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Mi maestro, mi aula y mis libros, a un abismo de distancia

La pandemia ha profundizado la precariedad de la educación en Venezuela, que ya atravesaba una crisis humanitaria cuando el virus sacó a los alumnos de sus clases

La maestra Socorro Medina y sus alumnos, en la escuela que ha montado en su vivienda, en el barrio de La Cruz de Caracas, Venezuela.
La maestra Socorro Medina y sus alumnos, en la escuela que ha montado en su vivienda, en el barrio de La Cruz de Caracas, Venezuela.Daniel Hernández
Florantonia Singer

Shande Zambrano cursa su último año de bachillerato en Mecánica en una escuela técnica en Caracas. Un momento cumbre de sus estudios de este año era fabricar un tornillo en los tornos y fresadoras de su instituto, después de haber aprendido a calcular mediante fórmulas matemáticas cómo se hace esta pieza fundamental de cualquier máquina y de casi cualquier objeto manufacturado. A él le tocó hacerlo en cartón, dibujado. “Estamos incompletos, no hemos aprendido nada”, dice con preocupación el joven de 17 años, que no sabe cómo entrará al mercado laboral con tales deficiencias. A la educación venezolana en el último año no solo le han faltado tornillos, tuercas y engranajes; para muchos estudiantes ha significado la total parálisis de su formación.

Zambrano camina por la capital la mañana de un jueves de marzo con cuatro compañeros después de salir del liceo a donde fueron a averiguar cómo harían las pasantías con las que deben graduarse. Visten su uniforme escolar; frustrados. En un año casi no han hablado con sus profesores, no tienen internet en casa y ni siquiera señal de móvil para hacer una llamada. Han quedado en el agujero negro de la desconexión en Venezuela. Además, deben recorrer los bancos durante toda una semana para sacar dinero en efectivo y poder pagar un viaje en transporte público hasta su escuela en un país en hiperinflación donde el 96% de su población está sumida en la pobreza, de acuerdo con la última medición de la Encuesta de Condiciones de Vida del Venezolano.

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La educación a distancia en Venezuela es a la distancia de un abismo. La carrera de obstáculos que deben sortear Zambrano y sus amigos es el lugar común en el sistema escolar, que desde hace un año no ha reabierto las aulas y todavía está lejos de hacerlo. El Gobierno de Nicolás Maduro decretó la suspensión de clases incluso antes de que se detectaran los primeros casos de coronavirus en el territorio. Abruptamente, uno de los países con la conectividad más lenta de la región, en el que seis de cada 10 personas no posee un móvil —según cifras de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones— y donde varias regiones pasan varias horas al día a oscuras por los apagones, pasó a educarse a través de un intermitente WhatsApp, clases grabadas que transmiten en la televisión estatal y centenares de fotocopias de guías que los padres recogen en los colegios quincenalmente y, a veces, no pueden pagar.

Pandemia más emergencia

Con una propagación inicial ralentizada por la propia crisis del país —la poca conectividad aérea y una agravada escasez de combustible redujeron la movilidad y, por tanto, el contagio de coronavirus—, un año después la epidemia empieza a mostrar los dientes con un incremento veloz de los casos. Aunque el Gobierno primero anunció un regreso semipresencial a las aulas para el mes de abril, el pasado 22 de marzo Maduro dijo que no habrá vuelta a las clases presenciales y decretó un nuevo confinamiento debido a la detección de las nuevas variantes más contagiosas del virus.

La vacunación es incierta. Pero la covid-19, en realidad, es lo de menos. La pandemia encontró al país en emergencia humanitaria. Esta condición previa también ha hecho que sea un espejismo la vuelta a clase en escuelas que no tienen agua para garantizar el lavado de manos y cuando los profesores han desertado en masa porque reciben menos de un dólar al mes de salario. Según la Federación Venezolana de Maestros, más del 40% de los docentes del país ha renunciado en los últimos años. Muchos han aprovechado la educación a distancia —que se ha limitado al envío y corrección de deberes— para emprender en otros oficios para poder sobrevivir.

Carolina Castelin ayuda con la lección escolar a Deiber, uno de sus hijos, en Caracas, Venezuela. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa.
Carolina Castelin ayuda con la lección escolar a Deiber, uno de sus hijos, en Caracas, Venezuela. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa. Daniel Hernández

La hija de tres años de Seliandry Rodríguez, de 29, empezó su educación en esas condiciones. Su madre recibe instrucciones por WhatsApp y como puede le enseña los números y vocales en casa. No ha querido llevar a la pequeña a sesiones con la maestra porque teme el contagio con el virus. En la misma casa estudian los dos hijos de su hermana, Carolina Castelin, que dice que no ha encontrado la manera de explicarle al más grande qué son los mestizos, los zambos y los mulatos, asignaciones de quinto grado sobre la historia del descubrimiento de América.

