Operación ‘desguazar’ a Vox
Feijóo pretende arrebatar a la ultraderecha todas las banderas posibles


Una parte de la derecha española se muestra ya más preocupada por frenar a Vox que por desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa. Algunas encuestas apuntaban hace semanas a que el Partido Popular podría haberse estancado frente un Santiago Abascal demoscópicamente pujante. El objetivo de Alberto Núñez Feijóo parece pasar ahora por arrebatarle a la ultraderecha todas las banderas posibles, aglutinándolas —o desguazándolas— bajo el paraguas de los populares.
Algo se pudo intuir en el lanzamiento del think tank Atenea, liderado por Iván Espinosa de los Monteros. Al encuentro acudieron figuras como Cayetana Álvarez de Toledo y el encargado de Economía del PP, Juan Bravo. Es evidente que el surgimiento de un tercer partido a la derecha lastaría las posibilidades de Feijóo de llegar al poder. Ahora bien, para Génova 13 es útil dejarse ver junto a esa plataforma, que no le resta votos, pero le permite copar un nicho ideológico al que quizás no llegaría por su cuenta. Cabe recordar que Espinosa de los Monteros era considerado del ala ultraliberal de Vox. De hecho, fue ponente en el llamado Madrid Economic Forum, un evento que aglutinó varias personalidades muy aclamadas por cierto perfil de jóvenes en redes sociales. Ese mismo fin de semana, Feijóo se manifestaba por las calles de Madrid contra Sánchez, pero no se apreció el mismo entusiasmo. Hay ideas de Atenea que recuerdan incluso al viejo Ciudadanos: antes de que se asocien con el proyecto de Abascal, los populares ya le han guiñado el ojo.
Asimismo, Feijóo ha endurecido estos días su discurso en inmigración. Sin embargo, es difícil que el PP arrebate a Abascal esa bandera. Por más remilgos que los barones populares pongan ante el reparto de menores migrantes, la propia Isabel Díaz Ayuso —considerada una outsider dentro de su partido— es de las mayores defensoras de la población hispanoamericana en Madrid, por ejemplo. Si hay una creencia asentada entre la base social de la ultraderecha es que el bipartidismo es “lo mismo”, y que basa una parte del crecimiento de España, por igual, en atraer trabajadores de fuera o en lograr votos con ello.
Cabría preguntarse, pues, por qué el PP muestra ya tanta preocupación por el auge de Vox, si debería verlo como una garantía de que esta vez sí podría llegar a La Moncloa. Es Abascal quien perdió 600.000 votos el 23 de julio de 2023. La respuesta es tan política como aritmética: Feijóo se asoma a una gobernabilidad muy complicada si la ultraderecha crece.
No sería descabellado pensar que Abascal apostara por quedarse fuera de un eventual Gobierno de derechas, de sumar lo suficiente. Ello le permitiría atenazar a Feijóo e ir capitalizando el malestar de un presidente débil, o incapaz de asumir maximalismos. No solo es programa. También hay una pulsión más profunda, de protesta, que no podría satisfacerse si Vox tuviera carteras ministeriales: mientras el PP secunda instituciones como la Corona o la Conferencia Episcopal, hay una sutil o reducida facción antisistema entre algunos afines a la ultraderecha. Llegaron a tildar al Papa Francisco de “comunista” por su alma social, o muestran recelos hacia la Constitución de 1978 en lo relativo al papel el rey Felipe VI, solo por ejercer sus funciones institucionales como sancionar los indultos o la amnistía.
La cuestión es que Vox se ha vuelto imprevisible. La formación de Abascal marcó un punto de inflexión cuando se salió de los gobiernos populares en 2024. Ello se produjo casi en paralelo a cambiar de aliados internacionales. De juntarse con la posibilista Giorgia Meloni, Vox pasó al grupo europeo de Marine Le Pen y Viktor Orbán, dos ultraderechas que son vistas como “desestabilizadoras” y poco confiables para la Unión Europea.
De hecho, hace meses que algunos altavoces conservadores apelan veladamente a la necesidad de que Vox vuelva a ser la muleta del PP. Espinosa de los Monteros y Macarena Olona han aparecido hablando sobre ponerse de acuerdo con los populares para no desilusionar a su electorado. Ese relato parecía orientado a domesticar a Vox, pero algo habrá fallado para que el PP se lance ahora a la carrera de absorberle votos. Algunos barones populares creen que sus rivales ya solo están para intentar sustituirles, y no para volver al redil pactista.
Con todo, suenan ahora rumores —curiosamente, no vienen de la izquierda— sobre que a Vox le podría salir una escisión rival de aquí a 2027, una vez el proyecto de Alvise Pérez no supone ya un problema para Abascal. Es cierto que en Vox hay dos almas. De un lado, algunos jóvenes votantes querrían que la formación adoptara un discurso tan duro como el de Aliança Catalana, es decir, oponerse por igual a la llegada de migrantes latinos, como de magrebíes. Del otro, están las caras visibles de Vox: Juan Carlos Girauta o Hermann Tersch defienden el potencial de la Hispanidad tanto como lo hace Ayuso. Por sutiles que parezcan esos debates, están plenamente instalados en el ambiente, pero que se sepa, de momento no hay ruptura fehaciente. Quizás, de tanto ansiar el desguace de Vox, lo que una parte de la derecha puede acabar hundiendo por el camino son sus posibilidades de llegar a La Moncloa.
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