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Hambre
Tribuna
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¿Deberían los multimillonarios donar parte de su riqueza para aliviar la pobreza y las hambrunas en el mundo?

Con un sistema humanitario colapsado en el que las necesidades crecen más rápido que los recursos, se necesita una nueva generación de donantes, pero también de gerentes para que la ayuda humanitaria sea atractiva para los inversores

Edi Maa sostiene a su bebé recibiendo tratamiento por desnutrición en un centro de nutrición de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Herat (Afganistán) el pasado 22 de noviembre.
Edi Maa sostiene a su bebé recibiendo tratamiento por desnutrición en un centro de nutrición de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Herat (Afganistán) el pasado 22 de noviembre.HECTOR RETAMAL (AFP)

La pandemia ha dejado más de 120 millones nuevos pobres en el mundo. Sin embargo, los multimillonarios se han enriquecido como nunca antes. La fortuna de Elon Musk (Tesla) asciende a 230.000 millones de dólares y la de Jeff Bezos (Amazon), llega a 190.000 millones. Existen otros 2.500 superricos en el mundo cuyas fortunas superan los mil millones de dólares. Si bien muchos de ellos han aumentado sus contribuciones a actividades solidarias, se les pide un mayor compromiso para ayudar a resolver el hambre, la pobreza y las crisis humanitarias que afectan a miles de millones de personas.

Los superricos no se esconden, pero cuestionan la eficiencia y transparencia de los gobiernos y las organizaciones de cooperación para abordar estas cuestiones. En un intercambio vía Twitter, el jefe del programa de alimentos de la ONU (PMA), David Beasley, invitó a Elon Musk a donar 6.000 millones de dólares para terminar con las hambrunas. El dueño de Tesla, rápidamente replicó que así lo haría si la ONU desarrolla un plan detallado de cómo se utilizaría ese dinero. En pocos días, el PMA hizo circular un plan para asistir a 42 millones de personas en riesgo inminente de hambruna en 43 países y extendió el pedido a todos los multimillonarios. Beasley enfatizó que la suma requerida equivale solamente al 0,36% de sus patrimonios.

Si bien existe comida suficiente en el mundo para alimentar a toda su población, unas 800 millones de personas pasan hambre y 300 millones se encuentran en riesgo de padecer hambrunas graves. En un futuro no muy lejano, la escasez de alimentos puede hacerse realidad a causa del cambio climático. En la actualidad, el hambre es la consecuencia de conflictos, corrupción, desigualdad y pobreza. La mayoría de las personas que la sufre se concentra en unos pocos Estados: Afganistán, Etiopía, Haití, Congo, Sudán del Sur, Yemen o Siria. Se trata de países en conflicto, con índices de desarrollo muy bajo o con graves crisis institucionales.

Erradicar el hambre no es solo una cuestión de dinero. Esto lo saben tanto los multimillonarios como los actores humanitarios. La financiación solicitada por el PMA es indispensable para aliviar a aquellos en las fases de desnutrición más severas. Pero una solución de fondo necesitará un compromiso de los gobiernos y organizaciones involucradas en la construcción de la paz, desarrollo sostenible y la transparencia institucional. Eliminar el hambre mundial es una de las metas de la agenda 2030 que cada vez estamos más lejos de alcanzar.

La financiación es indispensable para aliviar a aquellos en las fases de desnutrición más severas, pero una solución de fondo necesitará un compromiso de los gobiernos y organizaciones involucradas

Hace unas semanas, el Gobierno de México presentó ante la ONU una propuesta para crear un “fondo de fraternidad” que apoye a los 750 millones de personas que viven con menos de dos dólares diarios. El plan sería financiado a través del impuesto anual del 4% a las mil personas más ricas y mil empresas más grandes, y una cooperación del 0,2% del PIB de cada uno de los países integrantes del G-20. Se espera que a través de estos mecanismos se recaude cerca de un billón de dólares, que llegarán “sin intermediación alguna” mediante una tarjeta o monedero electrónico a los más necesitados. Aún resta conocer el apoyo que esta propuesta tendrá en el seno de la Asamblea General y. en caso de ser aprobada, los desafíos que surgirán de implementar un plan tan ambicioso.

En una misma línea, el Secretario General de la ONU, António Guterres, proponía la creación de un impuesto a la solidaridad sobre los multimillonarios que se han beneficiado durante la pandemia, para reducir las desigualdades extremas. El FMI también apoyó un impuesto a las rentas altas para fomentar la recuperación de las economías mundiales después del impacto de la covid-19. Varias ONG, como Oxfam, se han sumado a estas solicitudes argumentando que un impuesto de emergencia único sobre los multimillonarios podría financiar las vacunas contra el coronavirus para el mundo entero. El impuesto recaudaría 5,4 billones de dólares y aun así dejaría a los 2.500 multimillonarios hasta 55.000 millones de dólares más ricos que antes de la pandemia.

Algunos países, como la Argentina, han establecido este impuesto, generando polémicas en distintos sectores, pero recaudando sumas considerables que deberían ser destinadas al fortalecimiento del sector salud, ayudas sociales y la recuperación de la pandemia. Diversas discusiones sobre el tema se han dado en una veintena de países con distintos resultados. Muchos de los implicados por estas medidas han recurrido a la justicia cuestionando la legitimidad de los impuestos, también exigiendo transparencia para que esos fondos sean utilizados de un modo honesto y eficiente. México, en su propuesta, también pide a la ONU que asuma un papel más relevante en luchar contra la corrupción a nivel global.

Que unos pocos concentren tanta riqueza en un mundo con tantas necesidades y sufrimiento resulta difícil de asimilar. Sobre todo, con un sistema humanitario colapsado donde las necesidades crecen más rápido que los recursos para hacerles frente. Se necesita una nueva generación de donantes, pero también, de gerentes para que los “fundamentales” de la cooperación y de la ayuda humanitaria sean atractivos para los inversores. Aquellos que han cosechado éxitos remarcables en el sector privado, además de financiación, podrían aportar innovación, mejor gestión y nuevas soluciones para estos problemas.

El sistema de ayuda internacional ya ha adoptado con relativo éxito modelos de financiación empleados en el sector privado como bonos de desastres, micro-seguros, préstamos, vouchers o transferencias de efectivo. El involucramiento de estos multimillonarios podría profundizar, por ejemplo, en una transformación tecnológica en el sector, optimizando recursos y procesos.

Por otra parte, la relación entre donantes institucionales y países en desarrollo, ONG o agencias de la ONU ha ido madurando durante años y se han establecido buenas prácticas, sistemas de control, rendición de cuentas y escrutinio. La incorporación de multimillonarios como donantes debería seguir estos principios y evitar que las contribuciones sean acciones aisladas o que incluyan condicionamientos sin sentido.

No sabemos si finalmente Musk u otros ricos asumirán el compromiso que se les pide. Tampoco debemos simplificar los problemas y pensar que se solucionarán con dinero. El hambre, la pobreza, las migraciones y otras situaciones de urgencia tienen sus raíces en cuestiones complejas de larga data, falta de infraestructura, corrupción estructural y desigualdades, exacerbadas ahora también por el cambio climático y la pandemia. Hacer frente a estos desafíos requerirá de financiación, pero principalmente de replantear el abordaje de estas cuestiones y volviendo cada vez más eficiente y transparente a los gobiernos y organizaciones encargadas de llevar a cabo estos programas.

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