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Tribuna
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Doce meses, doce reyes

Un apodo dice más de quien lo pone que de quien lo lleva

Apodo significaba en español ‘cálculo’ y desde el siglo XVII empezó a ser la palabra para dar nombre al sobrenombre. Los apodos reales llegan cuando la historia se asienta: la lengua necesita tiempo para decidir con qué adjetivo quedará retratado un monarca. Pero, a fuerza de vivir, y con la voluntad o el azar al margen, todos conocemos los ciclos a los que nos exponemos cada año y podemos motejar lo que viene sin necesidad de tiempo de asiento. Esto que sigue es el cálculo y el mote de los 12 meses próximos.

Para lograr ser coronado rey a finales del siglo XIII, Sancho no dudó en enfrentarse militarmente a su padre, Alfonso X, en un conflicto sucesorio. La historia lo apodó por eso Sancho IV el Bravo. En este último sábado de 2025, lidiando como tantos conmigo misma (la guerra interna incluye todas las formas de choque no militar), siento que el mes de enero que ya se ve en nuestras soberanas agendas merece ser llamado el Bravo, porque sobre él proyectaremos nuestros planes más audaces para (esta vez sí) empezar el nuevo año con valentía. Y es posible que (esta vez también) enero el Bravo sea otra vez sucedido por la autoindulgencia de febrero, el mes que, por razones obvias, encomendaríamos a Luis I el Breve: murió en 1724 con 17 años, tras haber sido rey de España menos de 230 días. A Luis el Breve lo denominaron también el Bien Amado, y ese será el mote de febrero en mi calendario, porque lo mejor que se le puede desear a alguien no es que lo quieran, como nos dirán en el pegajoso San Valentín, sino que lo quieran bien.

Sé que la Loca no fue un mote justo para Juana de Castilla, manipulada y juzgada con ligereza. Pero me apropio de su apodo para calificar al mes de marzo, cuando reivindicaremos a las mujeres que precipitaron cambios, que hicieron avanzar las cosas y que fueron confinadas en sus particulares Tordesillas de la desigualdad o tenidas por chifladas. Un apodo dice más de quien lo pone que de quien lo lleva. Y esto sirve también para lo que dijo el poeta T. S. Eliot: “Abril el mes más cruel”. Porque a Pedro I de Castilla sus adversarios lo llamaron el Cruel y celebraron su asesinato, pero el mismo rey fue nombrado el Justo por sus seguidores, perdedores en las batallas y enmudecidos en los libros de historia. Lo mejor que se puede hacer con un pasado sucio es entenderlo, y dos nombres para un mismo mes nos permitirán ajustar el apodo según ganemos o perdamos la lucha por seguir adelante.

Para quienes gustamos de la escritura, la entrega del Premio Cervantes y el inicio de las temporadas de ferias del libro harán de la horquilla entre abril y mayo semanas de alegrías donde los informativos dedicarán algo de tiempo a las novedades editoriales. Tan insólita práctica merece que este calendario salga del linaje real de Castilla para buscar un apodo de la casa aragonesa: al rey Martín I la historia lo bautizó el Humano por su afición a las humanidades.

Durante ese mayo humano iré cargando de libros nuevos la maleta de las vacaciones, pero antes de ellas llegarán los dos meses agónicos en que el tiempo llamará a la puerta para que resolvamos lo que no se resolvió antes. Junio, por eso, será el Emplazado, como lo fue Fernando IV. Dicen las leyendas que a él, hijo de Sancho IV, lo denominaron así porque murió 30 días después de ser maldito por dos hermanos a los que, siendo inocentes, condenó a pena capital. Los inculpados emplazaron al rey con una advertencia: moriría un mes después de ese fatal castigo. Junio es el mes de las fechas marcadas en rojo, los plazos y las maldiciones por no contar con prórrogas. Tras junio, julio avanzará como avanzó el último Austria, con la debilidad estructural del cansancio acumulado y un sistema llevado al límite: Carlos II el Hechizado, machacado por la endogamia de los Habsburgo, nos muestra que incluso los engranajes más poderosos pueden sucumbir al agotamiento.

Agosto es el Deseado como lo fue Fernando VII y, como él, es felón. Promete otro tiempo, otros modos, otras libertades pero genera insatisfacción: gobierna inicialmente ante la ilusión de quien lo afronta y suele terminar frustrando expectativas.

Con tono profesoral, déjenme que llame a septiembre el mes sabio en honor a Alfonso X, que gobernó consciente de que el verdadero poder está en el conocimiento y la ciencia. Y permitan que octubre lo deje sin apodo como homenaje al emperador Carlos V, un rey sin sobrenombre claro. Cuando la historia es demasiado grande, la lengua se queda corta y otra vez ante el 12 de octubre tendremos que medir el festejo con las palabras justas para no caer en el cesarismo patriótico.

Noviembre será el doliente no por la naturaleza enfermiza con que Enrique III el Doliente fue llamado sino por el momento de mirar a los que nos faltan, y dolernos por los huecos. Y para diciembre adopto el penoso apodo con que bautizaron a Enrique IV: el Impotente. Porque dentro de un año es posible que estemos como estamos ahora, parados ante las últimas páginas del calendario, sin más posibilidad de cambiar las cosas que esperar a que llegue el mes bravo de los nuevos propósitos.

Y así estoy yo ahora, de pie ante el almanaque, buscando mi propio retrato, consciente de que a otros 12 meses voy y de mis 12 meses vengo, pero sabiendo que, como dice Lola Índigo (no me juzguen o les cito al burrito sabanero): “Tú no puedes ser rey si no tienes la reina”. O sea, que con el 2026 por delante y en mi calendario, mi pluma es mi rey y la reina soy yo.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, directora de los proyectos de investigación 'Historia15'. Es autora de los libros generalistas 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo' y colaboradora en RNE.
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