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Derechos Mujer
Tribuna
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El cuerpo de una mujer como escenario político

La condena a dos años de cárcel al candidato presidencial en Senegal, Ousmane Sonko, por “corrupción de la juventud”, a raíz de una denuncia por violación, ha desatado violentas protestas en el país, encabezadas por quienes defienden la honorabilidad del político. Las feministas lamentan que la sociedad aún culpabiliza a las víctimas y los tribunales cuestionan la credibilidad de su testimonio

Senegal
Estudiantes de documentación examinan papeles en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar, el 9 de junio de 2023, que fueron quemados durante la protesta el 1 de junio después de que el líder de la oposición Ousmane Sonko fuera condenado a dos años de prisión por el caso 'Sweet Beauty'.JOHN WESSELS (AFP)

El 1 de junio de 2023, la justicia senegalesa se pronunció finalmente sobre el caso Sweet Beauty, en el que Adji Sarr, una joven empleada de este salón de masajes, había acusado de violación a Ousmane Sonko, presidente del partido político Pastef y candidato presidencial en 2024.

El acusado ha sido absuelto de las amenazas de muerte, y los cargos de violación se reclasificaron como corrupción de la juventud. Lo condenaron a dos años de cárcel y a indemnizar con 20 millones de francos CFA (unos 30.489 euros) a la víctima, Adji Sarr, así como con 600.000 francos CFA (914,69 euros) en concepto de daños y perjuicios. Ndèye Khady Ndiaye, propietaria del salón de masajes, también ha sido condenada a dos años de prisión por incitación al libertinaje, y a pagar una multa de 600.000 FCFA y cerrar su salón.

Tras este veredicto, una escalada de violentos disturbios sacudió Senegal durante días, provocando muertes, violaciones de mujeres y saqueos de propiedades públicas y privadas. Según fuentes oficiales, murieron más de 20 personas, 500 fueron detenidas y se denunciaron ocho casos de violencia sexual perpetrada contra mujeres, así como numerosos casos de personas en paradero desconocido.

Una lectura feminista de la sentencia

Se mire como se mire, este veredicto supone un duro golpe para la lucha por los derechos de las mujeres en Senegal, sobre todo en lo que respecta a los logros conseguidos con la penalización de la violación en el país. En este caso, la violación no ha sido desestimada, sino recalificada como corrupción de la juventud, subrayando el carácter malsano de la relación sexual entre Ousmane Sonko y Adji Sarr.

Los juristas explican la corrupción de la juventud como una forma de coacción moral o presión psicológica que un adulto le impone a un(a) menor de 21 años. En el momento del suceso, Adji Sarr tenía 19 años y Ousmane Sonko, 46. Dada la condición social precaria de Adji Sarr, este veredicto sugiere que hubo contacto sexual ilícito entre ambos, pero no se considera como una violación.

La violación es uno de los delitos más difíciles de probar en un sistema jurídico con instituciones sexistas, donde la carga de la prueba recae sobre los hombros de las denunciantes

La violación es uno de los delitos más difíciles de probar en un sistema jurídico con instituciones sexistas, donde la carga de la prueba recae sobre los hombros de las denunciantes. Quienes creen en la palabra de las víctimas como Adji Sarr, consideran que la reputación y notoriedad del acusado jugaron a su favor para que los hechos fueran reclasificados donde siempre la duda beneficia al acusado. Sin embargo, la condena de Ndèye Khady Ndiaye (dueña del local) refuerza el hecho de que el salón de masajes no estaba destinado únicamente a actividades lícitas. Algunos servicios que ofrece el establecimiento tienen connotaciones abiertamente sexuales.

Las autoridades judiciales (en su mayoría hombres) parecen reacias a aplicar la reciente ley que penaliza la violación en el país. Recordemos que, a pesar de décadas de lucha de las asociaciones de defensa a las mujeres, la violación se sigue considerando un delito menor en Senegal, y la ley que la penaliza se promulgó en enero de 2020, tras varios casos de violación que terminaron en asesinato. La reticencia a aplicar dicha ley y la frecuencia con la que las denuncias por violación se recalifican demuestran lo refractarios que son los tribunales ante los casos.

La violación está muy extendida y es habitual en el país. Los hombres acusados casi siempre salen impunes. Todas las conversaciones y acciones en torno al juicio, así como el veredicto, ponen de manifiesto una serie de realidades sociales en Senegal, en particular la vulnerabilidad de las jóvenes, expuestas a un sistema patriarcal que se fortalece explotándolas.

El proceso de vulnerabilidad en el que se encuentran las jóvenes con el perfil de Adji Sarr las sitúa en la encrucijada de una serie de opresiones, como el sexismo, el clasismo y la explotación sexual, más en situación de precariedad, más aún cuando ejerce determinados trabajos que la pueden convertir en presa fácil.

