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“El odio sigue presente en las calles”: el lento camino hacia la tolerancia de la comunidad LGTBI en Moldavia

La primera ONG de defensa de estas minorías, que cumple 25 años, celebra avances motivados en parte por el deseo de adhesión a la UE, pero pide mayor amparo a las autoridades frente a la discriminación

Comunidad LGTBI en Moldavia
Celebración del Orgullo LGTBQI en Chisinau (Moldavia), el 18 de junio de 2023.ELENA COVALENCO (AFP)

En junio de 2013, un centenar de personas participaron en las calles de Chisinau, la capital de Moldavia, en la primera Marcha del Orgullo que se celebraba en el país. Lo hicieron protegidas por la policía e increpadas por otros ciudadanos, muchos de ellos miembros de la iglesia ortodoxa. Un año antes, Genderdoc-M, la primera ONG que protege y promueve los derechos de las personas LGTBI en Moldavia, había obtenido el respaldo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos para manifestarse libremente en espacios públicos del país, donde la discriminación homófoba campaba a sus anchas. En 2023, una década después, 500 personas salieron a las calles en la Marcha del Orgullo. Fue una cifra irrisoria comparada con la de otras grandes ciudades, pero, por primera vez, tuvo lugar un acto sin incidentes y sin un gran despliegue policial para escoltar a los ciudadanos.

“Ha habido algunos avances pequeños, pero nos queda muchísimo camino por delante. El odio sigue presente en las calles”, explica Slava Mulear, de 41 años, actualmente coordinador del programa de salud de Genderdoc y miembro de la entidad “desde el principio”. “Nosotros fuimos pioneros, nacimos porque necesitábamos urgentemente defender nuestros derechos. Hoy, hay otras organizaciones en el país, la mayoría online, con las que también trabajamos y nos permiten llegar a más gente en Moldavia”, agrega.

Slava Mulear (derecha) y Cristian Rotari (izquierda), posan junto a un espejo en el que se lee "Estoy bien conmigo mismo", en la sede de la ONG moldava Genderdoc, que defiende los derechos de la comunidad LGTBI, el 8 de noviembre de 2023.
Slava Mulear (derecha) y Cristian Rotari (izquierda), posan junto a un espejo en el que se lee "Estoy bien conmigo mismo", en la sede de la ONG moldava Genderdoc, que defiende los derechos de la comunidad LGTBI, el 8 de noviembre de 2023.Beatriz Lecumberri

Mulear y Cristian Rotari, otro miembro de la organización, reciben a este diario en la sede de la entidad, una casa baja en un barrio residencial de la capital moldava, reconocible por la bandera LGTBI que ondea en su patio interior. Genderdoc, que acaba de cumplir 25 años de existencia, ha trabajado para crear un entorno jurídico y social favorable a las personas de diferentes orientaciones e identidades sexuales y de género. Y la tolerancia y el amparo legal a la comunidad LGTBI de Moldavia, un país de 3,3 millones de habitantes, donde uno de cada cuatro ciudadanos vive por debajo del umbral de pobreza, han avanzado progresivamente.

Estos esfuerzos se enmarcan en el deseo del Gobierno presidido por Maia Sandu de integrarse en la Unión Europea. En 2022, por ejemplo, se enmendó una ley para incluir la orientación sexual y la identidad de género entre los motivos denunciables frente a “cualquier tipo de discriminación”.

Ahora hay menos agresiones físicas, pero más ataques invisibles, puramente de odio. Aquí en Chisinau la gente es más abierta, pero todavía hay que tener mucho cuidado
Cristian Rotari, Genderdoc

“Moldavia está más avanzada que otros países exsoviéticos, Por ejemplo, si ahora alguien me golpea porque soy gay, el castigo será mayor porque ahora es un crimen de odio”, celebra Mulear, que sobrevivió hace algunos años a una agresión en su casa. “Por ser gay. Tengo suerte de estar vivo”, agrega. “Creo que ahora hay menos agresiones físicas, pero más ataques invisibles, puramente de odio. Aquí en Chisinau está claro que la gente es más abierta, pero todavía hay que tener mucho cuidado”, agrega Rotari, encargado de ofrecer asesoramiento y pruebas médicas a los beneficiarios de la ONG.

Según los miembros de Genderdoc, la intolerancia y los ataques proceden en muchos casos de sectores vinculados a la iglesia ortodoxa, de algunas autoridades públicas, como alcaldes, y se ven impulsados por una narrativa anti LGBTI promovida por “sectores prorrusos”. “Aquí tenemos personas no binarias que son golpeadas en la calle, porque la gente les mira y les pregunta: ‘¿eres hombre o mujer?’ Entonces se les agrede por la apariencia que tienen”, agrega Rotari.

“Consideramos que la adhesión de Moldavia a la UE es vital para proteger los derechos LGBTI y garantizar la dignidad y la seguridad de la comunidad”, estimaron los responsables de la ONG en un documento publicado recientemente

A finales de 2023, los dirigentes de la UE decidieron entablar las negociaciones de adhesión con Moldavia, pero al mismo tiempo, Bruselas insistió en que las autoridades del país deben “defender los derechos de las personas LGBTI, especialmente cuando se organizan reuniones multitudinarias”. “No se ha avanzado en la lucha contra los estereotipos LGBTI. Las autoridades deben tratar de aplicar las normas y prácticas internacionales sobre eliminación de la segregación social y la discriminación para garantizar que las comunidades minoritarias puedan sentirse seguras como participantes activos de la sociedad”, agregó el documento oficial europeo.

