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La música marfileña no es solo cosa de hombres

Un puñado de mujeres desafían los prejuicios de una industria que sigue asignando roles y encasillando en estilos en función del género

Música Costa de Marfil
La rapera de Duekué, Nash en el mercado de artes y música en Abiyán, al sur de Costa de Marfil, en 2016.Ángeles Jurado
Ángeles Jurado

Hubo un tiempo en el que la gente del oeste dominaba la escena musical marfileña y los platós televisivos y las radios bailaban, se peleaban y se enamoraban al ritmo de Ernesto Djedjé, Bailly Spinto, Chantal Taïba, o Gadji Celi. A la cabeza de la explosión musical figuraban sobre todo hombres, según apunta el antropólogo Ballet Djedjé (Abiyán, 1980), porque los hombres podían viajar, mezclar diferentes influencias e innovar y las mujeres hacían una música “más dulce, menos agresiva, más lánguida, copiada sobre el estilo camerunés o congoleño”. “La dominación masculina es una realidad en la música también”, precisa él por WhatsApp desde Madrid, donde completa un doctorado en Antropología. Y le salta la palabra patriarcado a los labios.

Totorino Le Samouraï es el nombre de guerra de uno de esos hombres, David Tayerault, toda una institución en la música de África occidental en calidad de cazatalentos y mentor, además de arreglista, compositor, productor, músico y cantante. Se trata de un visionario que marca tendencias: por mencionar solo tres de ellas, se sitúa en el origen del célebre coupé decalé, de la introducción de los ordenadores en los estudios de grabación marfileños y de la expansión internacional de artistas como Magic System, cuyo conocidísimo Premier Gaou lleva su impronta.

Le Samurai es un músico que se prodiga: firmaba su noveno álbum en solitario el año pasado y se dice de él que está tras más de la mitad de los nombres de la escena musical marfileña. Ha trabajado con casi todos, desde clásicos melosos como Taïba y Spinto a Yodé y Siro, Aboutou Roots, Les Youlé, Shaoleen o Yabongo Lova. Por no hablar, fuera de las fronteras marfileñas, de Mokobé o Bisso Na Bisso. Su romance de cuatro décadas con la música empezó cuando se subió a un escenario de su Divo natal, en el suroeste de Costa de Marfil. Salía apenas de la adolescencia y formaba parte de los Woya, un grupo legendario en los ochenta y noventa, mixto y enormemente influyente. La banda presentaba, el año pasado, Best of, un doble disco que celebraba los 35 años de su primer lanzamiento discográfico.

Un semillero de talento musical

Tayerault invitó a las “nuevas generaciones” a remezclar y reinventar sus temas, oferta a la que respondieron su protegida Josey, un ídolo musical en Costa de Marfil en alas de la rumba y las influencias congoleñas, y otras estrellas como Shaoleen, Ariel Shenney, Bebi Philip, Kiff no Beat o Nash, muchos del mundo de la música urbana. Aparte de Josey, la otra mujer que figura en este párrafo es Nash, una rapera de Duekué, en el noreste del país, cerca de la frontera liberiana, famosa por sus letras sobre los niños de la calle, la pobreza o la violencia y por la utilización del nouchi, el argot urbano marfileño.

Los Woya ejercieron de semillero de talentos musicales, como Tayerault o una jovencísima Manou Gallo, todos formándose como artistas de la mano de Marcelin Yacé, director del grupo. Cuando los Woya se dispersaron, Tayerault se volcó como arreglista en todo tipo de estilos, empezando por el zouglou y el coupé decalé locales. El primero nacido de la tradición bheté y dida de recitar proverbios sobre cómo gestionar los pesares de la vida cotidiana y el otro, surgido de la guerra y la experiencia de la diáspora, centrado en el lujo y la evasión. En lo que se refiere a su propia música, con el tiempo se decantó por mezclar ritmos e instrumentos africanos con jazz, blues, soul, música caribeña y latina. A su manera, confluyó con el trabajo del rey del zêzê pop, John Kyffy, al elegir su lengua, el dida, para expresarse.

Los hombres podían viajar, mezclar diferentes influencias e innovar. Las mujeres hacían una música más dulce, menos agresiva, más lánguida, copiada sobre el estilo camerunés o congoleño
Ballet Djedjé, antropólogo

El dida también está en las letras de Manou Gallo, que, tras la disolución de los Woya, siguió al líder del grupo a Abiyán para formarse en Village Kiyi, un centro cultural panafricano. Gallo colaboró con Ray Lema, Zap Mama y Tambours de Brazza como fogueo previo a iniciar su carrera en solitario. De hecho, su primer disco, Dida, nació casi con el nuevo siglo, todavía marcado por la influencia de Yacé y el peso del duelo tras su muerte. El líder de los Woya fue una de las primeras víctimas de la rebelión armada de 2002.

Gallo sacará nuevo álbum, el decimosexto que graba, en vinilo y en plataformas en la primera semana de octubre. Bajo el título Afro Bass Fusion, homenajea a sus influencias, empezando por el malogrado Yacé y siguiendo con Fêla Kuti, Dibango, Franco Luambo, Aïcha Kone o Soro N’Gana.

Virtuosa de varios instrumentos, entre los que destacan la percusión y el bajo, hoy Gallo crea con otros virtuosos, como Bootsy Collins, Marcus Miller y Christian McBride, sin dejar de girar y componer con su banda, Le Djiboi (los de Divo). Reivindica sus cimientos en los tambores de Divo para luego construir encima algo nuevo, a través de la fusión, de manera innovadora y armada con un bajo omnipresente. Contra viento y marea, hay que añadir, porque el historiador Dagauh Komenan (Yamusukro, 1989) apunta que “mucha gente de su propia comunidad no aprecia el hecho de que domine la percusión que se reserva tradicionalmente a los hombres”.

Esta labor pionera la acerca a otra mujer que rompe leyes musicales tácitas, la bheté Dobet Gnahoré. “Las mujeres bheté son reputadas por su fortaleza, su osadía e incluso, a veces, su extravagancia”, precisa Komenan, que cita como ejemplo a la Madonna marfileña, Tina Spencer, madre de Dj Arafat y una figura que marcó la escena musical en los ochenta y noventa, utilizando el inglés y escandalizando a sus compatriotas con sus coreografías sensuales.

“Costa de Marfil fue durante mucho tiempo el centro de la música de África occidental, igual que hoy son Nigeria o Congo”, medita Manou Gallo por teléfono desde Bruselas, donde vive hace años. “Pero Costa de Marfil era, de entrada, un país muy abierto. Que haya mujeres fuertes en la música, que destaquen, no es algo que me sorprenda. Es algo que pasa y que irá a más”. Pone su fe en las nuevas estrellas del rap ivoire y la proliferación de instrumentistas y bandas con “supermujeres” en sus formaciones.

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Sobre la firma

Ángeles Jurado
Escritora y periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África. Coordinadora de 'Doce relatos urbanos', traduce autores africanos (cuentos de Nii Ayikwei Parkes y Edwige Dro y la novela Camarada Papá, de Armand Gauz, con Pedro Suárez) y prologa novelas de autoras africanas (Amanecía, de Fatou Keita, y Nubes de lluvia, de Bessie Head).

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