En el estrecho corredor de acceso a la casa, ubicada en el barrio La Lucha en el este de Caracas, está la cocina, una nevera y el mueble en el que se apilan los cuadernos y materiales para la tarea, unas ollas y la licuadora. Las hermanas, ambas desempleadas, han diseñado piezas para apoyar el aprendizaje de sus hijos, hasta el punto de que terminan haciéndoles los dibujos en los cuadernos. Rodríguez tiene algo de experiencia porque estudió ocho semestres de Educación Preescolar, aunque hubo de retirarse hace dos años “por la situación país”: no tenía dinero para pagar el transporte hasta la universidad, que le quedaba a dos horas de casa.

Mientras espera a que comience una sesión en Google Meet, que al final fue suspendida sin mayores explicaciones, Mattias Gasper, de 11 años, cuenta que él era muy bueno en Matemáticas, pero eso cambió repentinamente. “Creo que la maestra desapareció después de que comenzó la pandemia, no supimos más durante todo el último lapso y mi mamá es muy mala con los números”, explica.

Gasper estudia en un colegio privado que desarrolló una aplicación para poder implementar un aula virtual. Podría ser un afortunado, pero la crisis también lo ha alcanzado. Su madre, Karla Franceschi, le comparte su ordenador portátil del trabajo por las mañanas para que pueda estudiar, pero dice que está ahorrando para el tutor y la terapia que necesitará su hijo para superar este año de desaprendizaje y estrés. Lo ha dado todo por perdido.

Mattias Gasper, de 11 años, asiste a una clase virtual desde su casa en Caracas, Venezuela. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa.
Mattias Gasper, de 11 años, asiste a una clase virtual desde su casa en Caracas, Venezuela. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa. Daniel Hernández

La lógica rota

“En Venezuela hubo una ruptura en la lógica del aprendizaje en un momento clave del año escolar, cuando estaba por finalizar”, explica Olga Ramos, especialista en políticas públicas del Observatorio Educativo de Venezuela. “No se pudieron cerrar los procesos de aprendizaje y lo que ha ocurrido en muchos casos es desaprendizaje, aprendizajes incorrectos y acumulación de deficiencias. Hay lecciones que solo pueden ser presenciales y se siguen postergando”. Dos grados escolares han quedado trastocados por la pandemia: el que terminó abruptamente en junio y el que comenzó en octubre pasado en casa, sin tener las condiciones para implementarse a distancia.

La misma encuesta de Condiciones de Vida del Venezolano señalaba en 2020 que casi un 20% de los estudiantes entre 12 y 17 años lleva dos años de rezago escolar, y un 18% va retrasado un año. En el curso 2019-2020, un 40% de los alumnos faltaba con frecuencia a clases por falta de transporte, agua o comida. En opinión de la analista, el Gobierno ha dejado la puerta abierta a la improvisación descargándose de sus obligaciones. “Estábamos en emergencia humanitaria antes de la pandemia y el sistema educativo también estaba desestructurado porque tenemos un Estado fallido que es incapaz de cumplir sus funciones”.

En el curso 2019-2020, un 40% de los alumnos faltaba con frecuencia a las clases por falta de transporte, agua o comida

Ramos dice que es difícil saber las consecuencias que esto tendrá en el futuro, pero de entrada asegura que la desigualdad ha ganado terreno. “Donde había mejor conexión, el estudiante tuvo mayores capacidades para aprender”, dice. “Las escuelas, al estar diseminadas en casi todo el país, permitieron que los venezolanos aprendieran independientemente de sus condiciones de vida. Ahora, de sus condiciones de vida dependerá su desarrollo”.

En La Cruz, otro barrio caraqueño, la maestra Socorro Medina ha visto cómo a los niños se les ha olvidado leer. En su casa, en una habitación de tres por tres metros, funciona desde hace años un aula con pupitres, pizarra y biblioteca en la que atiende de seis a 12 niños de todas las edades y en todas las materias. En la pandemia ha tenido mayor demanda. En un momento está con números romanos, pasa a la propiedad conmutativa y luego al uso del that y el this, eso y esto en inglés.

Medina tiene más de 20 años de experiencia y da clases en una escuela subvencionada por el Estado donde gana 2,5 euros al mes. Cuando comenzó la pandemia, su esposo, que trabajaba de mesonero, quedó sin empleo. “Tuve que convertir lo que me gusta en mi sustento”, dice. Ahora, por cada estudiante que recibe en su casa cobra un dólar al día, apenas 83 céntimos de euro. Entre los que van a sus tareas dirigidas, hay chicos cuyos padres deben trabajar por su cuenta en la calle para vivir al día —más del 60% de la población venezolana—, otros que han quedado a cargo de otros familiares por la migración —cerca de un millón de niños han sido dejados atrás, calcula la ONG Cecodap— e, incluso, algunos que no tienen en casa una mesa para hacer las tareas. “Hace mucha falta el colegio”, enfatiza Medina una tarde en la que llegan uno tras otro varios estudiantes con una pila de dudas por resolver.

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