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TRIBUNA
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El giro católico

El resurgir de los comunitarismos y el refugio que brindan las religiones pueden estar en el origen de una transformación social

Diego S. Garrocho

Algo está cambiando. Desde hace tiempo se observa una tendencia creciente en el uso de la estética religiosa en casi todos los ámbitos, y puede que sea algo más que una querencia visual. Artículos en The Guardian, Die Welt o The Washington Post han prestado atención a este proceso. La imaginería religiosa ha vuelto con fuerza, y hay casi una rima contemporánea entre los leds de la parroquia del padre Ángel en Chueca y las películas de Sorrentino. Madrid y Nápoles siempre estuvieron cerca. En España, el anuncio del nuevo disco de Rosalía ha detonado de nuevo un debate que, de algún modo, ya existía. Posiblemente, lo inició C. Tangana con la polémica generada a partir de su canción Ateo, cuyo videoclip se rodó en la catedral de Toledo con la preceptiva licencia —y posterior cese— del deán.

Existen señales que advierten de que lo católico está de moda o, si se prefiere, de que hay una vuelta a coordenadas espirituales que parecían proscritas. Lo destacaba Leyre Iglesias hace unos días en El Mundo o Joaquín García Martín en las páginas de este diario. Las redes llevan tiempo debatiendo lo que ya ni siquiera parece una provocación. El todavía inédito disco de Rosalía, Lux, evidencia desde el título un retorno. A fin de cuentas, fiat lux es la instrucción con la que el Dios del Génesis arranca la Creación. La artista catalana ha adelantado imágenes en las que aparece mordiendo un rosario, y en la foto promocional se muestra tocada con un velo blanco bajo un cielo azul. No es la Inmaculada de Murillo y, para los puristas, frisará la herejía. Pero la estampa evidencia, sin embargo, una filiación manifiesta con la iconografía cristiana y puede que algo más que eso. Los artistas no solo crean, sino que detectan vanguardias que todavía no han llegado. Y, con todo, ya es reconocible un mar de fondo que indica que existen premisas que comienzan a moverse —y a removerse—, sobre todo entre los más jóvenes.

La parte más estrictamente pop es solo su dimensión más superficial. El auge súbito de una pensadora con el voltaje espiritual de Simone Weil o las referencias declaradas de músicos como Nick Cave —hasta no hace tanto, poco menos que un ángel negro— demuestran que quizá habíamos saldado la cuestión religiosa demasiado pronto. Los heraldos que anunciaron la muerte de Dios —de Nietzsche a Manuel Azaña—, súbitamente, se han vuelto antiguos. Olvidamos que hasta los revolucionarios de 1789 se reservaron la prudencia de inventarse nuevos dioses a los que adorar. Los siglos pasan, las vanguardias cambian de bando y a los chicos de ahora les ha dado por llenar estadios para escuchar la música de Hakuna o por desafiar a las autoridades seculares.

El proceso es constante y va en aumento. Este pasado viernes, se estrenó Los domingos, la última película de Alauda Ruiz de Azúa, que narra la vocación de clausura de una joven. Cuentan los que asistieron al estreno que las butacas estaban llenas no de muchachos beatones con pantalones chinos y zapatos castellanos, sino de chavalas con el pelo teñido y tatuajes a las que se les saltaron las lágrimas tras el visionado. El hecho no solo crece, sino que se amplía por las orillas menos previsibles. Ese mismo viernes, en Oviedo, Byung-Chul Han recibía el Premio Princesa de Asturias de Humanidades. Su último libro lleva por título Sobre Dios, y el surcoreano no tiene reparos en confesarse como un pensador católico. La apuesta habría sido intolerable en un filósofo que aspirara a la transversalidad hace tan solo una década, y ahora, sobre todo entre la desprejuiciada juventud, casi no suscita sorpresa alguna.

