El poder y la obediencia
Ganó Milei, pero en mi calle siguen los sintecho de siempre y los profesores, jubilados y médicos continúan con ingresos de miseria

El 26 de octubre hubo elecciones legislativas en la Argentina. Seguí las noticias desde el aeropuerto JFK de la Corporación del Norte, gobernada por un hombre de pelo confuso que dijo que en la Argentina estamos casi muertos y que, para revivirnos, aportará 20.000 millones de su moneda local, aporte condicionado a que en estas elecciones triunfara el oficialismo que gobierna la Franquicia del Sur (los antiguos llamaban a eso “extorsión”; ahora se hace sin problemas). Al llegar a Buenos Aires supe que el oficialismo había ganado con más del 40% de los votos y derrotado al partido opositor que gobernó durante décadas (que nos dejó, hay que suponer, en la situación zombi consignada por el líder de la Corporación del Norte).
Yo, en mi condición de moribunda sudaca, había estado en la Feria del Libro Nueva York, ciudad cuya belleza me pone triste —¿qué grado de belleza se puede soportar sin compartirla con un ser querido?—, así que cuando llegué a la Franquicia del Sur me dije que, en mi ausencia, algo debía haber cambiado para que el oficialismo ganara de manera tan contundente. Pero en mi calle estaban los homeless de siempre, los profesores, jubilados, médicos y científicos continuaban con ingresos de miseria, etcétera. ¿Entonces?
Hay un poema de Adam Zagajewski: “No he escrito un solo poema / en meses. He vivido humildemente, leyendo el periódico, / reflexionando sobre el enigma del poder / y las razones de la obediencia”. Al final, el poema se arrebuja, precioso, en la más humana intimidad: “He dado largos paseos, / anhelando una sola cosa: / relámpagos, / transformación, / a ti”. Más allá de la tozudez prepotente de gobiernos anteriores, de la ferocidad matona de los actuales, queda eso: la ilusión de un acontecimiento, la esperanza de la transformación. Y vos, y tú, y usted: seres humanos que, parafraseando a Mary Oliver, hagan que todo lo que estaba roto se olvide de estar roto. Parece imposible. Quizás lo sea.
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