No hay flotillas en el Raval
Si no estuviéramos viendo con nuestros propios ojos de lo que es capaz Netanyahu, tal vez sería necesaria esa ‘performance’


No tienen suficiente desgracia los pobres gazatíes con la que les está cayendo que encima tener que recibir a Ada Colau y a todos los que se han embarcado en el Sumud. Esperemos que la Franja corra mejor suerte que el problema de la vivienda en Barcelona que la exalcaldesa vino a solucionar. Entiéndanme: hay que protestar y manifestarse, llamar al boicot y actuar cada cual desde donde pueda contra la barbarie salvaje que está perpetrando ese Estado colonizador llamado Israel pero, ¿qué utilidad puede tener la flotilla? Los que van en ella se filman, se fotografían y difunden ese contenido en redes sociales dejando una estampa que, consciente o inconscientemente, parece la propaganda de un héroe enfrentándose al monstruo aniquilador.
Si no hubiera valientes periodistas jugándose la vida para mostrarnos lo que está pasando (y siendo asesinados por ello), médicos voluntarios relatándonos los horrores del exterminio y organizaciones humanitarias denunciando que no pueden llegar a la población que necesita agua y víveres, si no estuviéramos viendo con nuestros propios ojos de lo que es capaz Netanyahu tal vez sería necesaria esa performance para llamar la atención sobre lo que está pasando. Que sería interceptada ya se veía venir y montar un espectáculo con eso para que tomemos conciencia es un modo de frivolizar y tomarnos por obtusos.
¿Por qué va a impactar más en la opinión pública que los soldados israelíes detengan a Greta Thunberg o Ada Colau que a dos niños de seis años acusados de espionaje? La flotilla es, de hecho, una muestra de nuestra mayor debilidad como generación (y que ha ido a más en las que siguen): el narcisismo patológico que lleva a convertir cualquier reivindicación política, que no puede ser más que colectiva para tener algún efecto, en un selfi donde el centro soy yo, y yo y yo. Entendimos que ese girar el objetivo de la cámara hacia una misma era el principio, una forma de encarnar individualmente la reivindicación política, pero ya nos hemos dado cuenta de que muchos de quienes están en esa nueva (y ya tan envejecida) política no dejan nunca de enfocarse a sí mismos. Yo lo descubrí amargamente cuando interpelé a la propia Ada Colau para que se implicara en la defensa de los derechos y libertades de niñas y mujeres barcelonesas que, por moras o paquistaníes, viven sometidas por el patriarcado islámico. Por respuesta no obtuve más que un silencio, no sé si indiferente o cómplice. No se me ocurrió entonces montar una flotilla… con rumbo al Raval.
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