Criptomonedas, mentiras y ciberesclavos: así funcionan los centros de estafas del sudeste de Asia
Decenas de miles de personas permanecen cautivas en países como Camboya o Myanmar trabajando las 24 horas del día para engañar a víctimas en busca de amor a través de aplicaciones de citas y redes sociales al otro lado del mundo
Cuando Daniel, un hombre de unos 40 años de una ciudad del sur de Suecia, registró una cuenta en la aplicación de citas Tinder, las cosas fueron despacio al principio. “Creo que soy bastante guapo, pero tengo poca confianza en mí mismo y no sé muy bien cómo escribir en Internet”, comenta. Entonces apareció Adele. Elegante, rasgos asiáticos, treintañera. Estaba en Suecia visitando a su tía. Daniel se encariñó con ella rápidamente y la conversación continuó por WhatsApp. Adele enviaba fotos suyas y hablaba de su interés por la cosmética y la cocina. Hacían planes para quedar y a lo mejor viajar juntos al sur de Europa. Asimismo, Adele le contó que había ganado mucho dinero invirtiendo en criptomonedas. Quería que Daniel también probara suerte. Al principio, él se mostró escéptico, pero al cabo de unas semanas, Adele le invitó a un grupo de WhatsApp. En él, un centenar de personas hablaban del éxito de sus inversiones y el analista financiero Manish Aurora daba consejos. Adele convenció a Daniel para que comprara 100 euros de la criptomoneda USDT y los depositara en la plataforma de criptomonedas digitalcurrencyocean.com. El dinero parecía crecer. Pero para obtener un asesoramiento más personalizado de Manish Aurora, se necesitaban inversiones mayores. Daniel decidió arriesgarse e invertir todo lo que tenía, unos 40.000 euros.
Pero pocos días después, otra mujer le advirtió en Tinder de que era posible que le estuvieran estafando. Daniel intentó primero retirar una pequeña cantidad de la plataforma de criptomonedas y fue bien. Pero cuando quiso sacar el resto, le bloquearon la cuenta. Adele alegó que había “impuestos” que tenía que pagar para recuperar su dinero. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que le habían engañado.
“Antes tenía bastante dinero para vivir. Luego estaba prácticamente arruinado. Me sentía como un gran perdedor”, cuenta Daniel. Lo que le ocurrió a Daniel es un ejemplo de libro de la estafa Shazhupan, que en chino significa matanza de cerdos. Adele nunca existió en la vida real. Tampoco los inversores del grupo de WhatsApp. Y Manish Aurora es un gestor de fondos de cobertura estadounidense que, al contactar con él, estaba desesperado porque le habían robado la identidad y arruinado su reputación.
El cerdo fue engordado a base de romanticismo. Luego llegó la hora del sacrificio. La estafa de la matanza del cerdo es una forma de fraude relativamente nueva, que ha aumentado explosivamente desde la pandemia. Gracias a las investigaciones realizadas por periodistas, ONG e investigadores, ahora se conoce bastante sobre las redes delictivas que hay detrás. Las estafas se llevan a cabo desde complejos de oficinas, normalmente en el sudeste de Asia, pero también en Dubái y en otros lugares. Las oficinas están dirigidas por sindicatos del crimen con raíces en China que mantienen vínculos con las élites del poder en varios países asiáticos. Según cálculos de la Universidad de Texas, con estas estafas se consiguieron 70.000 millones de euros entre 2020 y 2024.
Trata de personas
Algunos de los trabajadores de los centros de estafas están en ellos por voluntad propia. Pero, según varias fuentes, una gran proporción son víctimas de trata de personas obligadas a realizar las estafas. De acuerdo con un informe de la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas (OHCHR, por sus siglas en inglés), solo en Camboya podría haber 100.000 víctimas, y en Myanmar, otras 120.000. Si las cifras son correctas, podría tratarse de una de las mayores operaciones coordinadas de trata de personas de la historia, llevada a cabo por organizaciones delictivas transnacionales, según otro informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés).
