Dentro de la mina en el Congo, pero lejos de los beneficios: “Las mujeres viven en una completa inseguridad física y económica”
En este país, gran productor de cobalto, las congoleñas realizan trabajos muy duros, pero cobran menos que un hombre o no cobran y se ven excluidas de la toma de decisiones. Bernadette Kapend Muambu es cofundadora de una organización que defiende sus derechos
La Carretera Nacional 1 nace en Kinshasa, llega a la ciudad congoleña de Lubumbashi, en la provincia de Alto Katanga, una zona del sureste riquísima en cobre y sobre todo en el codiciado cobalto, y desemboca en Zambia. En el extremo de este corredor se sitúa la localidad de Kasumbalesa, principal paso de frontera por el que cada día salen de República Democrática del Congo entre 350 y 400 camiones cargados de minerales, según corroboran los recuentos de periodistas locales especializados en minería. Las autoridades locales también mencionan esta cifra extraoficial en sus conversaciones.
Bernadette Kapend Muambu también la corrobora. Esta mujer es cofundadora de la Red Nacional de Mujeres en las Minas (Renafem, según sus siglas en francés), consagrada a la defensa de los derechos y la inclusión de las mujeres y menores en las zonas mineras. “Donde hay mujeres, hay menores, niños y niñas, ese es un binomio inseparable y que necesita ser incluido en la gestión minera, en el trabajo y en los beneficios”, dice esta experta en género en una entrevista en su casa en Lubumbashi.
Porque la inmensa riqueza que subyace en el suelo de República Democrática del Congo no llega a sus ciudadanos, especialmente a las mujeres. “¿Por qué las mujeres no acceden a los beneficios de las minas como sus pares hombres y se les da la oportunidad de cambiar su estatuto social y disfrutar también de las riquezas de su país?”, se pregunta Kapend Muambu. Pese a que una tonelada de cobalto, clave para la fabricación de baterías de iones de litio de los vehículos eléctricos, cuesta esta semana en torno a los 26.000 dólares (24.000 euros), más del 70% de los congoleños, país que lidera la producción mundial de este mineral, viven con menos de 2,15 dólares al día, la barrera de la extrema pobreza. El control de los minerales es también el telón de fondo del conflicto en este país africano, asolado por casi 30 años de guerra.
Pregunta. ¿Cuál es el impacto de la extracción de minerales en la vida de las mujeres de esta región?
Respuesta. Vivimos en una paradoja. El cobre sirvió para la colonia y su industrialización y ahora tenemos el cobalto y los minerales que están sirviendo para alimentar la llamada ecología verde. Pero la población vive en medio de una pobreza que no tiene nombre y las mujeres de manera más específica y profunda. ¿Por qué las mujeres no acceden a los beneficios de las minas como sus pares hombres y se les da la oportunidad de cambiar su estatuto social y disfrutar también de las riquezas de su país? Las mujeres son utilizadas para trabajos duros para los que no reciben ni formación ni herramientas adecuadas y, además, están muy mal remuneradas o no remuneradas. A esto añadamos que no conocen sus derechos y no pueden organizarse para reclamar respeto.
P. ¿Puede poner un ejemplo de esos trabajos duros e injustamente pagados que ejercen las mujeres en las minas?
R. Las mujeres a pie de mina limpian los minerales extraídos, los clasifican, los transportan a pie, los trituran y tras estos trabajos los acaban vendiendo a muy bajo precio por desconocer su valor real. Las mujeres viven en una completa inseguridad física y económica. No tienen seguro médico y no se las deja participar en las mesas de discusión sobre las condiciones de trabajo. Esto en la minería artesanal, de la que viven miles de familias. Si nos vamos a la otra minería, la industrial, vemos que las mujeres están también excluidas. Ellas deberían estar representadas en los comités locales de desarrollo que discuten con las empresas mineras porque saben qué necesita la comunidad y aportan otra perspectiva complementaria a la de los hombres. Por eso en Renafem trabajamos para formar a mujeres que participen en las discusiones sobre las regalías mineras.
P. ¿La minería industrial ha mermado entonces la capacidad de las mujeres para organizarse?
R. Cuando llegó a nuestro país la cuestión de las regalías, las empresas mineras mandaron a sus propios agentes a crear asociaciones de carácter “comunitario” para controlar el proceso. Esas organizaciones no son neutras, son parciales y no trabajan para la comunidad. Y eso tiene que parar. Las empresas mineras deben trabajar con la población civil y las autoridades municipales deben también evitar el clientelismo y actuar por el bien de su comunidad. Nunca he visto una empresa que ayude, por ejemplo, al tratamiento del agua contaminada, como existen en otros países como Angola.
