El crucifijo
La teología de Juan José Tamayo es una meditación sobre la dignidad humana

Cuando me dan una bofetada, no pongo la otra mejilla. La verdad es que no llego a tanto, pero tampoco me importa que quieran crucificarme por defender aquello en lo que creo. Fuera de Madrid, me prometí a mí mismo que iba a recordar algunas canciones de Joaquín Sabina el día de su último concierto. Y en México, ayer, me puse a cantar Calle Melancolía. La vida no es ninguna pradera. Perece un desolado paisaje de antenas y de cables. Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo, ordeno mis papeles, resuelvo un crucifijo…. ¡Un momento! ¡¿Qué digo?! Vaya lapsus, es un crucigrama. Después de pensarlo, comprendí que había tenido el lapsus porque acababa de leer Cristianismo radical (Trotta, 2025), el nuevo libro de Juan José Tamayo.
De Tamayo he leído muchos libros. Su teología es una meditación sobre la dignidad humana. Pero este libro me ayuda a reconocer las raíces profundas que me dejó, en los últimos años del franquismo, ser educado por sacerdotes que luchaban en favor de la democracia y la clase obrera. Soy marxista, pero sé que el marxismo no es para mí una teoría económica, sino una cultura que ayuda a tomarse en serio los derechos humanos en solidaridad con “los empobrecidos”. La pobreza tiene sus causas, no es un mandato natural. Creo en el Sur Global y, aunque no creo en la vida eterna, mantengo la esperanza hasta el punto de estar dispuesto a que me crucifiquen por negarme a las hegemonías imperiales, el patriarcado y la mercantilización de la vida. La radicalidad no tiene que ver aquí con el fundamentalismo, sino con el deseo de llegar a las fuentes profundas del ser, el vivir y la convivencia. Resuelvo un crucifijo.
Mi cristianismo radical me sirve también para no cometer un pecado mortal cuando las sotanas se someten a las explotaciones del poder, y los siervos de la derecha y la extrema derecha llenan las iglesias sin sentirse interpelados por el sacrificio de Jesús.
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