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“Me dilató el cuello del útero con un tallo de mandioca y el feto cayó”: morir por abortar en el África subsahariana

Un estudio de Médicos Sin Fronteras y otras organizaciones alerta del alto número de complicaciones graves que sufren las mujeres tras una interrupción del embarazo en zonas de conflicto de esta parte del continente africano

Abortar en el África subsahariana
Una joven keniana de 17 años embarazada, conversa con su hermana menor en la puerta de su casa en Lindi, cerca de Nairobi, en noviembre de 2020MONICAH MWANGI (Reuters)

“Llegué a un hospital de Bangui y una mujer de 25 años acababa de fallecer en brazos de mis colegas por complicaciones tras un aborto. Esto puede ocurrir varias veces al mes, pero es una muerte evitable si ponen los medios. Los médicos allá tienen las manos atadas por barreras legales y sociales, pero la gran mayoría considera que estos cuidados son un derecho de todas las mujeres porque ven diariamente los daños que provoca su ausencia”. Las palabras de Estelle Pasquier, investigadora de Médicos Sin Fronteras (MSF), resumen la realidad que impulsó un estudio pionero sobre las complicaciones que sufren las mujeres tras un aborto en áreas especialmente frágiles y violentas del África subsahariana, la zona del mundo donde se registran el 70% de las muertes maternas del mundo.

Según la ONU, cada día fallecen 800 mujeres por motivos vinculados con el embarazo y el parto. Las complicaciones en un aborto forman parte de las cinco principales causas de estas muertes, pero paradójicamente son la única que podría prevenirse prácticamente al 100%.

El estudio realizado por MSF, Épicentre, (el centro de investigación médica de esta ONG), el Instituto Guttmacher y la organización internacional Ipas, en colaboración con los Ministerios de Sanidad de Nigeria y República Centroafricana, se centró en un hospital de Bangui y otro del Estado de Jigawa, en el norte de Nigeria. En ellos se vio claramente que las complicaciones graves tras un aborto en estos hospitales de entornos empobrecidos, frágiles y de conflicto, fueron entre cinco y siete veces más frecuentes que en los hospitales africanos de entornos más estables estudiados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con una metodología similar.

“¡Hasta siete veces más de complicaciones! Sabíamos que el problema era importante y que no había suficientes datos porque es una realidad que se oculta, pero este resultado nos sorprendió y nos convenció de que hay que hacer algo. Son lugares en los que las mujeres mueren por complicaciones que pueden ser perfectamente controlables y prevenibles”, explica Pasquier, que realiza su labor en Épicentre y es coautora de este informe, en una entrevista telefónica con este diario.

La radiografía de este desastre es compleja y va más allá del aspecto puramente médico. La legislación que penaliza el aborto, la sociedad que estigmatiza a las personas que recurren a él, la falta de educación, la ausencia de información sobre métodos anticonceptivos y salud reproductiva, la falta de independencia de las mujeres para tomar decisiones por ellas mismas, la pobreza, la falta de formación del personal sanitario o la lejanía con el hospital más cercano son factores que contribuyen a agravar la situación, según las conclusiones de este estudio.

Son lugares en los que las mujeres mueren por complicaciones que pueden ser controlables y prevenibles
Estelle Pasquier, MSF

“Estaba angustiada. Alguien me enseñó a introducirme un trozo de hierro en la vagina... Me dijo que dilataría el cuello del útero, pero no funcionó ... También me dijo que hirviera las raíces de una planta llamada kava con carbonato de sodio y que me bebiera la mezcla. Después no me sentí bien. No podía levantarme de la cama. Los dolores eran intensos”, contó a los autores de este estudio una mujer ingresada en el hospital de Bangui días después de haberse practicado un aborto en casa.

Objetos metálicos, hierbas

El estudio Morbilidad y mortalidad relacionada con abortos en zona frágiles y de conflicto (AMoCo, por sus siglas en inglés) se elaboró tras escuchar los testimonios de más de 1.000 mujeres que sufrieron complicaciones relacionadas con un aborto, entre 2019 y 2021, en los dos centros médicos estudiados. La mayoría de las que afirmaron haberse provocado el aborto explicaron que habían utilizado métodos peligrosos, como objetos metálicos o palos de mandioca, inyecciones, hierbas tradicionales o medicamentos.

“Intenté abortar yo misma, pero no funcionó, así que tuve que ir a ver a una mujer a un barrio. Me pidió 15.000 francos centroafricanos (23 euros) por el aborto, pero yo solo tenía 13.000 (20 euros), así que se los di. Me inyectó un medicamento, me dilató el cuello del útero con un tallo de mandioca y el feto cayó. Después, empecé a tener dolores abdominales”, cuenta una mujer de 27 años ingresada en el hospital de Bangui.

