Una mirada lúcida y desengañada
En tiempos en que lo sentimental impone sus reglas a la política urge buscar una posición de resistencia, desafío y rebeldía


A Milan Kundera le irritaba que las tácticas violentas de los comunistas llegaran siempre acompañadas de arrebatos líricos. Al referirse a uno de sus libros, La vida está en otra parte, apunta en Los testamentos traicionados (Tusquets) que en él se ocupaba de ese tiempo donde “el poeta reinaba junto al verdugo”, y escribe también que en la Revolución rusa fueron tan importantes los versos de Maiakovski como la policía secreta bolchevique que fundó Dzerzhinski. El terror y la poesía caminaban juntos, y los violines servían para dejar en sordina los gritos de las víctimas.
Los silencios cargados de dramatismo, la escenificación de los más diversos desgarros ante las posiciones del enemigo, la exaltación del heroísmo y la política concebida como un rosario de gestas emocionales, todo esto sigue presente en unos tiempos donde prima el espectáculo. El sentimentalismo lo anega todo como un fango que impide que el aire circule y es en ese marco donde se mueven bien los amigos de la lírica, entendida como la exaltación de una ilusión, ya sea la conquista de una vieja edad dorada o la intransigencia frente a quienes se pliegan a los designios del capital. Kundera no estaría muy contento hoy viendo cómo en su país natal, la República Checa, acaba de ganar las elecciones un candidato al que le encantan las maneras de Donald Trump y considera que lo que hay que hacer es gestionar el Estado como si fuera una empresa. Y al observar que en su país de adopción, Francia, se ha entrado en un bucle perverso de pura impotencia y que no hay manera de que un Gobierno saque adelante ningún proyecto.
El millonario Andrej Babis ganó el sábado las elecciones generales en la República Checa con cerca del 35% de los votos y podrá gobernar si pacta con un partido de extrema derecha, que abomina de Bruselas, simpatiza con la Rusia de Putin y odia a los inmigrantes, y una formación —Automovilistas— cuya razón de ser es liquidar todo atisbo de políticas verdes en Europa. Las urnas no fueron generosas con la alianza de socialdemócratas y comunistas, que ha quedado fuera de un Parlamento que tiene ya solo un color, el de los más variados matices de la derecha. En cuanto a Francia, Sébastien Lecornu dimitió a los 27 días y su Gobierno se fue a pique mientras estaba intentando armarlo. No le dieron tiempo, y habrá que ver cómo le va al presidente Macron en esta nueva etapa en la que pretende resistir dando un poco más de margen a las posiciones de izquierda.
Así están las cosas. Kundera, en aquel antiguo mundo donde también el lirismo barnizaba con sus brillos dorados las políticas pintadas en blanco y negro, confiesa en Los testamentos traicionados que “lo único que entonces deseaba profunda, ávidamente, era una mirada lúcida y desengañada”. Algo a lo que agarrarse, como si fuera un gancho que lo levantara y sacara de esa melaza sentimentaloide. La novela fue su salvación, “fue una actitud, una sabiduría, una posición”, escribe; “una posición que excluía toda identificación con una política, con una religión, con una ideología, con una moral, con una colectividad; una no identificación consciente, obstinada, rabiosa, concebida no como evasión o pasividad, sino como resistencia, desafío, rebeldía”. Ha pasado mucho desde entonces y las circunstancias son hoy muy distintas, pero ese reclamo —“resistencia, desafío, rebeldía”— sigue siendo igual de urgente y necesario.
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