Tabletas para las escuelas africanas: ¿innovación tecnológica o despilfarro?
El reparto masivo de hardware para abordar desafíos educativos en África suele fracasar por no atender al contexto. Los proyectos más exitosos combinan pedagogía coherente, énfasis digital moderado y otras innovaciones menos costosas
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030, la erradicación de la pobreza y la desigualdad, y el progreso de los países en desarrollo. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Kay Ugwuede se plantó ante sus alumnos inflada de entusiasmo. Era 2016 y la joven nigeriana —techie convencida— encaraba su primera experiencia docente. El gobierno de Osún, al suroeste del país, había lanzado tres años antes un fastuoso proyecto. Nada menos que 150.000 flamantes tabletas para un salto educativo sin precedentes. La región se zambulliría de golpe en la sociedad del conocimiento. Conectados al vértigo digital, sus jóvenes imaginarían en códigos binarios rutas sin explorar. Transformarían una tierra eminentemente agrícola en una floreciente cantera de startups.
Como profesora de Biología en un instituto de la pequeña ciudad de Ikire, Ugwuede nunca llegó a utilizar los dispositivos en clase. Cuenta que las tabletas, de calidad discutible, se estropeaban con frecuencia: “Nadie había previsto un plan de soporte para arreglarlas, así que pronto se volvieron inútiles”. Los fugaces intentos de darles un uso educativo se estrellaron contra la cruda realidad. “El sistema de electricidad era muy frágil y la implicación del equipo directivo casi nula”, explica.
Problemas casi idénticos han enfrentado otras iniciativas EdTech —abreviatura de Education & Technology— de largo alcance en África. Incursiones focalizadas en el envío masivo de dotaciones digitales a zonas especialmente desfavorecidas. Solidaridad y negocio se confunden en programas variopintos, concebidos a veces según premisas neocoloniales.
One Laptop per Child fue pionera con su mini-portátil de bajo coste presentado al mundo en 2007 por Nicholas Negroponte, fundador del MIT (Massachusetts Institute of Technology) Media Lab. Desde Occidente han seguido su estela fundaciones corporativas, ONGs, compañías EdTech, y organismos de ayuda al desarrollo, además de filántropos.
El furor se extendió pronto a las propias administraciones africanas, que en la última década han destinado millones de euros —normalmente apoyadas por donaciones extranjeras— al reparto de artilugios. Las tablets han ido sustituyendo progresivamente a los portátiles. Se han creado originales remedios para subsanar el déficit de infraestructuras. Pero casi todos los proyectos siguen tropezando con la misma piedra.
“En su gran mayoría fracasan por no atender debidamente al contexto”, explica Elizabeth Stuart, directora ejecutiva de la Blavatnik School of Government (Universidad de Oxford) y coautora de un amplio estudio sobre el impacto digital en la educación de los países en vías de desarrollo. Stuart lamenta la preeminencia de enfoques que otorgan al hardware (equipos) propiedades casi mágicas. Que se limitan a distribuir cachivaches sin cuestionarse demasiado el dónde o el para qué. Y advierte que un buen número de “iniciativas bienintencionadas” nunca se evalúan. O mueren en su fase piloto sin posibilidad de ser escaladas ni evidencias que animen a seguir su senda.
Formación docente
Ahora periodista tecnológica y directora de publicaciones del colectivo artístico transafricano Invisible Borders, Ugwuede recuerda barreras mentales que, aún hoy, siguen frenando la ambiciosa apuesta del gobierno de Osún. Escollos quizá más difíciles de sortear que los puramente técnicos. “Algunos compañeros veían en las tabletas una amenaza a su puesto de trabajo. Y en cualquier caso, casi ninguno sabía utilizarlas”, señala.
Sin un manejo fluido, el profesor ve en la máquina un mero engorro carente de sentido. Obviedad extensible a cualquier lugar, pero que en África —con bajos salarios docentes y escasos incentivos para reciclarse profesionalmente— adquiere especial relevancia. “Por norma, los proyectos no han trazado estrategias viables de formación continua. No se trata de impartir un taller introductorio, sino de contar con un facilitador que dé soporte en el día a día”, destaca Danai Maramba, coach tecno-educativo y coordinador TIC en el Colegio Internacional de Windhoek, la capital de Nabimia.
Algunos compañeros veían en las tabletas una amenaza a su puesto de trabajo. Y en cualquier caso, casi ninguno sabía utilizarlasKay Ugwuede, docente y 'techie' en Nigeria
Originario de Zimbabue, con varios títulos de universidades anglosajonas, Maramba ha pasado por escuelas de todo el continente. Siempre centros elitistas plagados de puntos wifi y con generadores en reserva ante posibles fallos de suministro. En su tiempo libre, ofrece formación gratuita a colegas menos afortunados de toda Namibia. Se prodiga incansable por eventos como EduTech, un foro digital sobre el sector en África que se celebrará el próximo octubre. Su mensaje es unívoco: “Sin un acomodo realista de la tecnología, el fracaso está asegurado”.
