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Sudáfrica
Tribuna
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¿Languidece la llama de Mandela en Sudáfrica?

La crisis energética es la manifestación de dos fenómenos muy graves que afectan a la democracia sudafricana: el adueñamiento del Estado del partido mayoritario de Gobierno y la apropiación de empresas estatales por parte de élites políticas

Una clienta en una zapatería de Tshwane (Sudáfrica) en febrero de 2022, durante un apagón.
Una clienta en una zapatería de Tshwane (Sudáfrica) en febrero de 2022, durante un apagón.PHILL MAGAKOE (AFP)

La población sudafricana está atravesando muy difíciles momentos llenos de frustración, incertidumbre y oscuridad, literalmente. Todo ello ocasionado en gran medida por el colapso del otrora poderoso y respetable sistema eléctrico nacional administrado por la centenaria empresa estatal Eskom, generadora del 95% de la electricidad en el país. Eskom ha impuesto cortes controlados desde 2012 y apagones ininterrumpidos desde 2017, incluso de 12 horas diarias en todo el territorio nacional.

Los daños en la economía han sido inmensos y severos. Según el Banco Sudafricano de Reserva, los cortes de energía le cuestan al país 899 millones de rands al día, algo así como 44 millones de euros. Ello significa un impacto negativo de al menos un 2,5% en el crecimiento económico nacional, que se estima que solo será de 0,3% en 2023. A ello se agrega la deuda pública total acumulada de Eskom, estimada en 18.000 millones de dólares, o sea, el 4,2% del Producto Interior Bruto de 2022.

Son muy pocos los sectores económicos que se han salvado del colapso energético. Uno de ellos es el de las energías renovables alternativas (energía solar y eólica), pero su impacto en el abastecimiento y consumo nacional de energía es aún muy reducido como para hacer sonar trompetas.

Son diversas las razones que se exponen para justificar la debacle de Eskom: crecimiento exponencial de la demanda, migración forzosa de staff de alta gerencia y personal técnico especializado, envejecimiento de plantas y equipos, precario mantenimiento y baja inversión en nuevas plantas y redes, política energética subsidiada, sistema tarifario deficitario y enormes deudas municipales.

Son muy pocos los sectores económicos que se han salvado del colapso energético. Uno de ellos, es el de las energías renovables alternativas, pero su impacto en el abastecimiento y consumo nacional de energía es aún muy reducido

Todas esas razones suenan verosímiles. Pero hay consenso público nacional en torno a que las raíces de la catástrofe energética hay que buscarlas escarbando mucho más a fondo. La tarea arroja hallazgos tales como la naturaleza monopólica de Eskom y su aversión a la competencia de la industria energética privada; la pésima gobernabilidad del conglomerado empresarial y el mal manejo gerencial y administrativo por parte de una burocracia excesiva, ostentosa y voraz; la falta de capacidad y experiencia técnica de jóvenes ingenieros y operarios; los robos y sabotajes permanentes en las plantas, equipos y redes; la presencia de carteles y mafias criminales de contratistas y proveedores de equipos, repuestos e insumos; o la interferencia permanente de altas jerarquías políticas del partido mayoritario de Gobierno y de propios ministros en las licitaciones y contrataciones y en el manejo general de la empresa.

La corrupción en Eskom tuvo sus años de esplendor durante los dos periodos del Gobierno del Presidente Jacob Zuma (de 2009 a 2016), destaca la comisión del juez Raymundo Zondo en su informe final, entregado en abril de 2022. Dicha comisión fue creada por el actual presidente, Cyril Ramaphosa, para investigar las acusaciones de lo que en Sudáfrica se conoce como “captura del Estado, corrupción y fraude en el sector público”. En lo fundamental, las investigaciones giraron en torno a las punitivas relaciones entre el Gobierno de Zuma (el partido mayoritario) y la empresa Gupta, un clan familiar de origen indio-sudafricano que suscribió contratos fraudulentos con el Estado por 5.300 millones de dólares. El saqueo de Eskom ha sido de unos 1.400 millones de dólares, es decir, cerca de la cuarta parte del fraude total investigado.

Pero la trama de corrupción no terminó con la salida de escena de los Gupta (hoy prófugos de la justicia y solicitados en extradición). Según el último director ejecutivo de Eskom, el robo de otros carteles criminales activos asciende hoy a 52 millones de dólares al mes.

La crisis energética se presenta hoy como el tema número uno de la agenda pública nacional, con acciones gubernamentales como la declaratoria del Estado de Desastre Nacional, el nombramiento de un ministro de Energía y la organización de un Comité Nacional de Crisis Energética.

La corrupción en Eskom tuvo sus años de esplendor durante los dos periodos del Gobierno del Presidente Jacob Zuma

Todo ello suena muy bien, pero poco o nada se sabe acerca del plan de eliminación total de los apagones en materia de los tiempos, fases y costos y mucho menos acerca del desmantelamiento de las redes criminales y castigo penal para los culpables de la crisis que aún operan impunemente desde dentro y fuera de Eskom.

La oscura historia de Eskom en tiempos recientes —en 2001 fue reconocida por el Financial Times como la mejor empresa de energía a nivel mundial— es solo una muestra del colapso de la economía del sector público en Sudáfrica, que compromete a numerosas empresas públicas estratégicas y entidades del Estado. Según el Informe Zondo, el entramado de corrupción empresarial y político de los Gupta significó un daño al patrimonio público por un monto equivalente al 1,4% del PIB de 2014.

La crisis energética es la manifestación de dos fenómenos muy graves que afectan hoy a la meritoria transición surafricana hacia la democracia: el adueñamiento del Estado por parte del partido mayoritario de Gobierno durante tres décadas y la apropiación de las empresas estatales por parte de unas afortunadas élites políticas que se han enriquecido desproporcionadamente a cuenta de ello. En este contexto, el informe Zondo —más allá de sus recomendaciones puntuales— se debe entender en dos sentidos: como invitación hacia una profunda reflexión acerca del estado actual de la transición de Sudáfrica hacia la democracia y su futuro; y como una necesaria revisión del contrato social y modelo de transición posterior al apartheid. De todo ello dependerá que la llama de Nelson Mandela siga encendida o se apague definitivamente.

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