_
_
_
_
Cultura
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una deslumbrante aventura artística narra los nuevos imaginarios de la negritud y el mestizaje

‘Black ancient futures’ reúne en el MAAT de Lisboa las obras de una decena de artistas visuales procedentes de países africanos o de las diásporas de Brasil, las Antillas y Europa

Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT) de Lisboa
En primer plano, la obra de April Bey, y detrás, las esculturas de Sandra Mujinga, en el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT) de Lisboa.Bruno Lopes
Analía Iglesias

A veces, una deslumbrante aventura artística se funda en la imposibilidad de concretar una idea anterior. Así lo confiesa João Pinharanda (Mozambique, 1957), director del Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT) de Portugal, cuando evoca la semilla de la nueva exposición sobre las diásporas africanas llamada Black ancient futures (antiguos futuros negros). Bajo su gestión, querían llevar a Lisboa la instalación Chain reaction (reacción en cadena), del artista norteamericano Nick Cave (Missouri, 1959), que habla de la desesperación de una comunidad, con la reproducción de la cabeza de George Floyd, asesinado por un agente en un acto de brutalidad policial en 2020, pero desistieron por los costes. Renunciar a los consagrados de la contestación negra internacional les llevó a apostar por otra generación de artistas… Y descubrir diferentes respuestas creativas a la actualidad que se proyecta, con la fluidez como sello del presente.

Comisariada por Camila Maissune y el propio Pinharanda, la colectiva Black ancient futures —que se inauguró el 19 de septiembre en el MAAT de Lisboa— se erige, pues, sobre las manifestaciones de una decena de artistas visuales procedentes de países africanos o de las diásporas de Brasil, las Antillas y Europa, que nacieron mayoritariamente en las décadas de los ochenta y los noventa, y narran nuevos imaginarios de la negritud y la continuidad del mestizaje, a la sombra de las largas experiencias de emigración, exilio o esclavitud de sus antepasados.

Entre todas las intersecciones subjetivas, creativas y sociales que confluyen en esta generación, destaca la fluidez de géneros e identidades, entre las biografías propias y las vivencias ancestrales. Así, Jota Mombaça (Natal, Brasil, 1991), Jeannette Ehlers (Trinidad y Tobago, 1973), Evan Ifekoya (Nigeria, 1988), Sandra Mujinga (Goma, República Democrática del Congo, RDC, 1989), April Bey (Bahamas, 1987), Gabriel Massan (Río de Janeiro, Brasil, 1996), Baloji (Lubumbashi, RDC, 1978), Kiluanji Kia Henda (Angola, 1979), Nolan Oswald Dennis (Zambia, 1988), Tabita Rezaire (París, Francia, 1989) y Lungiswa Gqunta (Gqeberha, Sudáfrica, 1990) se expanden por las salas del remodelado edificio de la vieja central eléctrica, con menos discursos explícitos y sin tantos bordes divisorios, en obras interdisciplinares, algunas destacadas en grandes exhibiciones mundiales, y otras creadas específicamente para el espacio lisboeta.

Para la dirección de un gran espacio de arte contemporáneo como el MAAT, ubicado en la confluencia originaria (geográfica e histórica) de buena parte de las expediciones coloniales y que sostuvieron la industria del esclavismo, acercarse al colectivo afrodescendiente conlleva, además del debido reconocimiento, un cambio en la composición del público del museo, como señala Pinharanda.

“La idea era no olvidar la herida histórica que siempre estuvo ahí”, sostiene Maissune. Lo explica como una manera de acceder a parte del “conocimiento y la espiritualidad” con los que África puede contribuir a “sanar” (no solo a través de mitologías, sino también con trabajos de ciencia ficción y afrofuturismo) y dejar de pensar en ese continente como “exploradores”, o en términos de “lo que falta”.

¿Fuimos los mismos antes del Atlántico?

El recorrido de la muestra —que estará abierta al público hasta el 17 de marzo de 2025— puede empezar, justamente, con The welcome, parte de Resonant Frequences, una de las obras de Evan Ifekoya (una artista no binaria presente este año en la Bienal de Venecia), hablando del agua, específicamente de la abundancia del océano Atlántico, con toda la riqueza y bienestar que este recurso aporta y, paradójicamente, con las sombras simbólicas de quienes fueron forzados a cruzarlo, por la ambición sin escrúpulos de otros. “¿Quiénes éramos antes de esta ruptura?”, se pregunta.

Frente a una de sus instalaciones en esta exposición, hecha de un gran recipiente octogonal que contiene agua (nada menos que “la limpieza y el dejar ir”), Ifekoya dice “mirar atrás para pensar el futuro”. En esta obra, ha dibujado el espacio sobre los patrones geométricos de la naturaleza y la sabiduría de sus antepasados, en ambientes que pueden aludir a rituales yoruba, por ejemplo, pero que también hablan de “la proyección o aquello en lo que podríamos llegar a convertirnos”. La autora Octavia Butler resuena entre las voces que le ayudan a imaginar otros mundos.

Acercarse al colectivo afrodescendiente conlleva, además del debido reconocimiento, un cambio en la composición del público del museo”
João Pinharanda, director del MAAT Lisboa

Hay también fluidez, en este caso, entre el juego y la reflexión política, en Gabriel Massan, otro artista queer que pone a prueba al espectador adulto en una sala en la que hay que descalzarse para vivir dentro de una fantasía multimedia de esculturas de peluche —llenos de ojos, esporas o heridas— y dispositivos para jugar en remoto, pero que se toma muy en serio la desigualdad en América Latina y la responsabilidad que cada persona debe asumir en las decisiones acerca de su hábitat. Las pantallas de Third world: the bottom dimension, creadas por un equipo de programación mayoritariamente brasileño, reproducen ríos digitales, con cascadas por donde todo se desliza, dentro de un mundo que a ratos es lila, y a ratos, tierra devastada.