Muchos son atraídos a los centros de estafas con falsas promesas de trabajos lucrativos. Raymond, un malasio de 40 años que habla chino, se vio en apuros cuando su negocio de construcción perdió dinero durante la pandemia. Sentado en un café de un suburbio de Kuala Lumpur, la capital de Malasia, explica que buscaba desesperadamente otras fuentes de ingresos. Un día vio un anuncio en Facebook sobre trabajos bien remunerados de atención al cliente en un casino de Camboya. “Tenían una bonita oficina en Kuala Lumpur y me llamaron para una entrevista”, relata Raymond.
Un par de semanas después, cogió un vuelo a Camboya. Le recogieron en el aeropuerto y le llevaron a la ciudad costera de Sihanoukville. Pero una vez dentro del complejo de oficinas donde iba a trabajar y dormir, comprendió inmediatamente que las cosas no eran como había imaginado. Había guardias armados en las entradas y le dijeron que iba a trabajar con fraudes por Internet. “Quise marcharme inmediatamente, pero se negaron a dejarme ir”, explica.
Le dieron un portátil y cuatro teléfonos con algunas aplicaciones de citas y redes sociales instaladas. Tras un par de días de entrenamiento con guiones para interpretar a varios personajes ficticios, le asignaron algunos países europeos, en los que intentaba emparejarse con víctimas en apps de citas e iniciar conversaciones. “Interpretaba a personajes con estilos de vida lujosos que viajaban mucho y escribía cosas como ‘Ahora estoy en Francia y acabo de volver de un viaje de compras”, cuenta.
Una vez que las conversaciones se volvían románticas, era el momento de introducir las criptoinversiones. Los personajes que interpretaba eran todos inversores de éxito y primero enseñaban a sus víctimas a operar con criptomonedas. A continuación, las convencían para que compraran la criptomoneda USDT y la transfirieran a los sitios web falsos de los estafadores. Pero Raymond no conseguía estafar a nadie. Tenía mucho miedo. El jefe de equipo de su departamento le había mostrado claramente lo que ocurría si no cumplías tus objetivos. Raymond vio cómo golpeaban duramente a la gente. Y les sometían a descargas eléctricas.“Lo hacían delante de todos los demás. Lo contemplé varias veces”, recuerda. Empezó a ingresar pequeñas sumas de su propio dinero para que pareciera que había engañado a algunas víctimas: “Me di cuenta de que tenía que ser inteligente y no enfrentarme con esta gente”.
Millares de ciberesclavos, reclutados entre grandes grupos de personas desesperadas y desempleadas de todo el mundo para trabajar en recintos cerrados. Una recopilación de datos a escala industrial y manipulación de las víctimas en todo el mundo
Pasaban los meses y Raymond buscaba desesperadamente la forma de huir de su cautiverio. Para muchos, escapar de los centros de estafas ha significado arrojarse por una ventana y precipitarse al vacío. Los medios de comunicación camboyanos empezaron a informar de este fenómeno en 2021 y no han dejado de hacerlo desde entonces. Pero Raymond no saltó, sino que empezó a utilizar a hurtadillas los teléfonos que empleaba para las estafas para buscar ayuda. Descubrió la ONG Organización Mundial Antiestafa (GASO, por sus siglas en inglés), que ayuda a las víctimas de la trata a salir de los recintos. Raymond recopiló en secreto información sobre otros malasios que también se encontraban en el edificio y la envió a GASO, que se puso en contacto con la embajada de Malasia en el país. No está claro qué negociaciones hubo después, pero un día unos camboyanos uniformados acudieron al edificio con una lista de nombres. Se llevaron a Raymond y a un grupo de otras personas también de Malasia y los trasladaron en avión a su país. “Ahí empezó mi segunda vida”, cuenta.
Andrew, otro malasio de origen chino que ha venido al café de Kuala Lumpur a contar su historia, tardó menos en huir del cautiverio, pero no sin pagar un precio.