Cabe subrayar que el deterioro de las condiciones de vida de la población afecta especialmente a los jóvenes y a las mujeres, que se ven doblemente afectadas. Ya sea en el ámbito de la educación, la sanidad, la economía, la representación política en los órganos de decisión, los derechos de las mujeres están siendo cada vez más pisoteados.

Al aprovecharse de un asunto privado con fines políticos, tanto la oposición como el partido en el poder convergen en un punto: están menoscabando la palabra y el cuerpo de las mujeres, a la vez que exacerban su sometimiento en una sociedad misógina. En la actualidad, todo el país se encuentra atrapado entre los caprichos de dos hombres poderosos, mientras el cuerpo de Adji Sarr está siendo zarandeado como un saco de boxeo entre ambos bandos.

Los feminicidios se multiplican, las violencias de todo tipo proliferan y, sin embargo, son pocas las que se atreven a romper el silencio o a emprender acciones legales en busca de reparaciones. Si a esto le sumamos el reciente endurecimiento (radicalización) del discurso político y el cierre del espacio cívico, asistimos al auge de un discurso centrado en el hombre, en el que las reivindicaciones de las mujeres senegalesas permanecen en la periferia y no se tienen en cuenta.

Los feminicidios se multiplican, las violencias de todo tipo proliferan y, sin embargo, son pocas las que se atreven a romper el silencio o a emprender acciones legales en busca de reparaciones

Lo que ha quedado en evidencia en las últimas semanas es que hemos asistido a un debate misógino protagonizado por hombres ante los medios de comunicación, al invisibilizar a la superviviente y los hechos originales. La violencia endémica (tanto verbal como física) contra mujeres y niñas está muy extendida en el país. Otro hecho muy reciente es que 36 niñas de entre 6 y 16 años han sufrido abusos sexuales por parte de un maestro coránico de los alrededores de Touba. Se entregó a las autoridades policiales, ¿qué ocurrió después? No lo sabemos. Mientras tanto, sus víctimas viven con el trauma. Incluso se habla ya de su marginación en el seno de la comunidad, donde se les culpa de lo que les ha ocurrido.

Una banalización de la violación

Se observa una banalización endémica de la violación en Senegal, en parte porque para culpabilizar a las víctimas, muchas veces el tribunal popular cuestiona la credibilidad de su testimonio. Además, la mayoría de los agresores achacan cínicamente una agresión sexual a un juego de coqueteo retorcido motivado por un consentimiento encubierto.

Las acusaciones de que Adji Sarr habría sido manipulada para acusar al Ousmane Sonko refuerzan también los estereotipos sexistas, a la vez que infantilizan a la víctima al dejar caer que las mujeres no están capacitadas para identificar posibles casos de violencia sexual por sí solas.

Las feministas senegalesas luchan por un país más igualitario donde la paz, la justicia y la dignidad humana no sigan siendo un privilegio machista a favor de un puñado

La violación es la materialización más ruin de un control a cuerpos asaltados, con mayor incidencia entre las mujeres. Durante los recientes disturbios, ocho mujeres han sido violadas, entre ellas tres estudiantes de la Universidad Assane Seck en Ziguinchor y otras cinco por hombres encapuchados que asaltaron el bar del hotel Columbia en Diamniadio.

El tratamiento mediático de los últimos dos años acerca del caso Sweet Beauty también ha exacerbado la misoginia latente favorecida por la erotización morbosa con la que la prensa local suele analizar los casos relacionados con la violencia sexual.

La caza de feministas

Hay que recalcar que el veredicto ha reforzado la precariedad de las feministas que apoyaron el discurso de Adji Sarr. Durante los disturbios de los días 1 y 2 de junio de 2023, unos jóvenes manifestantes acosaron a una activista feminista. Del mismo modo, las identidades de varias feministas senegalesas han sido publicadas en las redes sociales, viendo de este modo sus vidas expuestas a las derivas del tribunal popular para intimidarlas y así mandarlas callar.

No deja de ser paradójico que en otros casos de abuso sexual la sociedad recurra a las voces feministas para respaldar a las víctimas; sin embargo, en casos similares como el de Sweet Beauty, las mismas voces están siendo atacadas cuando el asunto salpica la credibilidad de un líder político. Se puede ver que tanto las activistas como las investigadoras en temas de género, están siendo utilizadas como un arma de doble filo. En casos similares, se suele recurrir a su experiencia, pero en este caso concreto, cuando la credibilidad de una personalidad está cuestionada, se desacredita las palabras de las mismas feministas porque no interesa.

Habría que recordar que el silencio sibilino que mantiene el Presidente de la República sobre un tercer mandato hace mella sobre la condición de las mujeres y acentúa su vulnerabilidad, pues ha servido de pretexto para politizar un asunto privado entre dos ciudadanos senegaleses.

Las feministas senegalesas luchan por un país más igualitario donde la paz, la justicia y la dignidad humana no sigan siendo un privilegio machista a favor de un puñado.

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