En cada capa del juego interactivo —un encargo de la Serpentine Gallery de Londres— las dificultades pueden acrecentarse, como sucede con los niveles de toxicidad (prejuicio y violencia) de los predadores cotidianos, mientras eres “consciente de que estás siendo observado”, en palabras de Massan, que cita como inspiración la perspectiva feminista, negra y anticolonial de la filófosa Denise Ferreira Da Silva.

La noción de continuidad entre la tierra y el propio cuerpo también está presente en Seu Sangue É Terra que Ninguém Pisa de Jota Mombaça, una creadora trans brasileña que ha registrado sus enterramientos como rituales poéticos que le permiten “volver a casa”, tras la emigración: “Estamos hechos de los mismos materiales” del suelo, explica. Mombaça manifiesta: “Europa se vuelve cada vez más dura con los inmigrantes, pero también nuestros territorios de origen practican esa violencia colonial”; de ahí que ella procurara “imaginar una forma de retorno que no fuera a un Estado nación, sino más bien volver a la tierra y tratar de relacionarse con ella”.

En su pieza de videoarte, encuentra algo nutricio en el hecho de enterrarse, a la vez que denuncia las expulsiones de los pueblos originarios y detalla sus exploraciones de diferentes continuidades que trascienden lo mundano y lo humano, porque “la tierra no me preguntará cuál es mi género”, zanja.

Políticas del pelo y alambre de púas

La continuidad de los cuerpos también se hace patente en el trabajo de Sandra Mujinga, en su serie And my body carried all of you, con esculturas hechas de grandes carcasas de metal y textil, que podrían ser esqueletos y piel desgarrada de algo que quizá respire. Un concepto presente también en las reflexiones acerca de la herencia en los rasgos físicos y las políticas sobre el pelo afro, según Jeannete Ehlers. Esta artista afropea propone una obra dentro de MAAT Central y una perfomance en vivo, We’re magic, we’re real, en los muros exteriores del museo, con la coreografía de tres personas unidas (o atrapadas) por sus trenzas al mismísimo edificio, que destacan el cruce del linaje con las nuevas identidades y demandas.

“Otras maneras de aprender de los ancestros” y de ir “con ellos” están plasmadas en la imponente instalación Sleep in Witness, de Lingiswa Gqunta, en la que destaca la fluidez entre lo onírico y la vigilia, ya que ella es un “testigo durmiente” de un sueño en el que vivos y muertos ocupan el mismo tiempo y espacio. Mesetas de arcilla sobre las que se levantan, como olas azules, metros de alambres de espino enroscados y forrados, pero que no dejan de ser filosos, como los de las cárceles, las fronteras o los cercos de los barrios temerosos de sus vecinos.

Europa se vuelve cada vez más dura con los inmigrantes, pero también nuestros territorios de origen practican esa violencia colonia”
Jota Mombaça, creadora trans brasileña

Sin embargo, aquí y allá hay objetos tranquilizadores como unas piedras cristalinas (recuerdan a algún relato de Ursula K. Le Guin) o las viejas fotos familiares en una playa sudafricana, cuyo contexto sociopolítico no se intuye en la alegría de los retratados junto al océano. Los antepasados de los sueños quizá compartan ese deseo de que “nuestros sistemas del saber” existan más allá de las galerías y los espacios académicos institucionales, de los que habla Gqunta. “Tengo una historia oral y unas referencias hechas de historias y canciones que son tan importantes como citar a alguien”, según un “método europeo occidental de producción de conocimiento”, indica la artista.

La artista Jota Mombaça camina delante de su instalación 'Nao esqueço nunca mais' (no me olvidaré), en los jardines del MAAT.
La artista Jota Mombaça camina delante de su instalación 'Nao esqueço nunca mais' (no me olvidaré), en los jardines del MAAT.Pedro Pina

Por último, probablemente lo más disfrutable y reflexivo a la vez de la gran exposición resultan las piezas audiovisuales del multifacético artista congoleño Baloji. Él habla del amor y sus espejismos en Altar/Peu de chagrin (Altar/ un poco de pena), pero también de las ansiedades contemporáneas ligadas a la tecnología digital, mientras traza un sarcástico retrato de los protagonistas de las desigualdades neocoloniales en el continente, en Bleu de Nuit (azul de noche).

Personajes zancudos y máscaras tradicionales emergen entre coronas de flores, hojas de plataneros y omnipresentes envases plásticos llegados del Norte: todo se aprovecha en el estilismo de sus piezas audiovisuales de un modo absolutamente cautivante e innovador. El artista congoleño nos invita a bailar con muy buena música —también compuesta por él— en un universo de afrofantasía conceptual, a la vez glamurosa y realista, con el paisaje de fondo de cualquier calle de tierra y sembrada de basuras de Kinshasa.

En fin, nuevas generaciones de artistas maquetan puentes entre mitología y ecología, saber positivista y espiritualidad ancestral, arte tradicional y narrativas futuristas, con vistas al desconocido continente contemporáneo que es, en realidad, África. Contra los prejuicios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_