El estrés de estudiar a distancia y sin saldo en el móvil
En el asentamiento 30 de Octubre, de Lima, en Perú, el acceso a internet por teléfono es muy caro. La situación es semejante en cientos de poblados con pobreza urbana, donde las facilidades tecnológicas prometidas por el Gobierno para estudiar desde casa no han llegado
En el asentamiento informal 30 de Octubre, del distrito de Villa María del Triunfo, en el sur de Lima, las madres de familia y los escolares temen repetir la frustración del año pasado, cuando varios hijos tenían que usar un mismo móvil con poco saldo de datos o mala señal. Medaly, de 15 años, define su paso por la escuela en 2020, el año de la pandemia, como “estresante”. Cursó el tercer año de secundaria y, en ocasiones, el único celular que había para tres estudiantes no tenía señal. “No sabíamos qué hacer: los profesores mandaban tareas todos los días y no les decíamos que teníamos problemas, había que cumplir sí o sí. Cuando ayudaba en sus tareas a mi hermana, que estaba en quinto de secundaria, o a la menor, me atrasaba”, explica. “En ocasiones pedíamos a alguien que nos prestara [dinero] para recargar el saldo del móvil, pero otras veces no teníamos a quién acudir. Ha sido más un año de esfuerzo que de aprendizaje, el colegio se volvió complicado”, describe la adolescente en su barrio.
Antes de la covid-19, el 20% de la población era pobre en Perú y el cálculo de Unicef y de las autoridades peruanas es que subió a un 30% debido a la paralización de actividades económicas en tres meses de confinamiento. En la periferia de Lima metropolitana las personas suelen paliar el hambre organizando ollas comunes, pero la falta de dinero para la educación remota vía internet no tiene aún solución.
En el 30 de Octubre, situado en la cima de un cerro de piedra donde no llega la red pública de agua, los vecinos pagan por el abastecimiento que transporta un camión cisterna. Celestina Jiménez es madre de una joven de 18 años con dificultades de aprendizaje que llevó el segundo de secundaria el año pasado. La estudiante vio Aprendo en Casa, la plataforma educativa dispuesta por el Ministerio de Educación, solo unos pocos días, pues el televisor y el móvil se estropearon y no tenían fondos para arreglarlos o comprar nuevos. Diez soles de internet (uno 2,25 euros) alcanzaba para tres días, pero con mala conexión. “Algunas semanas no había ni para comer ni para pagar el móvil. Ella no puede leer rápido y tengo que estar pendiente para ayudarla”, señala el ama de casa. Este año ha podido arreglar el televisor, aunque no resuelve la falta de conexión a internet para enviar las tareas de su hija por WhatsApp.
Antes de la pandemia solo el 7% de la población pobre tenía acceso a internet en Perú
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) de Perú, antes de la pandemia solo el 7% de la población pobre tenía acceso a internet. En abril, el entonces presidente Martín Vizcarra anunció que el Gobierno entregaría tabletas electrónicas a los escolares pobres en zonas rurales o urbanas sin conexión a internet o sin electricidad, pero el Ministerio de Educación anuló la compra en julio, luego de que la prensa denunciara irregularidades. El Congreso destituyó a Vizcarra en noviembre y los altos cargos del Gobierno de transición encontraron los dispositivos comprados, pero sin un contrato para su distribución, explicó el ministro del área, Ricardo Cuenca. El funcionario informó de que hasta mediados de marzo entregaron el 40% de los equipos y que esperaban completar el 100% a fin de mes.
