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Tribuna
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Empresas y derechos humanos: ¿agendas equidistantes o complementarias?

Entre tanta incertidumbre y caos, el sector privado no ha quedado al margen de las irreverentes propuestas de quienes creen en otras formas de hacer las cosas de manera más inclusiva, más sostenible, más igualitaria

Empresas y derechos humanos
Goumbik (Pixabay)

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La dichosa pandemia no ha llegado en el mejor momento al mundo empresarial. Obviamente nunca es buen momento para que estas catástrofes de magnitudes bíblicas se hagan presentes. A las diferentes crisis ambientales, sociales, políticas que vienen asolando el mundo desde que entramos en este nuevo siglo, se unió en 2008 la crisis empresarial y económica, estrechamente relacionada con todas las anteriores. Los discursos apocalípticos (o realistas, según se mire) vienen anunciando el fin de un modelo de gobernanza global basado en el dominio de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial sobre el resto, el final de unos modelos de desarrollo y cooperación que solo sirven para que un porcentaje escaso de la población humana mantenga sus niveles de vida privilegiados, y el final de la capacidad de un planeta agotado que no puede más. Incluso hay algunos desventurados que se atreven a aventurar el agotamiento del mismísimo capitalismo. Ese sistema económico camaleónico basado en las negociaciones competitivas del “yo gano, tú pierdes”, que se adapta como nadie a las nuevas coyunturas y en el que siempre ganan los mismos.

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Entre tanta incertidumbre y caos, el mundo de la empresa no ha quedado al margen de las irreverentes propuestas de quienes creen en otras formas de hacer las cosas de manera más inclusiva, más sostenible, más igualitaria. Desde el inicio de este siglo comenzaron a darse iniciativas internacionales que requerían otro modelo de hacer negocios, no tan basado en las rentabilidades y datos económicos sino en la redistribución de riquezas, la sostenibilidad ambiental y social, el respeto de los derechos humanos y la justicia. Surgió el Pacto Mundial bajo el paraguas de Naciones Unidas con toda la laxitud y vaguedad de sus principios éticos, o quizás más estéticos (porque nadie controla si las empresas realmente cumplen con los indicadores de dichos principios, ya que los informes entregados por las mismas son poco informativos y transparentes); surgieron los Principios Rectores de la ONU sobre empresas y derechos humanos, con una apuesta decidida por la debida diligencia ―la forma en que una empresa entiende, gestiona y comunica el riesgo, también el que genera para otros― en materia de derechos humanos como principio rector de los nuevos modelos empresariales; surgieron también los Objetivos del Milenio (ODM) y posteriormente, tras el fiasco de no haber alcanzado ninguno de los indicadores, los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) como agenda global en el intento de transformar en 15 años lo que no ha sido posible hacer en los 70 anteriores de existencia de Naciones Unidas. Y, sobre todo, han surgido las iniciativas sociales y judiciales para extender la obligatoriedad de respetar los derechos humanos en el ámbito de las empresas. Hasta el punto de que actualmente sería complicado argumentar a favor de la voluntariedad del sometimiento empresarial a los derechos humanos: argumento preferido del mundo empresarial durante los últimos 20, 30, 40 o 50 años. Pongan ustedes la cantidad que prefieran.

En estos nuevos tiempos en lo que lo políticamente correcto se impone como un deber ser, las empresas se sienten atrapadas entre dos documentos internacionales de Naciones Unidas. Uno, el de los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre empresas y derechos humanos, con una jerarquía normativa internacional que encaja en el soft law (política suave), pero que está revolucionando los desarrollos normativos regionales y nacionales. Y otro, el de los ODS, que ni siquiera tiene jerarquía normativa, y se constituye en la gran agenda internacional para transformar el mundo en pos de la sostenibilidad ambiental, el respeto de los derechos de las mujeres, la erradicación de la pobreza y del hambre, la promoción de los derechos laborales y de unas nuevas formas de relaciones multilaterales y multisectoriales en las que las empresas se convierten también en actores sociales de transformación. Además, de sobra es conocido que los indicadores de estos objetivos no miden el desarrollo humano, sino que siguen midiendo la economía en sí misma.

