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Gagaúzia, el otro feudo prorruso en la Moldavia que mira hacia la UE

Además de la separatista Transnistria, la región autónoma gagaúzia es ejemplo de las múltiples resistencias que afronta el proyecto europeo en su renovado espíritu de ampliación

Andrea Rizzi
Moldavia Ucrania Rusia
Una transeúnte pasa delante de una estatua de Lenin en el centro de Comrat, capital de Gagaúzia, región autónoma de Moldavia, el mes de junio.Andrea Rizzi

La estatua de Lenin mira hacia el Este. En esa dirección, a unos 20 kilómetros, se halla Ucrania; unos pocos metros detrás, se yergue la sede de la Asamblea Popular de Gagaúzia, una región autónoma de Moldavia. La escultura ―ubicada en la calle de Lenin de Comrat, capital de la región― recuerda el reciente pasado soviético de Moldavia, señala el presente filoruso de Gagaúzia y sugiere el futuro repleto de obstáculos de un país cuyo actual Gobierno empuja con todas sus fuerzas para acercarlo a la UE. “La mayoría aquí apoya a Rusia. Yo no, pero somos pocos”, dice, en un despacho del edificio que alberga la Asamblea Alexander Tarnavski, vicepresidente de la institución.

Gagaúzia es una pequeña entidad territorial con estatus de autonomía dentro de Moldavia desde 1994 y una población que se estima en unos 130.000 habitantes. Un pequeño rincón de Europa en el que confluyen enormes problemas geopolíticos, desde el pulso entre la UE y Rusia hasta la influencia de Turquía en los Balcanes. El camino de Moldavia hacia la UE que impulsan la presidenta, Maia Sandu, y su Ejecutivo afronta no solo el reto de una ardua modernización del país para adecuarlo a los estándares europeos y el de la crisis congelada de la región separatista de Transnistria, que acoge en su territorio a soldados rusos, sino también el de esta región que no comparte el objetivo europeo y mantiene unas relaciones cada vez más deterioradas con la capital.

Serguéi Anastasov, alcalde de Comrat, expresa el sentimiento mayoritario en la región. “Queremos vivir en un país independiente. Aquí, dentro de nuestras fronteras”, sostiene el político. Rechazan el alineamiento que la adhesión a la UE representaría y reivindican un blindaje de la autonomía de Gagaúzia dentro de Moldavia y la posibilidad de mantener sus buenas relaciones con Moscú.

Serguéi Anastasov, alcalde de Comrat, capital de Gagaúzia.
Serguéi Anastasov, alcalde de Comrat, capital de Gagaúzia.

El viento político local sigue soplando en esa dirección pese a la brutal invasión rusa de la vecina Ucrania, que provocó una ola de refugiados que se notó de forma muy sustancial en Moldavia, y en la propia Gagaúzia. A mediados de julio quedó inaugurado el mandato como líder de la región de Yevgeniya Gutul, quien se impuso en las elecciones locales del pasado marzo como representante del partido del magnate prorruso Ilon Shor.

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Una serie de antecedentes muestra lo complicado de la situación. En febrero, el Gobierno moldavo denunció un intento de golpe urdido por Rusia. En abril, Shor ―fugado en Israel― fue condenado en ausencia a 15 años de prisión por fraude y blanqueo de capitales. En mayo, la UE le sancionó junto a otras figuras cercanas por, entre otras cosas, intentar desestabilizar su país. En junio, la justicia moldava declaró inconstitucional el partido de Shor y ordenó su disolución, citando la obligación de las formaciones políticas de ejercer su actividad garantizando la estabilidad del Estado. Al margen de todas estas vicisitudes, en su toma de posesión, Gutul manifestó a Shor el agradecimiento por su persistente apoyo y subrayó que durante su mandato buscará mantener buenas relaciones con Rusia.

Gutul se impuso en un lote de candidaturas en el que la abrumadora mayoría defendía la política de mantener estrechos lazos con Rusia. “Aquí los votantes son sensibles a la cuestión geopolítica y sustancialmente no hay opciones de ganar si eres proeuropeo”, dice Tarnavski, durante una reunión mantenida en junio en el marco de un viaje organizado por los centros de estudios CIDOB (con sede en Barcelona) e IPRE (un instituto no gubernamental con sede en Chisinau) y financiado por este último.

Los lazos con Rusia son profundos, procedentes del pasado, cultivados en el presente sobre todo a través de la lengua y del apego a las emisiones televisivas en ruso. El sistema educativo es de forma ultramayoritaria en ruso.

“Hay 58 guarderías y todas son en ruso. Hay 45 escuelas y solo tres tienen la lengua estatal como referencia, y el resultado es que menos del 10% la habla de verdad. Desde el nacimiento, todos están rodeados de la lengua y la cultura rusa. La gente no mira los medios nacionales”, apunta Tarnavski, un hombre de origen ucranio pero afincado en el territorio desde antes de la reciente oleada de refugiados. Es vicepresidente de la Asamblea por su condición de representante de una minoría. La “lengua estatal” a la que se refiere es el rumano. Así lo asevera la Declaración de Independencia de 1991. La Constitución, de 1994, se refiere a ella como moldavo, pero el Constitucional ha declarado que la primera definición es la que tiene valor.