Maramba nunca ha entrado en contacto directo con los ejércitos hardware prestos a la revolución digital en la escuela pública africana. “Pero he escuchado historias de dispositivos apilados en un rincón cogiendo polvo porque los profesores temían romperlos o hacer el ridículo ante sus alumnos”, admite. Durante la conversación por videoconferencia, su imagen se congela. Maramba vuelve una hora después: “Hemos sufrido un apagón y he tenido que hacer una reparación de urgencia. Si esto ocurre en un barrio privilegiado de la capital, imagínese en zonas rurales”, advierte.
Comunión analógico-digital
Muchas iniciativas adolecen también de falta de reflexión pedagógica. Nadan un poco a la deriva, improvisando usos posibles o guiadas por objetivos inalcanzables, casi persiguiendo ideales. El informe de Stuart resalta el éxito de contados proyectos que no han caído en ese error.
Por ejemplo Tusome, en Kenia, que se centra en mejorar la alfabetización de los siete millones de niños que el país escolariza en los primeros cursos de primaria. Diseñado por el Ministerio de Educación, el plan combina una penetración de dispositivos modesta —ante todo para que el profesor recopile y transfiera información— con la paulatina digitalización de contenidos curriculares. “Están demostrando un conocimiento profundo de la situación local”, sostiene Björn Hassler, profesor de la Universidad de Johannesburgo y director de la empresa social Open Development & Education —con amplia presencia en el continente— y del nodo investigador EdTech Hub.
Rapero afrobeat fuera de sus ocupaciones oficiales, el joven ministro de Educación de Sierra Leona, David Sengeh, ha dispuesto un sistema interactivo con fines de diagnóstico. Quiere basar la toma de decisiones en datos fiables. Por ahora, una tableta para cada escuela. El ministro Sengeh ha preferido sentar los cimientos en lugar de empezar la casa por el tejado. “En varios países africanos existe una alarmante ausencia de información a la hora de identificar con rigor los problemas más urgentes como la exclusión escolar”, recalca Stuart. Uno de cada cinco niños subsaharianos no recibe enseñanza primaria, según la UNESCO. En secundaria las cifras se disparan hasta casi un 50% de alumnos sin escuela.
Tusome ha evitado convertir a los dispositivos en depredadores del supuestamente obsoleto ecosistema analógico. Libros de papel, bolígrafos y pizarras conviven con las tabletas y el software educativo. Otra crítica habitual a la fiebre tecnológica es que suele arrinconar necesidades más acuciantes pero con soluciones menos vistosas. En países como España, la tecnología no ha arrasado con los materiales didácticos tradicionales. Tampoco ha empeorado la formación docente o ha obligado a descuidar las instalaciones, al menos de forma drástica. Pero en algunos países subsaharianos se trata de auténticos dilemas, de opciones excluyentes.
Los defensores de la digitalización escolar en África a gran escala suelen esgrimir un mismo argumento: si esperamos a cubrir todas las necesidades básicas, la brecha tecnológica Norte-Sur se ensanchará aún más. “Yo lo plantearía al revés: sin una sólida alfabetización ordinaria, la alfabetización digital no resulta factible, ya que la capacidad de sacar provecho al aprendizaje online depende del estado educativo previo”, replica Hassler. El investigador alemán considera que las empresas y universidades africanas deben acoger lo digital con los brazos abiertos. Y en menor medida, también los institutos. Pero no necesariamente los colegios de primaria.
Convertir en sinónimos innovación educativa y tecnología digital implica estrechar la mira. “En África, innovar puede ser simplemente construir baños separados por género para que las chicas que tienen la menstruación no dejen de ir a clase por vergüenza”, apunta Stuart. Pero el brillo de las pantallas y la presión comercial ciegan con frecuencia a los responsables de destinar fondos. “Hay incontables empresas llamando a su puerta para venderles la última panacea educativa”, añade.
En la localidad costera de Malindi (Kenia), la ONG Elimu (educación en swahili) ofrece su inmenso Resource Center a todo tipo de alumnado. De nuevo, lo analógico y lo digital se alían bajo objetivos compartidos. Hay talleres de costura y una extensa biblioteca, con libros en papel y en pantalla. Un equipo de expertos locales orienta a los chavales en el uso de tablets, kindles y portátiles. “Ponemos el énfasis en la lectoescritura, la creatividad, el aprendizaje entre iguales y el espíritu emprendedor”, detalla Cynthia Adhiambo, su responsable de comunicación.
A Hassler le cuesta entender por qué se apuesta tan poco por innovaciones que podrían cosechar excelentes resultados en la educación africana. “La metacognición, el aprendizaje colaborativo... Son prácticas mucho más baratas y con un impacto igual o superior al de la tecnología digital”, sostiene. Quizá no resulten tan fotogénicas, no permitan capturar la imagen de humildes escuelas rurales bendecidas por sofisticados artefactos, sugiriendo el milagro educativo con su simple presencia.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.