Una encuesta encargada por Genderdoc en 2023 concluyó que un 55% de los habitantes de Chisinau tenía una opinión favorable o neutra hacia la comunidad LGTBI, comparado con el 33% de tres años antes. Los progresos registrados por Moldavia hicieron que ILGA-Europe, la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersex, que vigila las leyes LGTBI en 49 países, subiera a Moldavia, de los últimos lugares de su lista al puesto 23 en su último informe.

El peligro de caminar de la mano

Por la casa de Genderdoc pasan cada día decenas de personas muy diferentes: desde diputados hasta jóvenes buscando un preservativo o informándose sobre cómo hacer una prueba de sida. El año pasado, la ONG atendió a 4.600 personas. “Recibimos a personas muy vulnerables. Hoy, por ejemplo, vinieron a hacerse un test de sífilis y de sida. También llegan a medirse el azúcar y a buscar condones y lubricantes. Hay casos que derivamos a centros médicos, porque tenemos un acuerdo con una clínica local. Y nosotros también nos desplazamos. Vamos a fiestas, a bares... donde repartimos información y preservativos, por ejemplo”, explica Rotari.

“Porque la realidad es que en el día a día sigue siendo peligroso que dos hombres se den la mano en la calle en Chisinau. Así que nos encontramos en bares y discotecas. Aquí en la capital hay más y mejor acceso a la información, es más abierto, pero en los pueblos es complicado. La gente que vive allá y es homosexual sufre una enorme discriminación”, agrega.

Nikolai, abogado de 24 años, oriundo de un pueblo de 3.000 habitantes del norte de Moldavia, fue objeto de ese desprecio que se tradujo en discriminación social, laboral e incluso médica. “Soy seropositivo e informaciones confidenciales sobre mi estado de salud salieron a la luz. Fue una desgracia para mí y para toda mi familia. Mi madre lo ha pasado fatal, pero es una mujer que se ha empeñado en cambiar las cosas, en educar a los vecinos”, cuenta, en la sede de GenderDoc, donde recibe tratamiento y se hace tests. “Todo es confidencial, me da mucha seguridad”, afirma.

Una encuesta encargada por Genderdoc en 2023 concluyó que un 55% de los habitantes de Chisinau tenía una opinión favorable o neutra hacia la comunidad LGTBI, comparado con el 33% de tres años antes.

El programa de salud de Genderdoc está financiado mayoritariamente por el Fondo Mundial, el mayor proveedor multilateral de subvenciones para luchar contra el VIH, la tuberculosis y la malaria en más de 155 países, en el que España es también donante. Para otros programas, la ONG recibe dinero público y privado de países como Suecia o Reino Unido. “Pero no logramos cubrir todas las necesidades. Ahora, por ejemplo, tenemos un agujero económico para atender a la población transgénero. Necesitamos psicólogos para ellos y no hay muchos, por eso tenemos que pagar. También es difícil conseguir hormonas y hay que importarlas, lo que eleva su coste”, explica Mulear.

LGTBI y refugiados de Ucrania

A medio plazo, la prioridad para estos activistas es el reconocimiento del género y legalización del matrimonio homosexual en Moldavia. “Si pudiera pedir un deseo sería ese. Daría un reconocimiento y una seguridad a las parejas, que podrían compartir realmente sus vidas. Por ejemplo, si uno va al hospital, la pareja podría recibir informaciones, tomar decisiones... Hasta ahora nuestra misión ha sido informar al respecto, pero ahora hay que pasar a la acción. Queremos los mismos derechos que los demás, solo eso”, afirma Rotari.

Mulear subraya también la batalla de las personas transgénero para cambiar los documentos de identidad. “Lleva años, se necesitan psiquiatras, a veces hay que ir a tribunales europeos y en ese tiempo pueden pasar muchas cosas”, suspira el activista. Los dos hombres recuerdan una persona que murió durante la pandemia de coronavirus y que quería fallecer legalmente como mujer, o el suicidio el año pasado de una adolescente transgénero de 15 años que fue acosada por sus compañeros. “Después de aquello hicimos muchos llamamientos al ministerio de Educación, pedimos que los profesores estuvieran más preparados para enfrentarse a este tipo de situaciones. Hicimos unos talleres en el centro en cuestión y el ministerio pensó que con eso ya estaba. Pero todos los profesores de Moldavia necesitan este tipo de formación. Una cosa es la ley y otra la vida real”, agregan.

La guerra en la vecina Ucrania también ha modificado y aumentado el trabajo de GenderDoc. El estigma en los dos países hacía imposible que los refugiados de la comunidad LGTBI que llegaron a Moldavia huyendo del conflicto pudieran alojarse en centros de acogida ordinarios. “Necesitaban un lugar seguro y alquilamos dos apartamentos, en los que pueden quedarse varios meses. Les ayudamos a integrarse, si quieren quedarse aquí, les damos apoyo financiero, como vales para comida”, explican.

Nico, de 39 años, un ucranio enjuto, con barba perfectamente recordada, vestido con esmero y recién perfumado, cuenta que llegó a Moldavia huyendo de Odesa, nada más estallar la guerra. “Debo mucho a esta ONG. Me han ayudado a formarme, me han dado un techo y comida. Ahora trabajo como peluquero en prácticas. Al principio no me quería quedar en Moldavia y fui a Bucarest, pero volví. Pese a todo, en Chisinau hay una mayor tolerancia que en Ucrania y me siento más cómodo y tranquilo que en mi país”, asegura.

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