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El mal querer

Tengo un truco para detectar a la gente que se odia a sí misma: son los que te tratan mal cuando tú los tratas bien

Marta Peirano

Vivo rodeada de gente que lo consigue de forma frecuente y aparentemente sin esfuerzo, pero hacer amigos es para mí un acontecimiento extraordinario, prácticamente mágico, un hecho histórico y excepcional. Sufro importantes limitaciones. En un acto social, mi ancho de banda no supera las cinco personas, incluyendo las que ya conozco. Tampoco fui agraciada con el don de la promiscuidad. Quizá por eso, cuando la conexión sucede, para mí es como estar enamorada. Pienso en esta nueva persona cada día y me gusta escuchar sus audios de cuatro minutos por el simple placer de oírla reír o pensar. Quiero ver fotos de su familia, visitar la aldea de su infancia, descubrir lo antes posible cuántas canciones, películas y ciudades favoritas tenemos en común. Leo todo lo que escribe y escucho todo lo que dice. Hago regalos sin justificación. Soy instantáneamente cariñosa, violentamente protectora, y doy por hecho que esa persona siente lo mismo. Todo esto es muy problemático. Todos vemos el mundo como somos nosotros, y no como realmente es.

Hay personas que, cuando reciben amor, lo devuelven por triplicado. Cuando se cruzan conmigo, estalla un romance victoriano de escribirse mucho, intercambiar ropa, ir al cine los martes. Sincronizarse, contarse la infancia, leer los mismos libros a la vez. Cuando ese romance echa raíz, el mundo se expande porque podemos vivir en él con ligereza, equivocarnos en alto y arriesgar por encima de nuestras posibilidades. También porque uno entra en las sombras del otro y las protege y las hace suyas. El amor no nos hace perfectos pero sí más libres porque, irónicamente, amamos más en los defectos que en la virtud.

Luego hay personas que, cuando las quieres, te tratan mal. Mi tesis más generosa es que lo hacen porque no te creen. Sienten que no merecen ser queridas y desconfían de tus intenciones; o “saben” que dejarás de hacerlo en cuanto las conozcas de verdad. Entonces te ponen a prueba constantemente o mantienen las defensas puestas, o te castigan por querer convencerlos de algo que “saben” que no es cierto. Típica profecía autocumplida porque, el día que abandonas por agotamiento, confirmas su peor teoría sobre sí mismos.

La variante extrema es el cínico que ve tu generosidad y tu cariño como debilidades a explotar. Los que creen que toda relación es un juego en el que sólo existe dominar o ser dominado, o eres el quе pimpea o te pimpean a ti. Tardamos en darnos cuenta porque son grandes imitadores del amor. Lo simulan para elevar su estatus, conseguir contactos, atención y oportunidades. No creen en la reciprocidad. Hay nombres muy feos para esa clase de gente, porque la vergüenza del incauto es incompatible con la compasión. Pero tiene que ser triste que todos se arrepientan de haberte querido. Hasta las plantas más venenosas necesitan la luz.

Amar es peligroso. Exige que abandones la máscara de normalidad y ofrezcas todo lo que hay dentro, esplendor y miseria, lo bello y lo terrible, todo sin editar. No trae garantía de supervivencia. Dice Alain de Botton que por eso hay quien se pasa la vida esquivándolo y llega a los 50 sereno y vacío. No saben que el propósito de la vida no es salir indemne sino ser derrotado por cosas cada vez mayores. Conquistar el espacio para poder estirarnos y crecer.

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Sobre la firma

Marta Peirano
Escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. Es analista de EL PAÍS y RNE. Sus libros más recientes son 'El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención' y 'Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático'.
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