“El capitalismo tiene una marcada intención de anular lo que nos hace singulares”
La directora del Plan Maestro urbano de La Habana, Patricia Rodríguez Alomá, cree que debe existir un nuevo Objetivo de Desarrollo Sostenible, el 18: la cultura como herramienta transversal en la Agenda 2030
Toma notas en un pequeño cuaderno, con letra caligráfica y ordenada. Quizás para que no se le olvide nada, aunque no necesita mirarlo cuando interviene. Tiene un discurso tremendamente articulado sobre sus áreas de conocimiento: arquitectura, urbanismo, patrimonio y cultura. Patricia Rodríguez Alomá (La Habana, 1959) trabaja en la Oficina del Historiador de la ciudad de la Habana, dirigiendo desde 2003 el Plan Maestro de la urbe, un instrumento pionero que va más allá de la mera ordenación territorial; apunta al desarrollo integral del territorio poniendo a las personas en el centro.
Rodríguez pasó por Bilbao acompañada de su delegación para presentar el trabajo realizado en estos últimos años en materia de patrimonio y desarrollo y el papel de la cooperación internacional en la definición de estrategias, sistematización de saberes y puesta en marcha de experiencias piloto. Defiende las obras de su equipo con pasión y emoción y recalca el importante compromiso político y social que supone construir ciudad o, como ella lo denomina, “el producto cultural más complejo creado por el ser humano”.
Pregunta. Usted aboga en su discurso por incluir la cultura como un pilar fundamental del desarrollo, proponiendo incluso la creación de un nuevo Objetivo de Desarrollo Sostenible, el ODS 18. ¿Por qué es necesario?
Respuesta. Se tiende a argumentar que la cultura es transversal y está presente en todos los objetivos, sin embargo otros aspectos también son transversales y tienen un ODS específico, como el medio ambiente, lo social y lo económico.
En una investigación en la que participamos junto con la Oficina Regional para la Cultura para América Latina y Caribe de la UNESCO se estudió la presencia de la cultura en los ODS y en la Agenda 2030, concluyendo que está escasamente representada en los 17 objetivos y sus correspondientes metas. Sin embargo, nos llamó la atención que en la preparación de este documento en el seno de las Naciones Unidas se habían llevado a cabo debates muy interesantes que relacionaban cultura y desarrollo sostenible. Se había avanzado tanto en la concreción que podría haberse incluido otro.
P. ¿Y por qué creen que no se ha tenido entonces en cuenta?
R. La cultura está muy relacionada con la soberanía de los pueblos y con la aceptación de la diferencia. El sistema capitalista nos quiere homologar; que todos tengamos las mismas opiniones y patrones de gusto. Quiere dictarnos cómo ver la vida, que tengamos el mismo concepto de belleza, la misma alimentación... El patrón que quieren imponer no se corresponde con los criterios específicos de cada región o país, pero nos lo meten por los ojos a través de los medios de comunicación, las redes sociales, la producción cinematográfica… Tiene una marcada intención de anular lo que nos hace singulares. Esa pluralidad de entendimientos que, en muchos casos promueven una mayor responsabilidad hacia el medio ambiente y a la naturaleza que nos rodea, hace que la cultura se vuelva algo molesto. Es muy potente.
P. La Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana tiene la competencia de promover la cultura como eje vertebrador de toda acción de desarrollo. ¿Eso cómo se hace?
R. Cuando en 1993 se otorgó esa competencia a la oficina fue muy innovador porque supuso una obligación: se reconoció a la cultura como motor del desarrollo y a la comunidad como protagonista y beneficiaria principal de él. Es una suerte de círculo virtuoso: es esa misma comunidad quien produce la cultura, quien la porta y la transmite de generación en generación, y es la que se debe aprovechar de sus repercusiones. Por eso no podemos separar la recuperación del patrimonio urbano del humano y social.
En 1993 se reconoció a la cultura como motor del desarrollo y a la comunidad como protagonista y beneficiaria principal de él
Iniciativas como Rutas y Andares, la Casa de la Poesía, la Casa Insurgente, La Habana Espacios Creativos, la Casa de Titon y Mirta, muchas de ellas ejecutadas gracias a la cooperación internacional, son ejemplo de que la cultura se articula y dota de contenido otros ámbitos de desarrollo.
P. Tiene un ensayo que se titula Nada urbano me es ajeno en alusión al proverbio “nada humano me es ajeno”… ¿Considera que lo urbano y lo humano son lo mismo?
R. Efectivamente, van de la mano. No se puede pensar en ciudad sin pensar en la ciudadanía y en su participación clara y útil. Pero para que esto no sea pura demagogia la ciudadanía tiene que estar preparada. Por eso creemos que hay que hacer pedagogía urbana, hay que comunicar cómo se crea ciudad, cuáles son las mejoras prácticas, señalar aquellas que son nocivas... para que las personas puedan escoger y proponer, uniendo la sabiduría popular con la experticia y conocimientos profesionales. En este proceso incluyo también a las instituciones y a todas las fuerzas vivas de la ciudad con las que también hay que hacer pedagogía y promover el debate.
P. ¿Hay alguna fórmula para construir la ciudad de esa forma participativa?
R. Nosotros hemos sistematizado varias experiencias que creemos válidas. Una es la creación de una metodología de presupuestos participativos que desarrollamos con el vecindario de diferentes barrios. Con ellos se definió conjuntamente la restauración de una escuela secundaria básica, la mejora del equipamiento de un centro de salud y un servicio de fisioterapia. Este ejercicio piloto se convirtió en una herramienta que ahora recoge la Ley de Municipios.
También la construcción participativa de un instrumento que orienta el desarrollo integral del centro histórico de La Habana hasta 2030: el Plan Especial de Desarrollo Integral (PEDI) que se realizó conjuntamente con instituciones y ciudadanía.
Mensualmente tenemos una actividad llamada Abriendo Espacios donde se realizan consultas públicas a los documentos que orientan el desarrollo de la ciudad. Incluso durante la pandemia se realizaron encuestas populares mediante grupos de WhatsApp sobre el Plan de Accesibilidad del centro histórico de La Habana que está en elaboración en este momento.
P. Efectivamente el coronavirus expuso a las personas a diferentes retos. Pero también a las ciudades y sus gestores. ¿Han surgido nuevas reflexiones después de la pandemia?
R. La expansión de este virus tiene que ver con el deterioro del medio ambiente y todos los cambios profundos que se han hecho al planeta en estas últimas décadas. Desde la corriente del urbanismo ecosistémico se lleva alertando desde hace 25 años de que las ciudades se centraron mucho en las personas y hay que desantropizarlas; quitarles acciones rudas como capas de cemento, hacerlas permeables, vivibles, hacer desaparecer el transporte individual e introducir verde. ¡No somos la única especie que puebla la ciudad! Hay que abrirlas a la mayor cantidad de especies posible creando corredores verdes y comunicándolas con sus regiones inmediatas.
La covid fue un elemento dramático que puso todo esto encima de la mesa, pero la reflexión la tenemos muy clara y estamos trabajando en ella. Sin embargo, viendo las dinámicas de la “vuelta a la normalidad” me pregunto si para los mandatarios la lección ha sido suficiente.
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