El oro del Sahara es su música
Un artista marroquí viaja de Budapest a Guelmim para nutrirse con los sonidos de su infancia. Del periplo circular hacia sus raíces junto a dos músicos húngaros nace una película que, a su vez, inspira un nuevo álbum de su grupo, ‘Chalaban’
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Said y Rachid se conocen de Rabat, la capital de Marruecos. Son dos marroquíes de diferentes rincones del país, que compartieron piso en sus épocas de estudiantes de teatro, hace más de veinte años. Con esas cosas de las prácticas en el extranjero, a Said Tichiti se le abrió, en París, otra ruta hacia Budapest (Hungría) donde finalmente se instaló y fundó la banda Chalaban, en 1998. Desde entonces este ensemble, hecho de músicos e instrumentos africanos y músicos húngaros con instrumentos europeos, gira en la escena de la world music en Centroeuropa y los países del Este. Rachid Kasmi, por su parte, se movió del teatro hacia el cine y empezó una carrera como documentalista en África Occidental.
Hace un par de años, Said le dijo Rachid que temía no estar regando lo suficiente sus raíces del sur marroquí, pensaba que su música necesitaba embeberse de la vida cotidiana de su Guelmim natal, esa zona de oasis en el desierto, a unos 200 kilómetros al sur de Agadir y a 30 kilómetros del Océano Atlántico. Él sentía que no bastaba con ir de vacaciones, de tanto en tanto, a su país, para impregnarse de aquello tan profundo que se había convertido en su vida profesional. Que el Sahara debía actualizarse en su interior, para continuar cultivándolo. Kasmi le propuso acompañarlo a un viaje de retorno nutricio a Guelmim y registrarlo en un filme documental.
Échos du Sahara (Ecos del Sahara, 2018) es la película que narra ese viaje de Budapest al Guelmim de Tichiti, junto a dos músicos húngaros que podríamos ser nosotros, los espectadores, boquiabiertos frente a la belleza de la verdad que se respira en ese desierto sonoro. Volver a inspirarse en la tradición hasanía (la cultura del desierto, que también da nombre al árabe dialectal que allí se habla) significaba reunirse con músicos tradicionales saharauis, improvisar en jams infinitas, con el té a la menta siempre en el centro, vibrando al caer desde muy arriba en los vasos sobre una bandeja de bronce, rompiendo esos agudos el silencio de la arena o el ligero sonido del viento cuando pasa entre los dátiles de las palmeras.
El itinerario del reenraizarse no incluía solo a Guelmim, sino también a otras ciudades del sur de Marruecos, en ese paisaje que goza de una continuidad cultural, más allá de las fronteras actuales y de cualquier interés geopolítico. Saharauis se llaman todos los habitantes de esas pequeñas poblaciones dispersas entre dunas, cuyos ancestros fueron nómades y de quienes heredaron sus hábitos; la parsimonia del paso del dromedario y sus cantos. Sin importar las líneas divisorias de los países. “No hay que olvidar que la gente del desierto es la que más cerca está de la vida del profeta. Hablan hasanía, una lengua que está mucho más próxima al árabe clásico que el darija. Están muy inspirados por la vida del profeta”, nos explicaba el etnólogo Romain Simenel, que ha trabajado durante más de una década en esa región marroquí.
Saharauis se llaman todos los habitantes de esas pequeñas poblaciones dispersas entre dunas, cuyos ancestros fueron nómades y de quienes heredaron sus hábitos; la parsimonia del paso del dromedario y sus cantos. Sin importar las líneas divisorias de los países
Chalaban debe su nombre justamente a las canciones ceremoniales de ritmos repetitivos que expresan lo divino en casi todos sus versos y con las que Said Tichiti necesitaba retomar la inspiración que la vida en la diáspora suele diluir. El proyecto fílmico de Rachid Kasmi fue su coartada.
Para Kasmi, un marroquí del área metropolitana, encontrarse con gente modesta, humilde, que nunca juega con la presión del tiempo, le enseñó otros modos de escucha atenta y de existencia sin prisas, tal como nos confesó, semanas atrás. Su hospitalidad era tan inmensa como el Sahara, lo que le ayudó a conocer a fondo y valorar el modo saharaui de honrar su cultura tradicional. Eso sí, la parte menos compatible con nuestras prisas es “la impuntualidad” de quienes no tienen prisa, se ríe Kasmi.
La película narra los contactos, las esperas, las alegrías de los sonidos del gembrí (un instrumento típico), las krakebs (castañuelas metálicas), los vientos y las voces entrecruzándose, sobre alfombras llenas de rojo, bajo las telas blancas de la jaima, en los auditorios impecables –pero la mayor parte del tiempo vacíos– que la gran inversión del Estado en esa región ha dejado. También la frustración, cuando los músicos del lugar no se presentan a la cita porque tienen algo más redituable que hacer. Paciencia es el signo que se lee en el horizonte hondo del Sahara. Gracias al cine, viajamos con el equipo, hacemos una escala en el Festival de Nómadas de M’hammid y comprendemos que hay maneras de aprender y también de desaprender para incorporar nuevos lenguajes artísticos con los artesanos.
Un filme que hace nacer canciones es la otra proeza del encuentro. Porque de esos ecos del paisaje puestos en imágenes surgieron una docena de canciones de la tradición hasanía, con arreglos de jazz, así como dos nuevas composiciones de Tichiti, que pronto verán la luz en un álbum de Chalaban. El coraje es el tema que se impone en la música sagrada del desierto.
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