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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

¿Dos movimientos paralelos de monedas sociales?

El X Encuentro Estatal de Monedas Sociales ya planteó la dualidad entre las gestionadas por expertos y la Administración Pública y las que no constan de estructura jerárquica y son construidas por los propios socios

Monedas sociales
El restaurante Le Bistrot de Girona cobra una cuenta con la moneda social de la zona, el res.PERE DURAN

El pasado mes de noviembre se celebró el X Encuentro Estatal de Monedas Sociales en Bilbao con el foco puesto en el análisis de la situación actual. Una de las voces que llamó la atención de todos los participantes propuso separar las monedas sociales entre dos corrientes paralelas, basándose en otro texto en Alterconsumismo, es decir, entre:

Quisiera abordar a este tema para sugerir algo importante en el desarrollo de las monedas sociales en 2022 y más adelante.

Primero, hay monedas sociales que no se encajan en este tipo de dualismo. Por ejemplo, Ekhilur en Euskadi se encajaría en el Tipo A porque está respaldado con euro, pero su gestión es más parecida a la de Tipo B. Asimismo, hay bancos del tiempo que han sido implementados por ayuntamientos y/u otras instituciones existentes que, sin perder la naturaleza del Tipo B de ser un crédito mutuo, admite la intervención de los expertos, típica del Tipo A.

En segundo lugar, tengo que admitir que sí existen dos tendencias. Históricamente, salvo los bancos del tiempo en los que confluyen distintas corrientes, el Tipo B tenía más peso, sobre todo entre 2010 y 2015, cuando España vivía la primera ola de monedas sociales, impulsada por el 15-M en 2011. El primer tipo surgió después de las elecciones de 2015 cuando varios ayuntamientos, así como más académicos, empezaron a tomar posturas más favorables.

El Tipo A suele contar con pericias de personas que conocen bien a fondo el tema o que tienen capacidades profesionales (por ejemplo, de poder programar un software o de poder dar su punto de vista sobre la legalidad de la práctica de monedas sociales), lo que lleva a una estructura un poco jerárquica en que esos expertos gozan de su posición privilegiada. Además, los encuentros organizados por el Tipo A tienden a tener muchas ponencias, como si fuera un curso intensivo en que los instructores enseñan a sus alumnos.

El Tipo B, en cambio, hereda la tradición asamblearia del 15-M en la que nadie está por encima de los demás, y los encuentros llevados a cabo en este principio suelen carecer de coloquios en que cada participante se dedica a debatir los problemas que enfrenta en su día a día de forma horizontal.

Mi sugerencia es reconocer todas las experiencias como un continuum de distintas iniciativas pues, si bien hay mucha diferencia entre un extremo (puro Tipo A) y el otro (puro Tipo B), hay otras tantas iniciativas en medio que pueden beneficiarse de las experiencias de ambas tipologías.

Es cierto que estas dos categorías tienen su cultura e idiosincrasia distintas y la predominancia de una cultura puede frustrar a la gente acostumbrada al otro modo de organización, pero a mí me parece que ambos son elementos necesarios para una evolución sana de todo el movimiento. De vez en cuando, es necesario que la gente del Tipo B preste atención a nuevos hallazgos hechos por la gente del Tipo A quienes, a la vez, han de ser humildes para entender las voces que surgen de los practicantes y responder a sus necesidades.

Sería más cómodo que la gente de cada tipo organizara un movimiento solo compuesto de experiencias afines, pero me temo a que esa propuesta “tentadora” acabe con impedir el aprendizaje mutuo entre distintas categorías de monedas. Espero que se pueda evitar este cisma, llegando a que la unión haga fuerza.

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