Ya no vale y no está bien visto el greenwashing, aunque algunas entidades parecen no haberse enterado

En esta búsqueda permanente de facilitarse las cosas prefieren ver estas dos agendas (la de derechos humanos y la del desarrollo) como agendas contrapuestas entre las que hay que elegir y, no como lo que son, agendas complementarias de un mismo objetivo global. Y claro, por lo general resulta más sencillo hacer ciertas donaciones, invertir en determinados programas sociales, establecer nuestras propias fundaciones, hacer unas infografías, eventos, etcétera… que transformar el modelo de los negocios en pro de la participación (personas trabajadoras, grupos de interés, comunidades) en la gobernanza de las empresas y en los beneficios que se generan. Asusta mucho más realizar estudios de impactos en derechos humanos y planes para remediar y mitigar, para asegurar que la actividad empresarial es beneficiosa desde el punto de vista de los derechos humanos. En definitiva, dar a conocer hechos y no maquillar la realidad de las actividades empresariales. Los más dispuestos han puesto en marcha procesos de transformación y las instituciones nacionales, regionales e internacionales están apostando claramente por la debida diligencia en materia de derechos humanos y las empresas. Ya no vale y no está bien visto el greenwashing (lavarse la imagen con lo sostenible), aunque algunas entidades parecen no haberse enterado. Europa comienza a ser, lo que parece un claro ejemplo de este compromiso por el desarrollo normativo de la debida diligencia. Existen diversas leyes nacionales centradas en promoverla y la UE está elaborando una nueva directiva al respecto. También, empieza a haber una jurisprudencia interesante en el derecho comparado europeo sobre las responsabilidades de las empresas europeas en materia de derechos humanos.

Lamentablemente, esta pequeña reflexión no está pensada para ser complaciente y es importante ser claros al afirmar que quienes apuestan por los ODS como una forma de no tener que cumplir con los Principios Rectores se equivocan totalmente y no han entendido nada de lo que persiguen los Objetivos o la sostenibilidad social en los modelos de negocio. Porque los ODS, aunque no lo acaben de reflejar de manera clara, no son otra cosa que una agenda global para respetar los derechos humanos y transformar el mundo de manera coherente con ese respeto. Esto se traduce en que la debida diligencia en materia de derechos humanos debería convertirse en una de las acciones prioritarias de cualquier empresa que vaya a adaptar sus agendas de trabajo a los ODS.

La sostenibilidad de las empresas, ambiental y social, siempre estará relacionada con el respeto a los derechos humanos. Esto significa apostar por la lucha contra la pobreza, el hambre o la discriminación

La sostenibilidad de las empresas (ambiental y social) siempre estará relacionada con el respeto a los derechos humanos. Esto significa apostar por la lucha contra la pobreza, el hambre o la discriminación, el respeto de los derechos de las mujeres, la igualdad y la lucha contra el acoso, la violencia y la discriminación sexual; la lucha contra el cambio climático y la protección del medio ambiente, la humanización de las ciudades, el respeto de los derechos laborales, la redistribución de las riquezas, la búsqueda de nuevos modelos de relaciones multilaterales con reglas más democráticas y nuevos roles para todos los actores. Si queremos una participación real en los ODS debemos tener capacidad de posicionarnos frente a todos y cada uno de estos temas.

Comprometerse con los ODS también genera obligaciones al interior de las empresas, requiriendo nuevos modelos de gobiernos corporativos aplicados sin importar el tamaño o la naturaleza de la entidad, que requieren cambios significativos en los modelos tradicionales: democratización y transparencia de los procesos de toma de decisiones, de los temas contables y financieros de la empresa, políticas de igualdad y de prevención del acoso y la violencia sexual, de cumplimiento de derechos humanos, de retribución justa, de promoción y carrera profesional objetivas e igualitarias para todas las personas, y la participación de todo el personal

En los tiempos pospandemia que estamos arrancando, con todas las incertidumbres de las diferentes crisis que compartimos, el compromiso de las empresas con el respeto de los derechos humanos a través de los ODS empieza a ser una claridad en mitad de la espesura de las crisis. Las empresas deben dedicar esfuerzos en la transformación de los modelos, en los cambios en los gobiernos corporativos y en la integración de la debida diligencia en materia de derechos humanos, así como en la consecución de diversas metas de los ODS. Esto será la clave en el futuro, hoy día azul oscuro, casi negro.

Adriana Ciriza y Mikel Berraondo, presidenta y socio de AKUAIPA Transformation, especialistas en derechos humanos.

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