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Los mercaderes

Los negociantes suelen ser gente rencorosa, como muestra la escena evangélica de su expulsión del Templo

Lo cuentan Marcos, Mateo, Juan y Lucas en sus Evangelios. Cansado de que el Templo se convirtiese en un lugar de negocios, indignado al ver que los cambistas de riquezas y los tratantes de bueyes y palomas invadían el sentido verdadero de la palabra divina, Cristo hizo un látigo de cuerdas, golpeó a los negociantes, derribó las mesas y esparció sus monedas por el suelo. No estaba dispuesto a que se mezclaran el mercado y la corrupción con la fe. No soportó que su casa, una casa de oración, fuese convertida en una cueva de ladrones. La ambición comercial había desvirtuado el sentido original del Templo, manchando el valor más puro de las palabras. Y no le salió gratis su enfado a Cristo, porque provocó la ira de algunos sacerdotes y escribas, orgullosos de sus cargos, más que de su mérito. Buscaron el modo de castigar la temeridad de Jesús.

Los mercaderes suelen ser gente rencorosa. Nunca olvidaron la escena, muy bien retratada por pintores como El Greco, un enfrentamiento entre la fe y el dinero convertido en tumulto de rostros, jaulas, cestos, túnicas rotas y soberbias heridas. A los mercaderes les pareció inadmisible su expulsión del Templo, esa idea bastarda e ingenua de separar la espiritualidad de los negocios. El Greco, sin embargo, relacionó la escena con un homenaje a maestros como Tiziano y Miguel Ángel, porque su fe en el arte se sentía humillada con la avaricia de los cambistas.

Hay gente que se viste a crédito y se desviste al contado. Ya digo, los mercaderes nunca se dan por vencidos. Nos lo recordó Edmundo O’Gorman, un historiador mexicano que supo dudar de tópicos y consignas en su libro La invención de América (1958). Como recuerda Gonzalo Celorio en Ese montón de espejos rotos (2025), O’Gorman fue también autor de aforismos. Yo estoy recordando estos días uno de ellos: “La Navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado del templo”.

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