Aelxander Tarnavski, vicepresidente de la Asamblea de Gagaúzia, en una zona donde se expone una maqueta con el nombre de Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, país que presta ayuda a la región.
Aelxander Tarnavski, vicepresidente de la Asamblea de Gagaúzia, en una zona donde se expone una maqueta con el nombre de Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, país que presta ayuda a la región.

Este nexo lingüístico y cultural con Rusia ha hecho que en el pasado mucha emigración por motivos económicos se dirigiera hacia ese país, reforzando los lazos, aunque en los últimos tiempos la tendencia se ha vuelto más hacia la UE. Moldavia es, pese a sus considerables progresos, uno de los países menos prósperos de Europa, y Gagaúzia no es una excepción, con una economía que se apoya sin demasiado brillo sobre todo en la agricultura, con muchos viñedos, en algo de manufactura y en las oportunidades vinculadas al estatus autonómico.

La lengua local, el gagaúzo, languidece, poco sostenida, y en peligroso declive. Los gagaúzos son un pueblo de origen túrquico y religión cristiano-ortodoxa. La autonomía no parece ponerse al servicio de la identidad cultural local. Un ciudadano con apego al idioma y recientemente convertido en padre lamentaba la dificultad de hallar libros con cuentos para su hijo.

Anastasov, el alcalde, lanza dardos contra los Gobiernos centrales de los últimos lustros en un encuentro mantenido en la sala de plenos del municipio: “Un millón de personas se ha ido de Moldavia, nadie hizo las cosas sencillas para la gente durante 25 años. Los líderes viven en Chisinau y no sabe bien qué ocurre en el territorio. Ahora, el Gobierno se gasta presupuestos en burócratas. ¿Por qué? La población decrece y los burócratas aumentan”, dice.

El Ejecutivo central está intentando reforzar el potencial de la Administración, que dispone de efectivos muy limitados y ofrece salarios poco atractivos, para mejorar la eficacia del enorme proceso de reformas que es necesario acometer para que Moldavia pueda irse integrando en la UE. Una amplia serie de conversaciones mantenidas en la capital del país con altos cargos políticos y funcionarios atestigua la gran mole de trabajo que pesa sobre pocos hombros, y también el entusiasmo con el que un buen puñado de profesionales que se habían labrado prometedoras carreras en el exterior han regresado a Moldavia para dar impulso al proyecto europeísta liderado por Sandu.

Moldavia obtuvo el estatus de país candidato a la UE el año pasado junto a Ucrania. Bruselas presta apoyo al país por múltiples vías, con ayuda macrofinanciera, con una misión civil que asesora en materia de amenazas híbridas, ciberseguridad o manipulación de la información, con la liberalización del comercio de productos agrícolas ―ampliada y prolongada por un año más hace unos días― y, en definitiva, con un consistente respaldo político.

En el conjunto del país, los sondeos de opinión apuntan a que la parte de la población partidaria de la adhesión a la UE es mayoritaria con respecto a la que mira hacia Moscú, así que la resistencia de Gagaúzia resultaría probablemente vencida en una votación nacional. Pero el país registra muchos aspectos de fragilidad y el camino no puede darse por descontado. Los líderes europeístas señalan que la estabilidad democrática no puede considerarse garantizada en el largo plazo sin un anclaje en la UE.

Gagaúzia es un pequeño pero significativo ejemplo también en otro sentido: el de la proyección de influencia de Turquía en distintos puntos de la gran península balcánica. Durante los varios lustros en los cuales el acercamiento de estos países a la UE estuvo, si no congelado, fuertemente ralentizado, Ankara ha ido ganando posiciones.

La influencia turca

En una sala de acceso a la Asamblea Popular donde recibe Tarnavski destaca una maqueta urbanística con el nombre muy visible del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. En las afueras de Comrat puede verse un nuevo estadio construido con financiación turca, uno de los ejemplos de varios proyectos impulsados por Ankara.

“Yo diría que aquí la ayuda exterior es un 40% de la UE, un 40% de Turquía, un 10% de EE UU y un 10% de los demás”, comenta el alcalde Anastasov. Significativamente, no menciona a Rusia. Moscú cultiva sus lazos aprovechando los nexos lingüísticos, una historia compartida y el interés que las élites locales ven en prolongar esta situación.

La UE registra una renovada voluntad política de proceder a ampliarse. Francia, sobre todo, que durante años fue un freno al proceso, ha dado un giro en un sentido aperturista. Moldavia, junto a varios países de los Balcanes occidentales, Ucrania o Georgia están en el horizonte. Gagaúzia es uno de una miríada de obstáculos en el camino, de distinta dimensión, desde la invasión de Ucrania a la ocupación de territorios de Georgia, desde el separatismo de Transnistria a la falta de reconocimiento de la independencia de Kosovo por parte de cinco miembros de la UE, desde la parálisis permanente de Bosnia a muchos problemas, como lo que significa una estatua de Lenin en Comrat.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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