Los artefactos culturales podrían interpretarse como un indicio equívoco, pero los datos ratifican este corrimiento de tierras espiritual y específicamente católico. Dato y relato coinciden. Según los indicadores del CIS, entre 2023 y 2025 la catolicidad confesa entre menores de 35 años ha pasado del 34% al 41%. Es cierto que la cifra de hace dos años era el mínimo histórico, pero, de repente, la tendencia se ha revertido y muestra un ascenso reconocible. Si miramos fuera de nuestras fronteras, los números también son reveladores. La laica Francia, espejo idílico para tantos, ha visto cómo el índice de bautizos católicos entre mayores de edad se ha disparado en los últimos años. Solo entre 2024 y 2025, el número de adultos bautizados en el país vecino ha crecido un 45%, lo que supone un verdadero hito sociológico. Más significativos son aún los datos del Reino Unido, donde la pujanza del catolicismo entre las nuevas generaciones amenaza de forma visible la hegemonía anglicana. Es decir: no sólo reaparecen la fe y sus conurbaciones culturales, sino que este renacimiento de la espiritualidad parece acusar un componente específicamente católico.

Indudablemente, son muchos los motivos que pueden haber favorecido este cambio sorpresivo, y sería simplista confiar en la existencia de una única causa. Tanto los creyentes como los anticlericales tendrán que esperar para extraer conclusiones definitivas. Resulta claro que el resurgimiento de los comunitarismos y el refugio que brindan las religiones pueden estar en el origen de esta transformación social. En un mundo progresivamente más hostil y refractario a las certezas estables, la vuelta de valores densos, capaces de jerarquizar la realidad, puede resultar atractiva para muchas personas. Quizá, también, los más jóvenes se hayan dado cuenta de que es imposible vivir en un mundo sin perdón ni misericordia.

Para algunos, la negación de la trascendencia, la impugnación consciente de la belleza, la renuncia a la condición ritual y litúrgica del ser humano o el abandono del cultivo del espíritu han generado un movimiento reactivo en las nuevas generaciones, que de nuevo han encontrado refugio en la fe. Cada vez que la humanidad se duele, la religión prospera. Y no cabe duda de que la experiencia contemporánea del mundo en el Occidente desarrollado se ha demostrado inhabitable para muchos, y no sólo por causas económicas. Para otros, esta recuperación de lo sagrado no sería más que otro reflejo identitario en una circunstancia en la que las generaciones jóvenes vuelven a exigir la reconstrucción de las raíces y de vínculos reconocibles. Desconfiar de la sinceridad de la fe de los creyentes es, sin embargo, un riesgo temerario y, muy probablemente, una injusticia.

Una última explicación trataría de reducir esta reaparición de lo católico a una mera tendencia ideológica de inspiración reaccionaria. La exhibición de Marco Rubio, secretario de Estado de EE UU, mostrando su frente tiznada el Miércoles de Ceniza, las mediáticas profesiones de fe de J. D. Vance o las construcciones teóricas de R. R. Reno, con su regreso de los dioses fuertes, podrían validar esta hipótesis. Sin embargo, la radical novedad del restablecimiento de la catolicidad no se explica tanto por lo que la religión tiene de conservador como por lo que anuncia de revolucionario. Solo así se entiende, por ejemplo, que filósofos como Massimo Cacciari, uno de los pensadores y políticos más exquisitos de la izquierda italiana, estén dedicando sus últimos libros a temas abiertamente religiosos.

Es posible que esta reaparición estética y vivencial de lo sagrado aliente a algunos creyentes y desconcierte tanto a los guardianes de la ortodoxia como a quienes siempre sintieron fobia contra la fe. Pero que nadie brinde ni desespere todavía. El movimiento es complejo y es pronto para valorar su alcance. Lo que sí resulta es que es innegable. Si en su día dimos por buenos el Giro Lingüístico y después saludamos el Giro Afectivo, hay motivos para empezar a valorar, e incluso confirmar, la existencia de un Giro Católico. Solo el tiempo podrá resolver su sinceridad y su significado.

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Sobre la firma

Diego S. Garrocho
Diego S. Garrocho es profesor de Filosofía Moral en la UAM, donde coordina el Máster en Crítica y Argumentación Filosófica. Autor de 'Moderaditos. Una defensa de la valentía política' (2025), 'El último verano' (2023), 'Sobre la nostalgia' (2019) y 'Aristóteles. Una ética de las pasiones' (2015). En 2021 ganó el Premio David Gistau de periodismo.
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