una aberración”
EL PAÍS visita cinco escuelas para conocer la realidad del sistema educativo catalán Hoy, el colegio público Rafael Alberti La jefa de estudios del centro se muestra contraria a la separación de los estudiantes por la lengua
Clase de matemáticas en primero de primaria de la escuela pública infantil y primaria Rafael Alberti de Badalona. Los niños salen a la pizarra a escribir los números de dos cifras que se les dictan en catalán. Casi todos atinan, pero alguno se atasca con los que difieren más del castellano, como el setze (dieciséis).
Sobran dedos de una mano para contar los que no son hijos de inmigrantes, lo mismo que ocurre en las orlas que cuelgan en las paredes del centro, que funciona desde hace 30 años. Y faltan dedos de las dos manos para enumerar sus países de origen: de China a la República Dominicana, Rumania, Polonia, Pakistán, Marruecos, India o Filipinas, entre otros.
“Todos hablan castellano, pero en el recreo se oye muchas lenguas. El catalán es residual, en esta escuela tiene una salud muy precaria. Por eso, más que nunca, es necesaria la inmersión lingüística, porque necesitamos un hilo conductor”, explica Neus Casablanca, la directora, que llegó hace 20 años, cuando la realidad lingüística y social no tenía nada que ver con la actual. “Entonces la diferencia era entre hijos de inmigrantes españoles y gitanos. Ahora todo ha cambiado”. De las tres líneas por curso se ha pasado a una, porque se construyeron otros centros en el barrio y la escuela Rafael Alberti empezó a vaciarse. Al final ha quedado como un centro de acogida en el que los alumnos inmigrantes oscilan entre el 65 y el 70%, depende del año.
La inmensa mayoría de las familias repiten la matrícula de un curso a otro, pero alguno acaba yéndose. “Aquí hay muchos moros”, le espetó, a modo de justificación una madre a la directora el año pasado. “Pero tú eres marroquí”, le recordó. “Ya, pero yo llevo 25 años aquí y ellos acaban de llegar”. Una anécdota muy parecida a la de dos críos de origen chino, que el año pasado se estaban peleando en el patio en su idioma. Cuando una profesora los separó les pidió explicaciones. “Es que me ha llamado chino”, dijo el niño. “Pero es que lo eres”, le recordó. “Sí, pero yo he nacido aquí y él no”, replicó.
14 padres, de más 300 alumnos, acudieron el año pasado a los cursos de catalán para adultos.
“Nunca, nunca”, recuerda Casablanca, ha habido quejas de padres por la inmersión lingüística. Ni peticiones de escolarización en otra lengua distinta al catalán. “No se puede segregar a los alumnos por su idioma. Eso es una aberración. Ha de haber una lengua conductora y no puede ser otra que el catalán”, añade Antònia Botargues, jefa de estudios. “Si estamos conviviendo con tantas lenguas sin conflicto, ¿porqué favorecerlo?, se pregunta. “El catalán está en una situación alarmante en este centro”, advierte. “Tanto, que tenemos que pedirles a los niños que nos hablen en catalán, porque inmensa mayoría lo hacen en castellano”.
El profesorado les sugiere que vean TV-3 en sus casas, pero los esfuerzos son inútiles. “Con las antenas parabólicas lo que acaban poniendo son canales extranjeros de sus países”, dice Neus Casablanca. Con todo, cuando acaban la primaria, los resultados son satisfactorios, explican los profesores. El 90% de los críos alcanza lo que la Generalitat define como “competencias” en castellano, que no es otra que los conocimientos necesarios, y que en el caso del catalán es del 80%.
La escuela también intenta, sin demasiado éxito, extender el catalán entre los padres. 14 de ellos, de más 300 alumnos, acudieron el año pasado a los cursos de catalán para adultos. Por suerte todas fueron mujeres, porque la presencia de un hombre las hubiera disuadido, como ocurrió en una ocasión. Y por fortuna también, había una profesora, algo normal en un centro en el que solo hay un maestro en un claustro de 27 profesores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.