Hace dos años también aceptó una falsa oferta de trabajo en Camboya. Primero acabó como prisionero en un centro de estafas, pero a los pocos días lo vendieron por 10.000 euros a otro, y luego a otro más, según relata. A Andrew le dieron listas de números de WhatsApp estadounidenses. Su trabajo consistía en hacerse pasar por una mujer atractiva y mandar mensajes que parecieran enviados accidentalmente al número equivocado. Si el destinatario respondía “No, te has equivocado de persona”, el primer paso estaba dado”, recuerda Andrew.
A partir de ahí, establecía contacto y acababa conduciendo a la víctima a una criptoestafa. Andrew también fue testigo de la violencia que ejercían contra los trabajadores que no cumplían los objetivos. Cuando suplicó que lo liberaran al cabo de tres semanas, le dijeron que tenía que pagar un rescate. “Mi familia pagó 23.000 euros. Así pude irme directamente al aeropuerto”.
Las historias de Raymond y Andrew coinciden con centenares de testimonios aparecidos en los últimos años. El pasado otoño, el investigador italiano Ivan Franceschini, experto en China especializado en derecho laboral, publicó un trabajo de investigación junto con sus compañeros Ling Li y Mark Bo en el que recopilaban 32 testimonios de supervivientes de estafas. “Son historias horribles. Es una auténtica crisis humanitaria”, denuncia Franceschini. En su trabajo describen como millares de ciberesclavos son reclutados entre grandes grupos de personas desesperadas y desempleadas de todo el mundo para trabajar en recintos cerrados. La recopilación de datos tiene una escala industrial y las victimas manipuladas también son de distintos países. “Pero a pesar de su gran huella en el mundo, muy poca gente, por ejemplo, en Italia, mi país natal, sabe lo que está pasando”, explica el investigador.
A 1.000 kilómetros de Kuala Lumpur se encuentra la ciudad costera de Sihanoukville, donde estuvo retenido Raymond. La ciudad se ha transformado en los últimos años en un patio de recreo para los turistas chinos, ya que los casinos y hoteles han proliferado gracias a la afluencia de capital chino.
El sector de los casinos tiene estrechos vínculos con los centros de estafas y el edificio donde Raymond permaneció cautivo se encuentra cerca de una popular playa y de varios casinos, en la zona de Chinatown. En diciembre del año pasado, Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá impusieron sanciones —congelación de activos y prohibición de viajar— a varias empresas y empresarios vinculados a este y otros complejos de estafas en Camboya. En septiembre de 2024, Estados Unidos amplió aún más estas sanciones.
Las autoridades camboyanas han mostrado una actitud un tanto ambivalente hacia el sector de la estafa. En su mayor parte, se le ha permitido operar libremente, pero en algunas ocasiones, la policía ha llevado a cabo redadas en determinados recintos. Pocos días antes de visitar Sihanoukville, aparecieron en los medios de comunicación nuevos informes sobre personas que saltaban desde las ventanas de algunos recintos en Chinatown, lo que indica que las operaciones de estafa continúan.
Con un dron es posible ver que algunas habitaciones del edificio donde estaba retenido Raymond están habitadas. Las construcciones están tapiadas. A lo largo de la calle, en las afueras de Chinatown, funcionan pequeños restaurantes y agencias que ofrecen cambio de USDT, la criptomoneda favorita de los estafadores. Alrededor de una mesa situada en el exterior, un grupo de hombres juega a las cartas. En un par de lugares entre las casas hay puertas con guardias de seguridad. Las personas que pasan parecen mostrar una tarjeta de acceso. Cuando este periodista se dirige hacia una de las puertas, los guardias le frenan el paso: “No, no, den la vuelta”.
De vuelta al café en Kuala Lumpur, Raymond quiere olvidar sus experiencias en Sihanoukville. En cautividad, estaba muerto por dentro, dice, y tardó meses en reconstruir su vida y curarse. Pero recuerda la felicidad inicial cuando regresó a Malasia. “Los primeros días me dediqué a pasear con mi coche por todas partes en Kuala Lumpur, saboreando de nuevo la libertad”.
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