Como médico, lo más duro es ver que a veces son mujeres que vinieron pidiendo abortar y no pudimos hacer nada por ellas debido a la ley y luego vuelven en ese estado, tras haberlo hecho ellas mismas”,
Richard Ngbale, ginecólogo centroafricano

La ONU fijó como objetivo que en 2030 la mortalidad materna tendría que ser de 70 por cada 100.000 nacimientos. Pero en Bangui, se está muy lejos de esta meta. Con 829 muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos, la República Centroafricana tiene una de las tasas de decesos maternos más altas del mundo. En el hospital de la capital en el que se realizó el estudio, los ingresos por complicaciones relacionadas con el aborto representaron el 20% de todas las admisiones relacionadas con el embarazo. Y en una cuarta parte de los casos, las mujeres eran menores de edad.

“Llegan con lesiones terribles: hemorragias, infecciones, lesiones en la vagina y en el útero y a veces en otros órganos. Como médico, lo más duro es ver que a veces son mujeres que vinieron pidiendo abortar y no pudimos hacer nada por ellas debido a la ley, que lo permite en contados casos, y luego vuelven ese estado, tras haberlo hecho ellas mismas”, explica a este diario Richard Ngbale, profesor y médico ginecólogo-obstetra en un hospital público en Bangui, que también participó en la investigación.

Pasquier resalta que el personal médico que participó en este estudio “tenía una experiencia personal con este problema” que era reveladora del problema. “Cuando les preguntamos si conocían personalmente a alguien que hubiera muerto por estas complicaciones derivadas de un aborto, la mayoría de mis colegas dijo que sí. Yo, por ejemplo, no conozco a ninguna mujer que haya muerto por abortar”, resume Pasquier.

Seis días antes de ver a un médico

Pero Ngbale traza una desoladora fotografía de la sociedad centroafricana que relega a las mujeres a un rincón invisible. “No conocen los métodos anticonceptivos, no tienen recursos propios porque no trabajan y dependen de otros para poder ir a ver a un médico, viven lejos de los centros médicos y en muchos casos hasta son los hombres quienes deciden sobre si el embarazo sigue adelante o no”. Según el estudio, solo el 3% de las mujeres encuestadas en el Estado de Jigawa y el 37% de las entrevistas en Bangui afirmaron utilizar algún método anticonceptivo antes de quedarse embarazadas.

Una joven africana embarazada de siete meses, posa junto a una muñeca en Kenia, en septiembre de 2020
Una joven africana embarazada de siete meses, posa junto a una muñeca en Kenia, en septiembre de 2020MONICAH MWANGI (Reuters)

La zona de Nigeria estudiada es una región muy pobre, rodeada por área de conflictos y donde las tradiciones tienen mucho peso y las mujeres en muchos casos ni siquiera van a la escuela. Las principales barreras para el uso de anticonceptivos son el rechazo por parte del marido y la familia, el hecho de que no supieran que podían quedarse embarazadas y sus creencias religiosas, concluye la investigación. Según las cifras oficiales de la ONU, en todo Nigeria la mortalidad materna era de 1.047 decesos por cada 100.000 nacimientos en 2020.

El estudio también resalta el largo y difícil periplo de estas mujeres tras abortar, lo que agrava sus complicaciones y riesgos. La mitad de ellas tardó al menos dos días en ver a un médico desde la aparición de los primeros síntomas y algunas esperaron hasta seis. “Muchas quieren mantener su aborto en secreto. Cuando los síntomas empeoran, a menudo deciden volver a la persona que les practicó el aborto o a gente sin formación, lo que aumenta aún más el retraso en ser atendidas y recibir un tratamiento adecuado”, describen los autores.

Para Ngbale, “la prioridad debe ser informar a las mujeres de sus derechos e impulsar su educación general. Luego hay que extender el uso de métodos anticonceptivos y finalmente avanzar en la despenalización del aborto”.

“¿Por dónde se empieza? En estos contextos frágiles, donde las mujeres son especialmente vulnerables, hay que poner en marcha cuidados integrales para limitar su sufrimiento y su mortalidad: tenemos que invertir en mejorar los conocimientos de las comunidades sobre métodos anticonceptivos y facilitar métodos abortivos seguros y una atención posaborto correcta, también en atención primaria”, resume Pasquier.

La investigadora de MSF celebra que este estudio, que ya fue entregado hace algunos meses a las comunidades concernidas y a los respectivos ministerios, ya ha comenzado a tener un impacto en las dos zonas. “Por ejemplo, en la divulgación de los métodos anticonceptivos por parte de las autoridades locales y los hospitales”, cita.

Los expertos confían en que la investigación también ayude a impulsar, en la práctica, el Protocolo de Maputo, como se conoce al Protocolo de la Carta Africana sobre los Derechos de la Mujer en África, adoptado en 2003, que puede ser el marco legal para que las mujeres africanas reclamen su derecho legal a una atención segura del aborto. La mayoría de los países africanos lo han ratificado, pero su implementación lleva mucho retraso en casi todos ellos.

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