Las mujeres son utilizadas para trabajos duros para los que no reciben ni formación ni herramientas adecuadas y, además, están muy mal remuneradas o no remuneradas. A esto añadamos que no conocen sus derechos y no pueden organizarse para reclamar respeto
P. ¿La actividad minera impacta también en la vida de hombres y mujeres que no se dedican a la extracción?
R. Completamente. Cuando se extraen los minerales, nadie se preocupa de las comunidades vecinas y echan sus vertidos sin prestar atención. Contaminan el agua, contaminan el aire, contaminan las tierras que rodean esas minas. Yo he visto campos completamente quemados por los vertidos que contaminan el agua que luego es usada para regar los cultivos de verduras y frutas. La Universidad de Lubumbashi nos contactó para trabajar con las mujeres y desarrollar la hidroponía, es decir, cultivar sin utilizar el suelo agrícola contaminado. Porque las mujeres alrededor de las minas suelen ser agricultoras. Con respecto a la salud, sospechamos también que hay algunas enfermedades provocadas por la minería. Existen por ejemplo casos de cáncer o malformaciones de recién nacidos, aunque aún debemos hacer estudios para confirmar su relación con las actividades mineras. Pero nuestra conclusión es que la extracción tiene consecuencias nefastas para el conjunto de la población.
P. ¿El intenso tráfico de camiones también tiene consecuencias en las mujeres de esta región?
R. Hay un aumento de las enfermedades de transmisión sexual, camioneros que proceden de la parte austral de África y que vienen a quedarse semanas, acaban estando con mujeres de aquí y de allá y algunos de esos hombres transmiten el VIH a las jóvenes de esta zona. Cuando esos camioneros se van, dejan atrás un paquete de consecuencias de las que ni ellos ni las autoridades se van a hacer cargo.
P. Y, más allá de las mujeres, ¿entraña un riesgo sanitario vivir en esta zona debido al transporte de minerales?
R. Hay un aumento de las enfermedades pulmonares. Me ha pasado a mí. Cuando estás más de cinco minutos en la orilla de la carretera te pones a toser. También recuerdo a los niños saliendo del colegio a las afueras de Lubumbashi, tosiendo sin parar. Esos minerales deberían estar cubiertos con contenedores de plomo, como se hacía antes, cuando eran transportados en vagones de tren. Del tren se pasó a la carretera y ya no se respeta nada. Los minerales de Katanga contienen uranio y deberían estar muy bien aislados. Queremos que se compense a las comunidades y a las mujeres que trabajan a lo largo de la carretera vendiendo sus mercancías junto a sus hijos e hijas.
Ustedes están realizando su transición energética, pero ¿en qué condiciones? ¿A qué precio? Pues a costa de la miseria de la población que vive sobre este suelo del cual ustedes tienen necesidad para su transición energética
P.¿Cómo se organizan las mujeres para hacer frente a este impacto tan perjudicial para sus vidas?
R. Nosotras empezamos en 2012 a documentar y en 2015 formamos Renafem. Queríamos analizar los problemas de los derechos de las mujeres en medio de la explotación minera: cómo podemos hacer que esas mujeres conozcan sus derechos, cómo hacer para que ellas también sean incluidas y disfruten de los beneficios de la actividad minera... Por ejemplo, en la minería artesanal, fundando cooperativas o pequeñas empresas mineras. Y en la minería industrial, ocupando puestos de responsabilidad que les permitan poner encima de la mesa la agenda específica de las mujeres. Y en eso estamos y seguimos. Haciéndonos fuertes y buscando estrategias para que, en todos los ámbitos de la minería, ellas estén presentes.
P. Ha descrito en esta entrevista el lado más oscuro de la transición energética de los países del Norte Global.
R. Es una paradoja. Ustedes están realizando su transición energética, pero ¿en qué condiciones? ¿A qué precio? Pues a costa de la miseria de la población que vive sobre este suelo del cual ustedes tienen necesidad para su transición energética. Una población que sufre, que es miserable y sufre una guerra tras otra, donde los niños son usados como esclavos. No se pueden explotar los minerales provocando guerras, se han de extraer en condiciones en las que todo el mundo gane. Aquí y en Europa. Creo que si las empresas y la minería artesanal respetan las reglas durante toda la cadena de extracción y las autoridades son obligadas a hacerlo también, nuestro mundo será más justo.
P. El conflicto en su país se ha visto recrudecido desde enero. ¿Han llegado los enfrentamientos a Lubumbashi? ¿Ha habido algún impacto en la producción minera y en los trabajadores y trabajadoras de las minas?
R. Aquí en la provincia no hay conflicto armado, pero las minas nunca son seguras, ni están suficientemente protegidas. Las mujeres que trabajan en ellas están más expuestas y son las primeras que han dejado de ir a trabajar. Están perdiendo sus empleos y su fuente de ingresos, sobre todo en la minería artesanal. Pero la actividad industrial también está siendo afectada y los trabajadores de las empresas internacionales empiezan a irse por razones de seguridad. Así que debemos favorecer un clima de paz para explotar las minas mejor, en condiciones en las que todos y todas ganemos.
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