Sin embargo, los estudiantes que viven en 30 de Octubre y en cientos de poblados pobres urbanos no van a recibirlos. “Preguntamos por las tablets y nos han dicho que es solo para provincias”, comenta Sandra, madre de tres niños que estudian la primaria en el colegio más cercano, el Paraíso, 15 minutos cerro abajo en mototaxi. “Ha sido difícil con un móvil para tres. A veces no teníamos dinero para fotocopias; o si la profesora mandaba un audio por WhatsApp, uno no lo podía escuchar porque el otro niño estaba tomando fotos a su cuaderno para enviar la tarea”, apunta. “Mi esposo es zapatero y por respetar la cuarentena no tuvo trabajo. Si él no sale, no hay ingresos. Un día el móvil se calentó y no funcionó más: a una vecina le pedíamos que nos prestara su internet”, añade Sandra.
Algo similar ocurrió con Mariel, que tuvo que mandar a sus hijos a que vieran Aprendo en Casa en la vivienda de una vecina porque su televisor se descompuso. Y Yaneth Huamaní, con dos hijos en edad escolar, fue auxiliada por su hermana, que estudiaba a distancia en un instituto y trabajaba, por lo que podía pagarle el internet. Huamaní, que es dirigente de su comunidad, cuenta que su hijo Kevin estudia en una escuela privada, pero no podrá seguir pagando la mensualidad. Está a la espera de una vacante en un colegio estatal para trasladarlo.
Zaida Luján abona la factura de internet a medias con un familiar ―unos cinco euros al mes cada uno― y comparten la señal. Su hijo Jairo, de nueve años, está matriculado en un colegio particular y ve las clases en el móvil de su madre. Luján cuenta que reclamaron a los profesores porque el año pasado no les explicaban a los alumnos y solo encargaban tareas. “Por eso ahora las clases son en Google Meet”, cuenta mientras ayuda a Jairo con una tarea de arte. En la casa contigua vive Karina Callán. Al inicio de la pandemia perdió su empleo tras 15 años como asistente del hogar. Su hijo mayor tenía un trabajo con el que pagaba su carrera de Arquitectura y el wifi para las clases de los hermanos menores, pero la situación cambió. “En su oficina hubo contagios de covid-19 y se asustó. Dejó de estudiar y trabajar, ahora nos van a cortar el internet. Ya no hay para pagar”, refiere la jefa de familia, de 41 años. Callán cuenta que internet no conecta bien y que con frecuencia no pueden descargar archivos pesados o vídeos. Su hija aprobó quinto de secundaria, pero su hijo, que cursaba cuarto, está en un módulo de recuperación. “Debido a la mala señal recibía información incompleta o no entraba a todos los enlaces. Mi hijo dice que no es como estar presente y preguntar cuando no se entiende”, detalla.
En el 30 de Octubre, el saldo de datos de internet es como el agua que trae el camión cisterna: cuesta mucho y se gasta rápido. La situación es semejante en cientos de poblados con pobreza urbana.
Equipos insuficientes
El Ministerio de Educación ha prometido entregar 1.056.430 tabletas, de las cuales unas 90.000 son para docentes, pero muy pocas tienen como destino la periferia urbana. La viceministra de gestión pedagógica, Killa Miranda, dice que cuando los actuales responsbles llegaron al ministerio, no encontraron dispositivos para el ámbito urbano, sino para el rural. “Los datos de pobreza urbana son limitados, por no decir inexistentes: se invisibilizan ante la ruralidad”, sostiene. A su vez, el especialista Paul Neira plantea algo similar. “No existe tanta investigación que describa el problema enorme que sufren los colegios en los ámbitos urbanos y periurbanos en el Perú”, opina el exmiembro del Consejo Nacional de Educación, un órgano consultivo del Ministerio de Educación. Para Neira el progama Aprendo en Casa partia de premisas incorrectas: “Se supone que al penetrar la radio y la televisión en zonas urbanas, los estudiantes iban a tener mayor exposición al programa y no iba a darse una mayor demanda del uso de la web, pero no sucedió así”, agrega. Sin embargo, el educador destaca que un número importante de dispositivos serán entregados a maestros que trabajan en zonas urbanas, en los quintiles más pobres, donde hay “mayor cantidad de problemas en todos los sentidos”.
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